Los micrófonos están abiertos hoy 24 horas. Preguntan, en busca de titulares que suelen ir por sangre. Y si uno cae en la trampa, de poco sirve argumentar luego -aunque tenga razón- que fue “descontextualizado”. Por ejemplo, cuando era DT de Argentina, Marcelo Bielsa canceló sus charlas off the record con la prensa el día que un periodista violó el acuerdo y corrió a su radio para contar todo. A partir de allí estableció conferencias de prensa para todos y todas. Sin límite de duración. Tratamiento igual para Fox y para “La Voz del Rioba”. Para Fernando Niembro y “Minguito” Tinguitella. Los dueños de los micrófonos, claro, lo tomaron como un desplante. Creyeron que si pagaban derechos sobre imágenes eso incluía también a las personas. Así maltrataron a Bielsa apenas se les presentó la oportunidad. También muchas de las críticas que recibe José Pekerman en Colombia se deben a la decisión del DT de no dar entrevistas exclusivas. Algunos eligen periodistas amigos. Otros deciden hablar sólo en conferencia de prensa. Y los medios más poderosos, se sabe, no soportan tratos tan igualitarios.
Comenzando a comprender
Edgardo Bauza ha tenido siempre un trato muy abierto con la prensa. Desfiló por una maratón de programas cuando asumió como nuevo DT de la Selección. Se cuidó de no dejar a casi nadie sin su palabra “exclusiva”. Pero ya no es más un entrenador de equipo -grande o chico-. Es un DT de selección. De la selección número uno en el ranking de la FIFA. Y que, además, tiene al mejor jugador del mundo. “El Patón” ha comenzado a comprender que, tal vez, deberá regular mejor las entrevistas. O pensar dos veces antes de dar algunas respuestas. Fue absolutamente innecesario el enojo público que tuvo con Barcelona por la cantidad de partidos que ha jugado Messi en las últimas semanas. El club catalán eligió un elegante silencio como respuesta oficial. Sus diarios más cercanos sí replicaron con dureza a Bauza. Y la AFA pidió disculpas. Aquí no juegan sólo el poder del club empleador, que paga el salario del astro. Ni el de la federación nacional. También juega el poder de una marca llamada “Lionel Messi”. Bauza, en rigor -y dicho de ninguna manera de modo peyorativo-, es un “recién llegado” a esa relación que tiene mucho pasado y que está lejos de terminar. Además, Leo, a su beneficio y a veces a su pesar, es una corporación en sí mismo. Quien hable de él tendrá titular de prensa asegurado. No suele ser el mejor camino para acercarse a Messi, que siempre fue amigo del bajo perfil.
El DT más polémico de todos estos últimos años -no “vendehumo”, porque su trayectoria está llena de títulos- es tal vez José Mourinho. Un nuevo libro y su Manchester United, que se desnudó más vulnerable de lo que se pensaba, reubicaron estos días al DT portugués en el centro de la escena. Ayer goleó 4 a 1 al campeón, Leicester, del italiano Claudio Ranieri. Pero mandó al capitán, Wayne Rooney, al banco de suplentes, junto con Sergio Romero y Marcos Rojo. La polémica se atenuó porque cortó una inesperada seguidilla de derrotas, iniciada justamente contra el Manchester City de su “enemigo” eterno, Pep Guardiola. “El nuevo fútbol -había dicho “Mou” días atrás- está lleno de Einsteins, que han querido borrar 16 años de mi carrera; pero está todo bien, porque necesitan dinero para trabajar. Ellos -siguió sobre sus críticos- no pueden entrenar, ni sentarse en el banco, ni ganar partidos. Sí pueden hablar, escribir y criticar el trabajo de otros. Soy un hombre caritativo. ¿Por qué no alimentar a los Einsteins?”.
El triunfo contra Leicester no achicó el impacto que provocó “José Mourinho, íntimo y personal”, el flamante libro escrito por el periodista Rob Beasley. No importan tanto los palos de Mourinho a Florentino Pérez ni a Zinedine Zidane, el DT inexperto, pero que ganó la Champions, el título que Mou no pudo obtener con Real Madrid (“El ‘presi’ -dice el portugués- piensa en Zidane por su nombre y estatus, pero (Zidane) no hizo una mierda con el Castilla”). No importa porque Mourinho ya no está en la Liga de España. Ahora está otra vez en la Premier League y por eso sí alimentó la polémica la referencia de “Mou” al DT francés del Arsenal, Arsene Wenger. Lo califica de “especialista en fracaso, que no ha ganado un título en ocho años” (serie cortada con la FA Cup 2013-14). Cuenta de un cruce entre ambos (cuando “Mou” dirigía Chelsea, clásico rival de Arsenal en Londres). Y dijo que sólo esperaba que Wenger criticara a a su equipo. “Me lo voy a encontrar afuera de la cancha -afirmó- y le voy a romper la cara”. La prensa, inevitable, buscó entonces a Wenger para que respondiera a Mourinho: “no voy por la vida en modo destructivo -respondió Wenger-, sino en modo constructivo. No voy a responder porque estoy centrado en el partido de mañana”.
El partido de mañana fue el de ayer. Arsenal dio un show de la mano del alemán Mesut Ozil. Ya en el primer tiempo liquidó su fácil triunfo 3 a 0 contra Chelsea, de Antonio Conte, el ex rey del calcio -con la Juventus- y de la selección italiana. No fue un partido más. Sirvió para celebrar los 20 años de Wenger como DT de Arsenal. Alex Ferguson aparte, es imposible encontrar un caso similar hoy en el fútbol mundial. Más aún si decimos que, en esos 20 años, Wenger ganó sólo tres veces la Premier (1997-98, 2001-02 y 2003-04, este último invicto). No ganó copas europeas (perdió la final de la Champions en 2006, contra el Barcelona de Messi) y 11 de los 15 títulos que logró en sus 20 años con Arsenal fueron obtenidos en la primera década. “Tú eras el futuro”, lo criticó días pasados el titular de un diario, por esta segunda década menos gloriosa. ¿Cómo explicar entonces la permanencia de “Le Professeur”, como se apoda al economista francés nacido hace 67 años en Estrasburgo, en un fútbol cada vez más dominado por la cultura del éxito rápido?
Wenger fue uno de los primeros DT extranjeros exitosos en un fútbol insular, creído de que no necesitaba de aportes foráneos para mejorar. “Arsene who?”, se burló, entre otros, el Evening Standard cuando Arsenal anunció la contratación de un DT francés, que venía de trabajar en Japón y que modificó primero la alimentación de sus jugadores. Básico, pero valiente en una Liga cuyos jugadores tenían cultura de alcohol, afirmó que no era bueno jugar al fútbol después de tomar cerveza. Tenía en su propio equipo a un jugador que fue alcohólico (Tony Adams) y que, en esos conflictivos primeros años, criticó su estilo de juego. Porque Wenger atacó también la cultura del pelotazo y del balón siempre hacia delante pero a dividir. Dijo que se podía mantener la cultural del fútbol-espectáculo, pero con un juego de pase y posesión, más técnico y menos físico. Más difícil aún de imponer en un equipo como Arsenal, con fama de guerrero, pero poco estético. Basta leer el fabuloso libro “Fiebre en las gradas”, de Nick Hornby, para saber cómo jugaba Arsenal.
Casi 800 partidos en 20 temporadas. Arsenal, es cierto, pudo no haber ganado lo suficiente. Pero jamás quedó afuera de los cuatro primeros de la Premier League. Y, acaso más importante aún, Wenger jamás alimentó el show extrafutbolístico de la pelea, el insulto o la prepotencia. Y que, cada vez que fue tentado por los micrófonos que buscan sangre, supo decir no.