El evangelio de este domingo nos habla de la liberación del mal. Mal cuyo único nombre se llama pecado y al mismo tiempo de su instigador, el demonio. El Papa francisco esta siendo uno de los Papas que mas esta hablando del Mandinga, es decir del demonio, aquel ángel que le dijo NON Serviam a Dios. En el fondo el evangelio nos habla de Jesús como Liberador.
Si podemos sincerarnos no podemos dejar de reconocer que el “mandinga” como suele llamarlo el cura Brochero, logro algo muy interesante y es hacer creer que el demonio no existe. Falso, tan falso que hoy sigue habiendo influencia del mal y del maligno. El mal existe, y el príncipe del mal, también y anda bien suelto.
No se excluye -decía Juan Pablo II- que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de “posesiones diabólicas”. Los posesos pierden frecuentemente el dominio de sí mismos, sobre sus gestos y palabras; en ocasiones son instrumentos del demonio. Por eso, esos milagros que realiza el Señor manifiestan la llegada del reino de Dios y la expulsión del diablo fuera de los dominios del reino: “Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera” (Jn 12,31). Cuando vuelven los setenta y dos discípulos, llenos de alegría por los resultados de su misión apostólica, le dicen a Jesús: Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Y el Maestro les contesta: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Desde la llegada de Cristo el demonio se bate en retirada, aunque es mucho su poder y “su presencia se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios” (Juan Pablo II 13-8-86); mediante el pecado mortal muchos hombres quedan sujetos a la esclavitud del demonio, se alejan de Dios para penetrar en el reino de las tinieblas, del mal; en un grado u otro, se convierten en instrumentos del mal en el mundo, y quedan sometidos a la peor de las esclavitudes. “En verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8,34).
Debemos permanecer vigilantes, para discernir y rechazar las insidias del tentador. “Toda vida humana, individual o colectiva, se presenta como lucha -lucha dramática- entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Es más: el hombre se siente incapaz de someter con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas” (Gaudium et Spes 13, Conc. Vat. II). Por eso, hemos de dar todo su sentido a la última de las peticiones que Cristo nos enseñó en el Padrenuestro: líbranos del mal, manteniendo a raya la concupiscencia y combatiendo, con la ayuda de Dios, la influencia del demonio, siempre al acecho, que inclina al pecado.
Siempre una buena confesión y la Eucaristia es el mejor remedio.