“Ganar como sea” es, tal vez, la primera regla de muchos futboleros. Para algunos otros quizás lo primero sea “jugar siempre un buen fútbol”. Sin embargo, para Boca ayer lo indispensable era arrancar con el pie derecho su nueva y esperada participación en la Copa, y lo hizo. El cómo no importó demasiado.
Con Palestino como rival de entrada -desconocido y transformado en uno de cuidado-, el “xeneize” terminó edificando su 2-0 gracias a la jerarquía de sus apellidos. Porque Boca no brilló y hasta pasó algunos sofocones, pero ganó porque el equipo chileno no tuvo entre sus filas a un letal Andrés Chávez ni a un rapidísimo y de moda Sebastián Palacios.
En cambio, Boca los aprovechó y les sacó el jugo. Primero con el “Comandante” poniendo su sello justo cuando los trasandinos desnudaban su idea de lastimar manejando la pelota y cortando los circuitos de juego “xeneize”. Pero fue incapaz de detener a Chávez, que plantó bandera: Leandro Marín, con una visión riquelmeana, lo habilitó para que llegara a empujarla de zurda ante la desesperada salida de Darío Melo.
Esa daga hirió demasiado a Palestino. Fue una sola estocada, pero suficiente para liquidarlo -al menos mentalmente-, porque no se creyó capaz de dar vuelta el marcador. Y aunque en el complemento el local obligó a Agustín Orion a convertirse en otro pilar de Boca, se equivocó en los últimos toques y le permitió al equipo de Rodolfo Arruabarrena estirar la ventaja con otra contra letal.
El tucumano Palacios había tenido lo suyo en los primeros 45’, pero su premio llegó en el segundo tiempo. Esta vez el que se vistió de gran asistidor fue Nicolás Lodeiro (la 10 en su espalda se lo manda y mandará siempre) y “Sebas”, a pura velocidad para ponerse cara a cara con el arquero, apuntó y facturó sin dramas.
El tucumano pretende tatuar su apellido en medio de tanta figura dando vuelta por Boca. Ayer esa jerarquía individual fue la que terminó maquillando el resultado que hizo feliz al pueblo “auriazul”.