En estos últimos días en los que la nieve se instaló por largas horas en la zona de los valles tucumanos, los vecinos y habitantes de Tafí del Valle, El Mollar y, sobre todo, quienes viven o necesitan ir y venir hacia y desde Amaicha del Valle, Ampimpa, Los Zazos y otras poblaciones vallistas, volvieron a sufrir en carne propia una situación de aislamiento y semiabandono a las que una aparente imprevisión y ciertas limitaciones operativas con la que las autoridades enfrentan estas circunstancias los tiene prácticamente a la buena de Dios en muchos inviernos. Con la caída de aguanieve, y el pronto congelamiento de la calzada, y de manera preventiva, las autoridades viales de la provincia disponen la interrupción del tránsito en gran parte de la única ruta que comunica los valles con el llano y el resto de la provincia -la ruta 307- y, casi como efecto inmediato, avisan que no se podrá circular hasta Amaicha del Valle. Se trata de un manejo defensivo de la situación, que aunque entendible, desnuda en realidad las limitaciones logísticas y las faltas de respuestas a una inveterada problemática que enfrenta esa importante zona de la provincia, cada vez que las inclemencias del tiempo se presentan en esos caminos.
Resulta un poco inexplicable que con toda la tecnología disponible para conocer la evolución y el pronóstico del clima de forma anticipada y con una logística que está al alcance de la mano para apoyar el trasiego de vehículos ante las dificultades que puede ocasionar la caída de nieve, que la Dirección Provincial de Vialidad, la Secretaría de Obras Públicas, las municipalidades y comunas de esas zona reaccionen casi siempre con las limitaciones en la circulación de vehículos como prácticamente única disposición de seguridad.
A diario se conocen los operativos de prevención y cuidado que ponen en marcha cuando llega el invierno a lugares donde la nieve es un trance mucho más severo y llega a complicar la vida de pueblos y regiones enteras. Pero también se advierten que en esas zonas se preparan con tiempo suficiente, estratégicamente y con todos los recaudos posibles para enfrentar esa problemática sin que entorpezca de forma abrupta y particularmente crítica el movimiento cotidiano de esos pueblos. Es decir: son conscientes de que en una determinada época del año va caer nieve, o bien que las bajas temperaturas se van a instalar por horas y días y de que esa situación no puede sorprenderlos en el abastecimiento de mercaderías, en la actividad comercial, en el tránsito por las rutas, en la provisión de energía, en la atención sanitaria, en el cuidado de las comunicaciones, etcétera. En otras palabras, las autoridades tucumanas tienen a disposición toda la información y el tiempo para atender un proceso sin que se vean sorprendidos o acaso desbordados por la inclemencia atmosférica. Las noticias de que buena parte de los valles se quedaron sin energía eléctrica por la caída de nieve, con todas las complicaciones que esa contingencia trae aparejada para calefaccionar hogares, escuelas, colegios, oficinas públicas y hoteles podrían considerarse como un ejemplo de la imprevisión y el desorden con la que se enfrenta la situación. Igual o tanto más grave es la respuesta que los responsables de gestionar esa crisis climática tienen a mano para referirse a lo que ocurre un poco más allá de Tafí del Valle: esos poblados directamente parecen quedar fuera del cuidado ante los fenómenos en los que el clima parece desbaratar las preocupaciones de los funcionarios. Una solución responsable, comprometida y definitiva resulta urgente para atender estas vicisitudes, que -como queda expuesto- son perfectamente previsibles y contemplables antes de que sucedan.