Amortiguados con la inflación. Así estamos. El pulso se mide cada vez que cualquier miembro de la familia va al almacén del barrio al gran supermercado a efectuar compras, mínimas o mensuales. Que la gaseosa subió entre un 16% y un 18%; que algunos productos de la canasta básica se reajustaron por encima del 5%; que la nafta se mantiene (y vaya a saber uno hasta cuándo) y que las estadísticas (oficiales y privadas) dan cuenta de que la evolución de los precios varía a razón del 2% mensual. En enero, la estacionalidad ha contribuido para arrancar con aquel indicador. Todo sube...y no pasa nada. Aún falta aquel prometido sinceramiento del sector público para devolver la confiabilidad a las estadísticas oficiales. Nada de eso ocurre. ¿Cree que eso puede ser factible durante un año electoral?
Por de pronto, la economía se mueve a un ritmo del 23% al 24% de inflación anual para este 2015. Con todo, la Argentina (tomando en cuenta un promedio entre el dato del Indec y el de los privados) está sólo por debajo de Venezuela (63,9%) en el ranking de países con mayor tasa de inflación. Y casi comparte posición con la devastada Ucrania (24,9%), zona de guerra. En un país normal, una tasa de dos dígitos sería motivo de escándalo político y económico. Sin embargo, en la Argentina eso no sucede. Con estas tasas, a los estratos sociales de clase media se les agotó algo de la capacidad de ahorro que alguna vez supieron tener. Se vive el día a día, rezando para que los precios no sigan disparándose.
La inflación no se combate manipulando índices, dice en un reciente informe el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). Todavía no hay indicios de que aquella intervención política al Indec, dispuesta en 2007, acabe por completo.
Tampoco se combate negándose a imprimir billetes con denominaciones que faciliten las transacciones y el funcionamiento de las cajeros automáticos. Esta es otra de las materias pendientes de la gestión. Hubo innumerables proyectos de ley que propiciaban la emisión de billetes de $ 200 y de $ 500, al solo fin de facilitar las operaciones. No obstante, para el Poder Ejecutivo la promulgación de cualquiera de esas iniciativas implicaría la convalidación de los índices que se han ocultado durante los últimos años. La máquina de hacer billetes sólo se encendió para imprimir papeles de $ 100 (y otras emisiones conmemorativas), que tienen igual costo financiero para el Estado que ordenar la creación de moneda de alta denominación.
Idesa también cuestiona el plan oficial para cuidar precios. A su criterio no se puede fijar precios en reuniones entre burócratas y representantes de las cámaras empresarias para analizar estructuras de costos, sencillamente porque siempre habrá alguien en la cadena de comercialización que perderá rentabilidad o poder adquisitivo, pero jamás recaudación fiscal.
Según la entidad, la clave de la estabilidad con crecimiento es un manejo prudente de la política fiscal y reglas para que el Banco Central actúe con independencia en pos del objetivo de cuidar el valor de la moneda. “Ambas son áreas centrales de la agenda de reconstrucción institucional que deberá abordar la Argentina en los próximos años como prerrequisito para ingresar en una senda de progreso social sostenido”, puntualiza Idesa. Ese camino, hasta ahora, se ha mostrado sinuoso y lleno de piedras hacia el objetivo.
La economía argentina puede ver un repunte hacia 2016, cuando se cumplan los 200 años de la Declaración de la Independencia nacional. Mientras tanto, seguiremos siendo dependientes de factores ajenos, como el del mercado de los commodities que, particularmente a través de la soja, alimenta al erario. También estamos propensos al humor político. Uno nunca sabe cómo puede levantarse tal o cual funcionario, porque de planes o programas de gestión de mediano y largo plazo no se ha sabido paradero alguno.
La economía necesita que alguien pare la pelota y comience a distribuirle de la mejor manera posible. Ojo, no habrá un 9 salvador, sino que debería conformarse un equipo de transición que proyecte la Argentina que se viene. No es mucho pedir si se pensara que, más allá de la cuestión electoral, hay 40 millones de argentinos que claman por más estabilidad de precios.