Tucumán. El fantasma del Supremo anda suelto. 42 urnas incendiadas. Un director nacional electoral que, apelando a un tecnicismo, asevera que la quema de urnas no es un fraude. Una gloriosa tradición latinoamericana que se niega a morir, encarnada en mandamases que tienden un puente de perversas ánimas perdidas entre esta provincia y la Rosada.
Manifestantes que copan la plaza de a miles. Una represión policial que recuerda tiempos peores. Un gobernador que, aunque reina con mano férrea, sostiene con paternal mueca que desaprueba la represión. Un jefe del gabinete de ministros de la Nación, aliado del gobernador, que con sonrisa santurrona afirma que la represión no es “saludable” y que no le “satisface”.
Un Centro de Estudios Legales y Sociales, tradicional aliado del Gobierno nacional, que afirma que los alegatos de inocencia del gobernador no son creíbles. Un jefe de Policía tucumano que asume la responsabilidad y es imputado por los abusos policiales, pero es puesto a salvo por un juez que se niega a detenerlo.
Alegatos sobre la adulteración de los padrones electorales el día anterior a los comicios. Supuesta posesión de numerosos documentos personales por parte de unidades básicas del partido gobernante. Demora de unas tres semanas en el escrutinio definitivo. Un pedido de nulidad del acto electoral que los partidos de la oposición no terminan de concretar judicialmente, quién sabe por qué.
La noticia, que traspasa fronteras. La Vanguardia informa a los catalanes: “De golpe, ardió Tucumán”. La Folha de Sao Paulo consuela a los brasileños: “Moradores de Tucumán voltam às ruas contra fraude e violência em eleições”. El País anoticia a los madrileños: “La represión policial en Tucumán revoluciona la campaña argentina”. Las involuciones ajenas, esa panacea que permite olvidar por un rato las miserias propias…
Quien calla es la prensa anglosajona: The New York Times, The Washington Post, The Times de Londres, por ahora nada tienen que decir. Perderían lectores si informaran sobre el realismo mágico de la política de una provincia argentina. No somos importantes.
Mientras tanto, y a pesar de las turbulencias, el Tucumano Supremo está tranquilo. Regresamos a la plena vigencia de la novela del dictador. Será sucedido por un discípulo. Su impunidad de 12 años está asegurada a perpetuidad.
Pero no se engañe nadie, no, pensando que esta oposición estafada es mejor que el fraudulento régimen que la derrotó. Quienes hoy se rasgan las vestiduras intentaron voltear al Gobierno nacional a fuerza de reiteradas corridas cambiarias. Quizás esta oposición no sea un enemigo del pueblo, pero es sólo amiga de sí misma.
Argentina. Tierra de políticos sin principios. País de dirigentes sin ideales. Nación de pequeñeces e hipocresías. Patria de un pueblo sin heroísmo. Que Dios te salve, Argentina, porque por ti misma no te salvarás.
El autor es Ph.D. en Ciencias Políticas de la Universidad de Yale, ex profesor visitante de las universidades de Harvard y Oxford.