La serie de Fed Cup contra Estados Unidos es historia. O podríamos decir que la serie quedó en la historia.
Nadie puede dudar de que la visita de las hermanas Williams es un hito a recordar por siempre cuando se enumeren los momentos más importantes de la existencia de nuestro tenis femenino. Perdón: del tenis argentino todo, sin distinción de género ni época.
La número uno reinante y ganadora de 19 títulos de Grand Slam. Y su hermana, ex líder del ranking y una de las dueñas modernas de Wimbledon. Mucho más sencillo es decir Serena y Venus. Como cada genio del deporte, ellas también pueden prescindir del apellido sin resignar absolutamente nada de su identidad y grandeza.
Perdido en el tiempo del fin de semana queda el resultado final de la serie y la futura obligación de Argentina de defender su lugar en el Grupo Mundial II, en abril próximo. Confundido en los aplausos que acompañaron la derrota figuran también el triunfo de Paula Ormaechea en el abrir del domingo y la frescura de María Irigoyen para incomodar a Serena durante más de una hora en el cierre del sábado. También andan por allí algunas preguntas que, ansiosas, esperan una respuesta que por ahora no existe. Hoy hay que agradecerle al destino la posibilidad de ver en vivo a las Williams, de disfrutar de su jerarquía y de maravillarnos con la velocidad de sus golpes. Fue un lujo inolvidable, uno de esos toques de suerte difíciles de explicar. Así lo tomó el público. Y así lo vivió, desafiando a un calor infrecuente para rendirse, extasiado, al carisma de ambas.