Una lentitud alarmante y gruesos problemas de coordinación entre las jurisdicciones provincial y municipal son las evidencias más rotundas frente a la falta de respuestas efectivas que padecen una importante cantidad de espacios públicos de nuestra ciudad, que hasta no hace mucho existían en condición de “villas” o asentamientos marginales.
Ciertamente, se conoce porque las distintas autoridades se encargaron de promoverlo públicamente que para la recuperación y reurbanización de varios de estos lugares se han lanzados proyectos e iniciativas por parte de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán y por organismos del Gobierno provincial. Pero también resulta evidente que los avances de la puesta en valor de esos espacios desde los momentos de los anuncios se retrasa mucho más allá de una razonable espera de tiempo.
Estos proyectos tomaron cuerpo luego de la loable decisión oficial de trasladar y realojar esos asentamientos en nuevos barrios donde sus moradores pueden disponer de mejores condiciones de habitabilidad; esas decisiones llevadas a cabo bajo la idea de promover un cambio de vida y una mejor sociabilidad a muchas familias han sido valoradas y apreciadas por amplio sectores sociales. Pero ocurre que tras el traslado de esos vecinos, muchos de esos lugares quedaron en situación de semiabandono o pasaron a transformarse en destino dramático para la acumulación de residuos. Algunos de esos espacios han comenzado a quedar cubiertos de escombros y suciedad y a otros, el poco trabajo que le dedican no resulta suficiente para devolver la limpieza, la seguridad y la amable armonía que se requiere para considerarlos como plaza. El reclamo y las advertencias de muchos vecinos que LA GACETA reprodujo en su edición de ayer en la sección TUcumanos son una muestra de este lamentable cuadro de situación.
Lugares conocidos como “Villa Piolín”, “El triangulito”, sectores del barrio Juan XXII y los marcados por el pasaje Misiones, las calles Juan José Paso esquina Chile, entre otros espacios de nuestra capital, son espejos por estos días de las contradicciones y la morosidad de los organismos y las jurisdicciones que se han propuesto resolver la situación de degradación urbanística y vulnerabilidad social en la que se encontraban.
Es verdad: no están allí las villas de emergencia; carteles y anuncios revelan esos cambios de aspectos y perspectivas con leyendas que anticipan propósitos meritorios, impulsados por algunos de los organismos actuantes, pero ocurre que esos espacios públicos tampoco están en condiciones de ser transitados o de ser disfrutados por los vecinos y todo indica que en más de uno la demora en el desarrollo y concreción de los proyectos será un poco extensa.
Así, las dudas respecto de los avances de las obras son mayores que las certezas, toda vez que no se conocen planes o búsquedas de sintonía y coincidencias entre la Municipalidad y el Gobierno provincial para definir un programa de obras públicas que lleve tranquilidad a los vecinos y mejoras urbanísticas a la ciudad. Aunque cada jurisdicción parece ocuparse de los terrenos en los que tiene competencia, una visión de sentido común en las gestiones y funciones podría indicar que una tarea mancomunada, coordinada y de conjunto puede ser el elemento superador y efectivo para terminar de una vez por toda con trabajos y servicios que son de gran importancia para nuestra comunidad.