No es que la corrupción no le interese a nadie sino que no resulta una cuestión prioritaria en un país que enfrenta grandes incertidumbres económicas. El académico Martín D’Alessandro (1971) desarrolla este punto de vista en un momento libre de las II Jornadas de Ciencia Política y Relaciones internacionales a las que asistió como orador destacado. En ese encuentro organizado por la Universidad San Pablo-T, el doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires abordó el reto de repensar el Estado en entornos turbulentos, tarea que en Argentina implica advertir el agotamiento del modelo de expansión del sector público sostenido sobre los ingresos derivados de la exportación de la soja y otras materias primas.

El ganador de las elecciones del 25 de octubre se encontrará con que ya no cuenta con las facilidades de financiamiento que había hace cinco o seis años. D’Alessandro anota que, además, las posibilidades de acudir al endeudamiento externo son limitadas por el conflicto con los fondos “buitres o no buitres”. “Hay que repensar, entonces, sobre qué bases se asentará la nueva recaudación y redistribución de la riqueza”, sugiere en una conversación cara a cara en el hotel Catalinas Park. Esta incertidumbre juega, según su opinión, un rol central en el recambio de autoridades nacionales que tiene a los presidenciables Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa como protagonistas.

-El kirchnerismo se despide con la inauguración del Centro Cultural Kirchner, que tiene una sala dedicada a Néstor Kirchner y una vitrina con fotografías de su hijo Máximo.¿Qué pasará con la concepción del Estado como patrimonio del sector gobernante?

-No creo que tengamos que acostumbrarnos a la confusión entre lo público y lo privado. Entiendo que no se trata de un rasgo de la cultura política, de que los argentinos somos así, de que endiosamos o veneramos a los gobernantes y les permitimos todo. Sí hay un problema institucional en el sentido de que faltan mecanismos aceitados de control del comportamiento de los funcionarios. Esas instituciones deben prevenir y sancionar los enriquecimientos ilícitos y la corrupción. Pero también controlar el ejercicio de facultades dentro de los límites correspondientes. Esto es lo que, en términos generales, distingue a una democracia de alta calidad de otra de baja calidad. Argentina necesita resolver ese problema institucional para ir hacia una democracia de mayor calidad. El kirchnerismo se ha recostado más sobre una dimensión mayoritaria de la democracia y ha descreído de la necesidad de los controles. No parece ser el caso de cualquiera de los tres candidatos con posibilidades de ganar las elecciones del 25 de octubre. En principio, todos ellos se muestran más proclives hacia una democracia con mayor calidad institucional. Pero la confusión entre lo público y lo privado no es un problema endémico sino de concepción del poder en la dirigencia.

-¿El próximo Gobierno tendrá margen para embarcarse en batallas como la que emprendió el kirchnerismo contra Clarín?

-Es difícil pensar en la reedición de un conflicto parecido si uno tiene en cuenta el estilo de los candidatos. Hay una serie de condicionamientos que restringen los márgenes de maniobra del próximo presidente. El liderazgo político que se avecina es, en general, menos confrontativo. Tanto Scioli como Macri y Massa procesan los conflictos de manera diferente al matrimonio Kirchner. Con mucho rédito político y con una gran habilidad, el kirchnerismo ha sabido manejar muy bien la situaciones conflictivas. Pero la sorpresiva batalla contra Clarín fue, desde mi punto de vista, una derrota.

-¿Porque al día de la fecha Cristina Kirchner se va y el multimedio que combatió permanece en pie?

-Clarín sigue siendo un grupo fuerte, con capacidad para conversar con los presidenciables. Sí es cierto que el estado de crispación provocado por los Kirchner sacó a la superficie el hecho de que los medios de comunicación son actores políticos en la medida en que tienen su propia agenda de negocios. La existencia de intereses empresariales ahora parece obvia, pero antes no lo era. En ese sentido, hay un empoderamiento de la ciudadanía en cuanto a la información que consume. Pero más allá de eso, el Gobierno no ha lastimado demasiado al Grupo Clarín.

-¿Cómo ve la posibilidad de que Fernández de Kirchner mantenga una cuota de poder que le permita volver a la Casa Rosada?

-Tiendo a creer que eso no va a ocurrir, sobre todo por las características y antecedentes del peronismo. Lo más probable es que termine de consolidarse lo que se está viendo en forma bastante explícita, que es el corrimiento de líderes y funcionarios justicialistas hacia el sciolismo. Pero este camino está siendo transitado también por quienes llegaron al Gobierno gracias al kirchnerismo, como dirigentes de La Cámpora. Lo que queda por dilucidar es qué significa este “entrismo”...

-¿Entrismo?

-Sí, si se están infiltrando en el sciolismo con el objetivo de impulsar el regreso de la presidenta o si hay una aceptación de que el poder se redirecciona. El peronismo siempre fue muy pragmático en términos ideológicos y es una gran maquinaria de poder. Ese es su gran atractivo frente al electorado: que puede garantizar lo que se llama gobernabilidad. Esa maleabilidad es denostada por parte de la sociedad, pero otra la considera una virtud. Pero, en definitiva, el futuro de Fernández de Kirchner depende de cómo le vaya eventualmente a Scioli en términos de popularidad. En ese sentido, Scioli y Cristina van a jugar un partido de ajedrez. No es tan fácil para un sucesor deshacerse de su antecesor. A Néstor Kirchner le tomó dos años desembarazarse y arrebatarle el poder a Duhalde. Hay que ver qué hace Scioli: para eso va a tener que mostrar éxitos en su gestión y garantizar a los que se están realineando que es negocio realinearse. Scioli ha tenido que soportar mucha humillación, y ha demostrado que piensa los problemas políticamente con frialdad y no reacciona de manera visceral. Entonces, si a Scioli le va bien, hay que ver cómo va a sacar a Cristina: quizá necesite humillarla para reafirmar su propio poder.

-Tampoco hay que descartar que, superada la contienda electoral, los tres candidatos punteros, que tienen perfiles parecidos, acuerden qué hacer con el kirchnerismo.

-Seguramente hay líneas generales en las que van a tener acuerdos. La incógnita es qué va a hacer Massa, si vuelve al Partido Justicialista de Scioli. Yo creo más probable que eso suceda a que Cristina Kirchner regrese al poder.

-¿Cabe esperar un giro respecto del desinterés por la corrupción?

-Por supuesto que es posible y muy deseable. No estoy de acuerdo con la idea de que a nadie le preocupa la corrupción sino que pienso que la sociedad coloca este problema en segundo plano respecto de cuestiones que considera más nocivas y urgentes, como el problema de la gobernabilidad. Cuando hay ingobernabilidad los perjuicios son enormes y sistémicos. Si el Estado se para, si hay hiperinflación... Son tan amenazantes esos riesgos, que la gente elige al que garantiza que no van a desencadenarse y posterga el reclamo sobre la ética pública. En ese contexto, el elector siente que exigir honestidad es una exquisitez. En la medida en que la ingobernabilidad deje de ser un problema, el debate sobre la corrupción cobrará protagonismo. Ahora, lógicamente, los funcionarios y gobernantes saben esto y permanentemente agitan el fantasma de la gobernabilidad.

-Es la famosa disyuntiva entre un candidato y el caos.

-Exactamente. Pero todavía ese discurso funciona porque la crisis de 2001 sigue estando fresca y porque, en términos políticos y macroeconómicos, hay mucha incertidumbre. La inestabilidad es funcional al relegamiento de la discusión sobre la ética pública, la transparencia y el control de los gobernantes. Se trata de una especie de trampa macabra de la política argentina: la funcionalidad del peligro de la crisis.