Roberto Gargarella - Escritor, abogado experto en DDHH, en respuesta al texto de Eugenio Raúl Zaffaroni, publicado ayer
Don Eugenio Raúl Zaffaroni (ERZ) critica como “elitista y racista” el fallo de la Cámara tucumana, y se coloca en la vereda opuesta, como miembro de la “chusma” a la que la elite quiere aplastar. (Dice): “antes que pertenecer a la elite racista y pretender corregir los “errores” de las mayorías con una visión iluminada de minoría ilustrada, no dudo en ser parte de la ‘chusma’”. Suena excelente. El problema es este: los números no dan para reclamar semejante linaje. Más bien lo contrario. No hay problemas en que uno se haya equivocado muy gravemente en una etapa de su vida, a cualquiera le puede pasar. Nadie es ajeno a errar el camino fieramente en un momento (serio) de la propia historia. El problema es estar muy lejos de tener una biografía heroica y acusar a otros. (La Cámara tucumana, muy muy lejos de pedir el “voto calificado”, vino a reclamar que todos voten de nuevo, para que no le arrebaten la elección al pueblo). ERZ no tiene una biografía heroica, y no hay problemas con ello. El problema es qué se hace con ello. Cuando llegó la dictadura, ERZ no fue a desatar los caballos del coche de Don Hipólito, ni corrió a refrescarse los pies “con la chusma” en plaza de Mayo: como intelectual primero, y como juez después, sirvió de modo perfecto al aparato ideológico represivo del Estado golpista. Sin que nadie se lo pidiera, escribió y trabajó para avalar un golpe “elitista y racista”, en lugar de estar en la vereda de enfrente, bañando sus pies en la fuente junto a “la chusma”. Llegó la dictadura y, lejos de desatar los caballos del coche de Don Hipólito, ERZ (la) justificó por ocurrir en el marco de situaciones “terribilísimas”, que tienen que ver con la “guerra” (!!). En su Código Penal Militar, publicado en 1980, ERZ (muestra) de qué modo “La necesidad terribilísima genera una situación en que al Estado no puede reprochársele el acto político penal por el cual pone a cargo del militar deberes jurídicos que convierten en atípica su conducta”. Y no (hablamos) de militares repartiendo agua luego del terremoto, sino de “cuestiones referidas a la legitimidad de la conducta militar, especialmente cuando se trata de conductas que suprimen vidas humanas, y en especial cuando se trata de terceros inocentes”. Las situaciones “terribilísimas” -que nunca sabremos cuáles son- permiten al “Estado disculparse a sí mismo. “La guerra” (¿ah, sí?), nos dice ERZ, “da lugar a una necesidad enorme o terrible”. Y ocurre que aparecen entonces las “necesidades que la guerra genera, porque no puede admitirse que el orden jurídico desaparezca, dando lugar a un caos”. La guerra, “como situación excepcional, da lugar a que los principios jurídicos que rigen nuestras instituciones se adecuen al estado de necesidad tremenda” (¿ah, sí?). Porque “no hay más que dos alternativas: derecho o caos” (¡mire usted!). Ocurre que “hay circunstancias, dentro y fuera de la guerra, en la que no hay sólo una necesidad terrible, sino que se presenta una necesidad terribilísima. Situaciones en las que existe un peligro de absoluta inminencia o un mal gravísimo que ya se está produciendo y que es necesario evitar o detener” (en la Argentina habría sido el ataque de las fuerzas marxistas y anticristianas). “Si la necesidad terrible da lugar al derecho penal militar que podemos llamar ordinario, la necesidad terribilísima da lugar a un derecho penal extraordinario”. Cualquiera puede tener una biografía imperfecta. (y) haber dicho en un momento de su vida cosas terribilísimas, de las que debiera arrepentirse. Lo podemos entender, pasa. Pedimos perdón, actuamos con humildad. El problema es vivir como si aquello no hubiera existido. Impugnar con acusaciones insultantes a quienes piensan diferente. Alegar que uno hubiera estado desatando los caballos del coche de Don Hipólito para recién luego, aliviado, ir a refrescarse los pies en la fuente, junto a “la chusma”, cuando en realidad uno estuvo del lado de enfrente, dando apoyatura jurídica a la dictadura que mató a “la chusma”.