Los sucesos que signaron la elección tucumana han sido, sin duda, penosos y reprobables. Una urna quemada duele en el cuerpo. Es quizás el símbolo más atroz del antirrepublicanismo, es la patologización de la democracia. Sin duda es un hecho delictivo que debe ser penado con toda la fuerza de la ley. Creo que todas las argentinas y todos los argentinos estamos convencidos de eso. Maticemos: si no todos al menos la inmensa mayoría.
El gobernador electo, el candidato presidencial del Frente para la Victoria y la Presidenta de la Nación se han sumado a la reprobación general y es bueno saber que los presuntos autores del hecho están detenidos, es decir que no ha habido complicidad ni ocultamiento.
Pero, a fuerza de ser sincero, también me preocupa el desembozado aprovechamiento que han pretendido hacer los candidatos y los partidos de la oposición. No pasa desapercibido que desde días antes se hablaba y se publicaba sobre el fraude que se avecinaba sin que hubiera razón aparente para ello. Los candidatos opositores estaban en Tucumán el día de las elecciones. Si fue porque daban por sentado que Cano sería el ganador es indudable que la clara derrota debe haberles dolido mucho y quizás dicha decepción sea en parte responsable de lo desentonado de sus reclamos.
Pero Macri y Massa en la capital tucumana dio pie a que muchos lo asociaran con una campaña ya preparada para enturbiar las elecciones, con miras a otros comicios provinciales en los que el oficialismo aparece como seguro vencedor y también como estrategia para ganar votos de la clase media nacional para las presidenciales de octubre. El escándalo se logró no sólo por el tema sensible sino también y principalmente por la difusión dada por algunos medios que batieron el parche con apasionamiento.
Lo que más me preocupa es que el barullo transmita una mala imagen del querido pueblo tucumano, sobre todo de sus sectores humildes, sufridos compatriotas que deben vérselas con una extendida e innegable miseria que sobrevive a los buenos o malos esfuerzos que puedan haberse realizado para disminuirla o extirparla.
¿Es intención de algunos convencernos de que cuando votan los capitalinos lo hacen dentro de la ley, lo que les permitió lograr una amplia victoria sobre el oficialismo, que por alguna extraña razón no parece estar incluida en las denuncias de fraude? Mientras se pretende que cuando votan los sectores populares no lo hacen a conciencia sino a cambio de bolsas de comida, engañados o para conservar los planes sociales. Es esa una infortunada opinión elitista y discriminatoria que lo único que consigue es que se repitan las derrotas en las urnas. Y que descalifica a un pueblo humilde y maravilloso que ha enaltecido a nuestra historia con su patriotismo, su trabajo y su talento.
El autor es escritor, director del Departamento de Historia de la Universidad UCES.