De entre los muchos paisajes que nos regala nuestro país, uno de los más extraordinarios es el de la eco-región andina de la Puna. Comenzando en Jujuy y llegando hasta el norte de San Juan, estas mesetas de altura conforman, junto con picos y volcanes monumentales, una multitud de espacios asombrosos. En ellos, a pesar de las dificultades y de los obstáculos que la geografía les ha puesto delante, la vida se abre paso de innumerables formas. Desde aquellas que resultan apenas visibles para el ojo humano (los microorganismos extremófilos), hasta el majestuoso cóndor que domina el azul profundo del cielo.
Internarse en estas regiones es hacer un recorrido hasta el mismo origen de la vida en nuestro planeta. Desde los estromatolitos fósiles –considerados los ecosistemas más primitivos de la tierra- que se encuentran cercanos al dique Cabra Corral y en las barrancas del río Juramento en Salta, hasta los tapetes microbianos que circundan los “ojos de campo” en el salar de Antofalla, en Catamarca, el viajero entra en contacto con una especie de máquina del tiempo.
Escenarios fantásticos
La Puna muestra en su terrible esplendor las fuerzas titánicas que dieron forma a los Andes. Lechos de mar elevados a más de cuatro mil metros, ríos de lava solidificada, retorcidas formas de basalto oscuro como la noche más negra, cenizas volcánicas devenidas en rocas viejas como el tiempo, campos de piedra pómez que quitan el aliento por su intrincada arquitectura.
Enmarcados en tan extraordinario escenario, los factores climáticos aportan su cuota de dureza a esta geografía: un aire muy tenue con bajos niveles de oxígeno, fuerte radiación UV, grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche, fríos intensos seguidos de rudos calores, y falta constante de agua.
Otro elemento adicional es el viento, que cuando sopla con intensidad puede levantar mares de arena que cambian el paisaje en cuestión de semanas, o estrellar constantes nubes de sal sobre las montañas hasta dejarlas tan blancas como el salar que rodean.
Un tiempo diferente
Aquí, el visitante se encuentra con un ritmo de vida que no se mide en horas, como en las ciudades. Más bien son las estaciones, los cambios lentos y a veces engañosamente perezosos los que mandan.
Tanto espacio, tanta increíble belleza y el silencio luminoso que lo rodea, abre puertas a la mirada interior, a la reflexión, al sentirse parte de fuerzas enormes y procesos que nos exceden largamente. Y se entiende, finalmente, la conexión verdadera que tenemos con el planeta que habitamos. Al recorrer este camino se hace imprescindible equiparse con una mente abierta y unos ojos ávidos, capaces de mirar y mirar sin cansarse tanto espacio y tanta hermosura.
Así como son de exigentes y duros, estos parajes son, también, extremadamente frágiles. La línea que separa aquí vida de muerte se desdibuja de repente. Cambios que nos parecen insignificantes a nosotros los visitantes, tienen enorme impacto aquí. Se hace imprescindible entonces el dejar la menor huella posible de nuestro paso.
Tan necesario como es usar vehículos 4x4 de gran fortaleza para recorrer los maltratados caminos y las apenas visibles huellas que permiten llegar a cada punto interesante, lo es también contar con la compañía de guías expertos, quienes con su gran conocimiento de la zona harán que el visitante no solo disfrute con mirar sino que también reciba importante información de lo que lo rodea. La fauna, la flora, la geografía, la geología, la historia, la arqueología, la cultura antigua y moderna de los habitantes del lugar, todo ello fluye hacia uno mientras los kilómetros pasan y los paisajes cambian, haciendo que nuestra capacidad de asombro se mantenga al límite.
Turismo científico
Este es un viaje al conocimiento, donde el turismo científico se une al simple placer de visitar una de las regiones más bellas de Argentina. Se recorre una ruta turística basada en los hallazgos de científicos tucumanos del Conicet. Toca los puntos representativos de este camino del origen de la vida, como los ojos de mar de Tolar Grande (3.460 msnm), el Desierto y Salar del Diablo, en Salta. Sigue el salar de Arizaro con su mítico cono de Arita.
Más adelante, rumbo al sur, ya en Catamarca, el salar de Antofalla, el más largo de América, donde se visitan los microbialitos de Pozo Bravo y los ojos de campo con sus tapetes microbianos –un triunfo de la vida en condiciones extremas-. Desde allí, luego de trepar a más de 4.000 metros, se llega a Antofagasta de la Sierra y sus volcanes, y más al sur a El Peñón. Este es el punto de partida para acceder al punto más alto del recorrido: el cráter del súper volcán Galán, con sus 40 km. de diámetro y 4.860 metros de altura (si entrara en erupción podría extinguir gran parte de la vida en el planeta), pasando por Laguna Grande y sus parinas –primas de los flamencos-. Dentro del cráter de este súper volcán se encuentra Laguna Diamante, en uno de los ambientes más extremos de nuestro planeta, donde se descubrieron microorganismos que repiran arsénico, como debe haber sido en los más tempranos orígenes de la vida.
También desde El Peñón se accede al increíble campo de piedra pómez y al volcán y laguna Carachipampa. Finalmente, es tiempo de dejar tanta altura y acercarnos hacia el este, a la precordillera catamarqueña, camino que nos llevará por Hualfín, Santa María y, de nuevo en Salta, a Cafayate con su Quebrada de las Conchas y, luego, al dique Cabra Corral y sus fósiles. El punto final es la colonial ciudad de Salta.