RÍO DE JANEIRO.- ¿El primero de muchos o el último en mucho tiempo? Cuando los Juegos Olímpicos comiencen oficialmente mañana en Río de Janeiro, no sólo Brasil se enfrentará a una prueba frente al mundo, sino en cierta medida toda Sudamérica.
Cuando la ciudad carioca logró la sede del megaevento deportivo en 2009, la candidatura comandada por el entonces presidente Luiz Inacio Lula da Silva y el aún influyente Joao Havelange esgrimió un argumento principal y definitivo: los Juegos nunca se celebraron en la región. Con esa reivindicación y un mensaje de alegría y desenfado, Río derrotó a ciudades a priori más potentes como Madrid o Chicago, que contó incluso con el apoyo de Barack Obama. “Fue un momento de afirmación no sólo para un país, sino para un continente”, escribió recientemente el diario británico “The Telegraph”.
Lula, entonces en la cúspide de su popularidad, se mostró exultante. “¡Somos de primera clase!”, dijo entonces. “Queríamos una oportunidad de demostrar que somos competentes, que podemos hacer las cosas tan bien como Alemania, Estados Unidos, como cualquier otro país del mundo”.
Brasil era sede del Mundial y los Juegos, toda una muestra de la fortaleza y ambición del país más potente de la pujante Sudamérica.
Sin embargo, mucho ha cambiado desde aquel triunfante 2 de octubre de 2009. Havelange podría cumplir la promesa que hizo a sus entonces compañeros del COI e invitarlos a celebrar en Río su reciente centenario. Pero no es probable que lo haga.
El ex presidente de la FIFA renunció a su condición de miembro honorífico del COI y está retirado de la vida pública, enfermo y desprestigiado por los escándalos de corrupción.
Lula está acosado por investigaciones judiciales, mientras que su sucesora, Dilma Rousseff, está inmersa en un proceso de destitución que tiene al país en una crisis política de consecuencias impredecibles. Brasil no es tampoco ajeno a las turbulencias económicas que padece el mundo desde 2008. El real se ha depreciado en los últimos años y el Estado no esconde sus penurias económicas.
Las rivalidades deportivas y políticas en Sudamérica son conocidas. Según el diario “O Globo”, los presidente de Brasil, Michel Temer; Argentina, Mauricio Macri, y Paraguay, Horácio Cartes, se reunirán durante los Juegos para discutir sobre la crisis en el Mercosur y la disputa con Venezuela por la presidencia del bloque.
En Argentina -y el Mundial de 2014 fue clara prueba-, se celebra como un triunfo cualquier derrota deportiva de Brasil. Pero en este caso, el éxito de Río 2016 es crucial para las aspiraciones argentinas. “Es un país hermano y queremos que estos Juegos salgan bien”, dijo el presidente del Comité Olímpico Argentino y miembro del COI, Gerardo Werthein.
Sede de los Juegos de la Juventud en 2018, Buenos Aires anhela albergar el evento más pronto que tarde. “No hay ninguna duda de que estaría en condiciones de ser sede de unos notables Juegos Olímpicos”, dijo el presidente del COI, Thomas Bach.
La lista de candidatos está cerrada para 2024, así que la ciudad sudamericana tendrá que anotarse como muy pronto para 2028.
Quizá sea eso, un sueño, porque los titulares en las últimas semanas no fueron precisamente halagüeños: las aguas contaminadas de la Bahía de Guanabara, el virus del Zika, la violencia en las favelas, el tránsito infernal y, finalmente, las deficiencias de la Villa Olímpica, que provocaron amargas quejas de un influyente país como Australia.
¿Los primeros de muchos o los últimos en mucho tiempo para Sudamérica? La respuesta a esa pregunta dependerá probablemente de lo que pase en las próximas dos semanas. El diario “The Telegraph” lo tiene claro: “Cada cuatro años es siempre la misma historia”, escribió. “Olviden a los agoreros, Río será un éxito”. (DPA)