“El mayor miedo es justo antes de saltar. Esos segundos previos”. Rodrigo Mieres, el jugador que reforzó a la defensa de Atlético esta temporada, describe su experiencia en bungee jumping (la práctica que implica saltar grandes alturas desde una estructura fija colgado de una cuerda elástica) como el más común de los desafíos: el miedo aparece antes, pero durante, las sensaciones son otras.
¿Cuántas veces tuvimos miedo de hacer algo y cuando efectivamente nos animamos a hacerlo, no resultó ser tan escalofriante como lo imaginamos? Bueno, quizás, esto también suceda con un salto de 100 metros de altura.
Para comprobarlo, Mieres se fue hasta la ciudad de Baños de Ambato en Ecuador, el año pasado. El defensor se encontraba jugando para Deportivo Cuenca y manejó los 400 kilómetros que separan ambas ciudades.
Se subió a un puente y con un arnés en la cintura, se lanzó al vacío aunque su relato es imprescindible. “Primero, cuando estás por saltar, es la adrenalina y el miedo. Después, cuando saltás, se te cierra todo. Como si todo se hubiese caído. Y cuando llegás hasta abajo y empezás a columpiar, empieza a bajar la adrenalina, pero se mantiene por unos minutos”, recordó.
Entonces la respuesta parece ser definitivamente sí: hacer algo no implica tanto temor como pensar o creer que uno va a hacerlo. “Me parece que tendrías que vivirlo para poder sentirlo”, aclara el uruguayo que también vivió y sintió la experiencia del canopy, una especie de tirolesa que sirve para desplazarte a través de cables, entre dos puntos de una montaña, por ejemplo.
“Evidentemente me gusta el deporte extremo, pero más que nada las cosas distintas al fútbol. Si estoy todo el tiempo con la pelota me vuelvo loco”, confiesa. El miedo a quedarse solo con ella le provoca más rechazo que cualquier puente en las alturas.
Pero como con el salto, lo enfrentó y vio que no era para tanto. A los 16, se fue de Paysandú a Montevideo para empezar a dedicarse de lleno al fútbol. Pudo debutar en Primera en Defensor Sporting y pese a los buenos recuerdos, Mieres tampoco tiene temor de confesar que debió dejar la escuela y de reconocer que no fue la mejor decisión.
“Es algo de lo que me arrepiento, pero tenía que elegir y mi predisposición para el estudio simplemente no apareció”, explicó el central de 25 años.
En enero quedó solo con la pelota. pero en una situación que a cualquiera le gustaría estar: en el área rival, a la misma altura, con el arco mirándolos de frente y ante un clásico rival, como San Martín. “Uf, ese gol me llenó de satisfacción. Estábamos empatando y ganamos”, rememoró sobre lo que fue su primer partido con la camiseta de Atlético. Ese que ganaron gracias a su gol.
Otra experiencia que recomienda vivir y sentir, antes que describir. Aunque para eso, por suerte, está él.