Una antorcha que dejó el legado de que la vejez no es más que una circunstancia, si se vive la vida con sabiduría, con alegría, con solidaridad y con moderación. Ese fue uno de los tantos mensajes que se oyeron ayer en el sepelio de Efraín Wachs, que murió el viernes, a los 98 años. El mejor homenaje que pudieron imaginar aquellos que lo conocieron -y lo amaron- fue el recorrido del cortejo fúnebre por la plaza Independencia. La misma plaza en la que él daba vueltas cada 11 de marzo, el día de su cumpleaños, que no llegó al número cien, como él hubiera querido.
Este año, la efeméride lo sorprendió en el que finalmente sería su lecho de muerte. De ahí la idea de homenajearlo con esa “vuelta póstuma”, la número 98, en la plaza que ya lo está extrañanado; como lo extrañarán también la plaza San Martín y decenas de sitios recónditos del mundo que supieron de las pisadas alegres, chiquitas pero gigantes del atleta cuyo mejor legado, aseguran los que lo conocieron, fue el desafío y el disfrute constante de haber empujado los límites de lo posible. Pero sin agobio.