Esta vez, Mendoza no fue tierra de vendimia para Los Pumas. Con características diferentes, Australia imponía un reto de nivel similar al de la semana pasada, y el resultado volvió a ser el mismo: un duro golpe para el equipo argentino. Si el marcador parcial se le había quedado corto a los Wallabies, el definitivo terminó siendo demasiado cruel con los Pumas, cuyos aspectos positivos -no fueron muchos, pero los hubo- terminaron sepultados por una brecha de casi 25 puntos (34-9). Lo de Australia fue superior, pero no para tanto.
¿Cómo se explica entonces esta nueva y contundente caída del seleccionado? Porque frente a un equipo que hace de la dinámica su sello estuvo otro que todavía está falto de ritmo y de rugby, bajo los efectos físicos de una corta pero exigente pretemporada.
Con respecto al partido contra los All Blacks, Argentina mejoró en algunos aspectos y en otros no. El scrum funcionó muy bien durante la primera etapa, pero al igual que en Christchurch, los cambios no le sentaron bien. Como siempre, hubo una gran actitud para defender; sin embargo, el reposicionamiento sigue dejando que desear.
La marca en el uno contra uno tampoco fue buena. Los Pumas fallaron demasiado en el tackle: basta ver cómo Dean Mumm llegó al ingoal corriendo pegado al touch sin que nadie pudiera sacarlo de la cancha). Todo ello se acentuó en los últimos 15 minutos, en los que el equipo se cayó física y mentalmente. Es para agradecer que Bernard Foley no haya estado fino en los kicks a la hache.
Sin embargo, hay cosas para resaltar. La primera es la actitud de jugar más y regalar menos la pelota, aunque la ejecución no fue tan buena como la intención. Además, rindieron bien los que están bajo prueba, como Juan Pablo Socino y Santiago Cordero. Y qué decir de Gonzalo Camacho: 22 meses sin jugar y está como nuevo. Será importante recuperarlo para el verdadero objetivo: el Mundial.