“Ilarraz se encuentra bien, es una excelente persona, con un estado de ánimo muy firme. Se encuentra en Tucumán, donde tiene domicilio establecido”, declaró Jorge Muñoz, uno de los abogados de Justo José Ilarraz. En una extensa entrevista concedida a un portal tucumano, Muñoz desestimó la posibilidad de que el sacerdote se siente en el banquillo de los acusados este año, por más que el juez de Transición N° 2, Pablo Zoff, haya elevado a juicio oral la causa. Ilarraz está acusado por la Justicia entrerriana de haber abusado de siete menores de edad cuando era prefecto de disciplina del seminario de Paraná. Los casos se habrían producido entre 1985 y 1993.
A todo esto, Ilarraz mantiene un perfil bajísimo y aprovecha el cobijo que encontró en Tucumán. Una red de amistades lo preserva de miradas indiscretas y lo mantiene socialmente activo. Además, oficia de espada defensora en las redes sociales cada vez que asoma a la palestra la condición de presunto abusador de Ilarraz.
Al frente del Sagrado Corazón de Jesús, donde estuvo incardinado Ilarraz, figura el presbítero Hugo Delgado. La vida parroquial sigue su marcha, aunque la figura de Ilarraz no deja de sobrevolarla. En la activa cuenta de Facebook que mantiene el Sagrado Corazón hay una reveladora entrada del pasado 1 de julio. Dice -textual-:
Queremos agradecer a los sacerdotes que ayudaron con su mision pastoral a que nuestra comunidad de fe sea hoy llamada PARROQUIA. P.Robledo P. Sebastián P. Valle (P Eduardo P. Juan misioneros redentoristas) P Fernando Cornet P. Gregorio (sacerdote ermitaño) P.Jesús Pastor P. Pablo Valdez P. Justo P. Abel P Jorge y nuestro actual Padre Hugo Delgado.
A Ilarraz se lo sigue distinguiendo en Monteros como Padre Justo. Quien lo sigue en la cita es Abel Peñaloza, el sacerdote designado para reemplazarlo cuando estalló el escándalo e Ilarraz fue separado del cargo. Monteros pertenece a la diócesis de Concepción, cuyo obispo -José María Rossi- subraya cada vez que lo consultan sobre el tema que nunca recibió denuncias de abusos que hayan involucrado a Ilarraz.
Justo es recordar que Ilarraz aterrizó en Tucumán cuando el obispo de Concepción era Bernardo Witte. Lo llamativo es que había dejado los hábitos y vivía como un laico más en Buenos Aires. Ilarraz volvió a calzarse la sotana a partir de la propuesta de radicarse en Monteros. La de Witte -fallecido en 2015, a los 88 años- es una historia particular y polémica. Denunció las penurias a las que había sido sometido en un supuesto campo de concentración estadounidense, donde mataban de hambre a los prisioneros de guerra. Witte era alemán y había combatido en el ejército del III Reich. Pero a no desviarse del tema.
La situación procesal de Ilarraz se mantiene sujeta a las permanentes maniobras que sus abogados (Muñoz y Juan Ángel Fornerón) ensayan en los Tribunales entrerrianos. No está incardinado en parroquia alguna, pero sigue autorizado a dar misa en forma particular. Por ejemplo, en su casa.
Los letrados apelaron la elevación a juicio oral dispuesta por Zoff y ahora la decisión está en manos de la Sala I del Tribunal de Juicios y Apelaciones. Esta clase de tácticas dilatorias son una constante desde septiembre de 2012, cuando se inició la investigación que alcanza ya los 12 cuerpos. Mientras tanto, Ilarraz deposita su fe en la Corte Suprema de la Nación, ya que presentó un recurso extraordinario con un pedido concreto: la prescripción de la causa, habida cuenta de que pasaron más de 20 años desde los hechos denunciados por los ex seminaristas.
Cuando el abogado Muñoz declaró que Ilarraz no sería juzgado este año sabía de lo que hablaba. La sensación es que cada vez que el círculo parece cerrarse aparece un elemento nuevo, capaz de proporcionarle al ex párroco nuevas dosis de oxígeno. Ese que respira en las calles tucumanas.
Como si el caso Ilarraz no fuera suficiente, la Iglesia de Entre Ríos atiende otro frente de tormenta desde que la Justicia allanó un convento de carmelitas descalzas en Nogoyá. La revista Análisis denunció que las hermanas estaban sometidas a durísimas condiciones de vida en el claustro, incluyendo torturas y desnutrición. El fiscal Federico Uriburu encontró látigos y cilicios durante la recorrida, concretada pese a la oposición de la madre superiora. La noticia corrió por el país, generando posturas impensadas a esta altura de la historia. Casi un debate medieval sobre el valor de la autoflagelación y los tormentos. El arzobispo de Paraná, monseñor Juan Puiggari, explicó que las monjas sólo se torturaban los viernes y durante un ratito.