¿Cuál es el último y más decisivo recurso del mal? Convencer al bien de que no hay nada que pueda hacer para evitar que se salga con la suya.
Esta es una máxima que lamentablemente fue imponiéndose en cada vez más lugares de nuestro país, y para cada vez más asuntos comunes, a lo largo de los últimos años. Pero que en los días que corren afortunadamente está encontrando algunos anticuerpos a su pleno dominio. Y chocó contra algunos muy oportunos en Tucumán en estas elecciones.
El pluralismo competitivo parecía desterrado de esta provincia, igual que de muchos otros distritos argentinos, tras sucesivos llamados a las urnas en que el gobierno de turno se imponía con porcentajes soviéticos. Tras haber dominado a casi todos los medios locales, en gran medida también al empresariado y la Justicia, parecía que los electores se iban a conformar con recibir lo poco que graciosamente se derramara de la mesa de un poder inéditamente concentrado y estable. ¿No había fraude también en esas votaciones hegemónicas? Sí. Pero parecía ser el menor de los problemas que enfrentaban entonces la libertad y la democracia.
Esto dejó de ser así cuando el pluralismo empezó a resurgir. Con competencia de nuevo efectiva lo que se venía naturalizando se tornó de pronto visible y problemático. Justo cuando se convirtió en un recurso mucho más necesario para oficialistas asustados, ante un desafío que no sabían bien cómo manejar porque en sí mismo contradecía la idea con que justificaban su apropiación del poder: ¿no estaba acaso ya suficientemente demostrado que el “gobierno nacional y popular” es por definición mayoritario y sus enemigos ínfimas minorías, sin derecho alguno a dejar de serlo?
Tucumán sufrió así la peor versión de la pelea que va a tener que librar la política argentina. Lo bueno es que ello ha servido para impartir a sus ciudadanos y a los del resto del país una importante lección: no se puede vivir por largo tiempo y satisfactoriamente en una semidemocracia; o termina de imponerse el autoritarismo o la democracia renace; y elegir entre una cosa y la otra es en serio elegir un modelo.
Cuando años atrás creció su economía productiva, se expandió la frontera agrícola y prosperaron las inversiones y el empleo digno, en Tucumán -igual que en muchos otros lugares de la Argentina- la competencia política también prosperó. Desde que empezó a imponerse un modelo cada vez más concentrado de administración del poder lo único que creció fue el conchabo público y el clientelismo para pobres y ricos, y las inversiones se fugaron porque dejó de ser rentable hasta exportar lo que llegamos a ser los mejores en producir, desde soja a limones.
Una oligarquía rentística y corrupta se creyó entonces dueña indiscutida de la situación, porque había vuelto inviable cualquier alternativa. Pero el cambio encontró igual las vías para expresarse.
Está claro que ahora no habrá forma de convencer a un número suficiente de tucumanos de que acepten someterse a ningún autoritarismo disfrazado. Como es claro que tampoco eso es aceptable para un número suficiente de argentinos. La pregunta es si estos y aquellos encontrarán pronto la forma de volver más plena y efectiva su democracia.
El autor es Doctor en Filosofía, director del programa de Historia política de la Universidad de Buenos Aires.