La manifestaciones populares expresaron el hartazgo y el coraje de parte de la población ante el clima de impunidad que persiste en los últimos años en nuestro país. Mientras en regiones civilizadas el delito cometido desde el poder se juzga y condena, entre nosotros se afianzó el hábito de ver sin castigo a dirigentes como ex ministros del Gobierno nacional y hasta a su vicepresidente en ejercicio, procesados en juicios interminables, gozando de libertades inmerecidas.
La quema de urnas en Tucumán, la distribución vergonzosa de bolsones, la compra de votos, los tiroteos, gatillaron la crispación ante esa impunidad donde la mentira señorea sin rubor alguno y niega que haya inflación, inseguridad, pobreza, deuda y otros males. Y esa intolerancia de la gente ante la falta de justicia ha sido reprimida en un estilo que recuerda tiempos peores.
La democracia tiene reglas de juego civilizadas que no están siendo respetadas en nuestro país. La voluntad de las mayorías, cuando llega al poder, no es garantía para que los males de nuestro país (como la persistente pobreza de un tercio de la población) sean resueltos. Pero debe respetarse sin recurrir al fraude y la violencia.
El autor es Doctor en Filosofía, ex profesor de la Universidad de Chile.