Casi se olvida que desde chico hizo todo tipo de trabajos para “ser alguien en la vida”, como estipulaba el mandato familiar. A los 48 años, Daniel Galfione está preocupado por un asunto colectivo: jerarquizar el centro sanitario de Carlos Pellegrini, su pueblo de 5.500 habitantes ubicado a 180 kilómetros de Rosario, en una de las zonas más prósperas de Santa Fe. Galfione, que es un “tano” típico de esos pagos, al pasar se presenta como un comerciante de materiales eléctricos que hace 12 meses -solamente- entró por obligación en una de las tantas comisiones creadas para involucrar a los ciudadanos de a pie en los destinos de las instituciones públicas.
“Entonces me di cuenta de que los cambios están a nuestro alcance. Sí podemos trabajar por el pueblo y contagiar ese entusiasmo”, dice con la tonada cantarina y campechana de su Santa Fe natal durante un viaje en ómnibus entre las localidades mendocinas de Maipú y Tunuyán. Galfione está emocionado porque al día siguiente se subirá al caballo por primera vez en su condición de participante del cruce sanmartiniano de los Andes organizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) con el auspicio de la Provincia de Mendoza y del Instituto Asegurador Mercantil, entre otras entidades (ver en esta misma edición “Cruzar los Andes bajo el influjo de la libertad” y “El plan que San Martín ejecutó en 1817 fue una enorme hazaña militar”).
En esa comitiva de sesenta y tantos integrantes de todo el país hay expectativas de diferente tamaño, pero, con seguridad, las de Galfione están entre las más altas. “Esta expedición es importante para mí y para Pellegrini”, admite con la ilusión espontánea de los niños. La mirada brillante, los labios finos y la sonrisa permanente: Galfione parece un hombre común y silvestre, pero, cuando habla sobre el centro sanitario de su pueblo, se convierte en San Martín.
Dice que él estaba acostumbrado a hacer todo solo y a su manera -a la posición individualista, bah-, y que, por eso, de entrada chocó contra los demás miembros del comité. “Me criticaban porque hacía demasiadas preguntas. ¡Pero yo quería saber!”, relata con un resto de indignación. Entonces se dio cuenta de que el primer reto por vencer era la ignorancia general sobre el funcionamiento del hospital, que es sostenido por el Estado y los usuarios. Su primera victoria fue convencer a sus pares de que había que abrir una página institucional en Facebook: tanto temó con esa idea que, al final, consiguió el visto bueno. “La gente al principio nos dejaba comentarios agresivos sobre el servicio. A todos trataba de explicarles nuestras dificultades y les pedía que se acerquen a trabajar. Así, aflojaron las quejas”, comenta divertido.
Luego se puso en campaña para conseguir donaciones porque había que arreglar los techos y no solamente pintar la fachada, como pretendían los que se conformaban con que el edificio se vea bien desde la calle. “Hicimos un plan ambicioso y ¡no sabés cuánta ayuda recibimos! ¡Incluso más de la que necesitábamos!”, exclama. Y añade: “me alié con la partera jubilada del pueblo, Elba Rosa Sable, y juntos salimos a ‘manguear’. ¿Y cómo alguien le va a decir que no a la mujer que lo hizo nacer?”.
Galfione va por más y ahora quiere conseguir un ecógrafo (el único aparato que hay en Pellegrini está en un instituto privado). Por supuesto que toda esta actividad comunitaria ad honórem le implicó restar tiempo a la atención del negocio, pero Electro Galfione anda mejor que nunca. “Es increíble, ¿no?”, interroga sorprendido. Y este enamorado del cerro Champaquí se plantea como objetivo el lograr que las mujeres sigan dando a luz en Pellegrini, a contrario sensu de la política sanitaria que procura concentrar ese tipo de operaciones en localidades más populosas. Los escollos animan a Galfione, que se olvidó de que fue educado para acumular bienes materiales: su cabeza está en el próximo gran paso en pos del bienestar de su pequeño pueblo.
DETALLES DE LA EXPEDICIÓN
“SAN MARTÍN” ARENGA A LA COMITIVA DURANTE EL FOGÓN EN EL VIVAC DEL REFUGIO SCARAVELLI
La segunda jornada del cruce sanmartiniano de los Andes organizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) concluyó en el refugio Scaravelli, a 3.200 metros sobre el nivel del mar. El vivac incluyó una tienda de campaña para uso colectivo, un grupo electrógeno y un fogón para la reunión de los expedicionarios (fotografía). Allí tuvo lugar la aparición inesperada del José de San Martín personificado por un actor mendocino. El “general” trató a los presentes como si fuesen soldados del Ejército de los Andes y les encomendó la protección de la patria. Al final, obsequió una bandera a José Bereciartúa, secretario general de la CAME.
LOS RÍOS SACIAN LA SED DE LOS EXPEDICIONARIOS Y PROPORCIONAN EMOCIÓN A LA CABALGATA
Por los Andes corren numerosos surcos de agua, algunos de gran caudal, sobre todo durante el verano. Entre ellos se destaca el río Tunuyán, que da vida al llamado Valle de Uco, donde abundan los viñedos y los cultivos de “berries”. Durante la travesía cordillerana, los arroyos son auténticos manantiales para los expedicionarios sedientos por la sequedad de la montaña. Además, ofrecen momentos de adrenalina a los caballos que se proponen atravesarlos, como registra la fotografía de arriba.
LA BIENVENIDA DEL GOBERNADOR PÉREZ Y LA AUSENCIA DEL EMBAJADOR GONZÁLEZ GARCÍA
La caravana de la CAME se reunió en Maipú y, luego, enfiló para Tunuyán, donde fue agasajada con una cena en la bodega Andeluna. A ese banquete asistió Francisco Pérez, gobernador de Mendoza. Para la despedida estaba previsto un almuerzo con el embajador Ginés González García, en su residencia chilena, pero el diplomático faltó a la cita.