Los Juegos Olímpicos se desdoblan, separados por las capacidades físicas diferentes de los atletas que protagonizan cada competencia. Primero los convencionales, después los discapacitados. En Río de Janeiro se apagó el pebetero olímpico, pero la polémica es la que no se extinguió. Los casos de doping en ambas citas dejaron un ambiente candente.
Incluso los atletas paralímpicos, que en el colectivo imaginario se los relaciona con situaciones de esfuerzo y superación más cercanas todavía al espíritu olímpico, han recurrido a prácticas tramposas.
Argentina quedará como protagonista en ese aspecto por Jorge Lencina. El yudoca que había logrado el diploma olímpico en la categoría hasta 90 kilos B3 ingirió una sustancia prohibida, clomifeno, y reconoció su error. “Asumo mi culpa, porque no hubo ni médicos ni nadie de por medio. Fue algo personal”, confesó Lencina, que esgrimió haber ingerido la sustancia por un tratamiento de fertilidad que finalmente suspendió a principios de año.
Si bien lo del cordobés, que no comunicó la situación a los jefes de delegación, puede, o más exacto aún, debe ser tomado como una tremenda desprolijidad por parte del atleta, se suma a otros hechos que encendieron las alertas en el Comité Paralímpico Internacional (CPI). Las marcas mundiales que se quebraron en los primeros cuatro días de los Paralímpicos superaron los 100 registros. No dejó de llamar la atención también que el medallista de oro en los 1.500 metros haya logrado un mejor tiempo con su discapacidad visual leve que el campeón olímpico convencional consagrado hace más de dos meses.
Vale destacar que en los Juegos Paralímpicos hay que contemplar la posibilidad de que las prótesis que algunos atletas utilizan pueden ser el motivo de la mejora en sus rendimientos. Pero más allá de eso, los episodios llaman a la reflexión de las autoridades del CPI. La actitud puede ser tomada hasta como un efecto colateral del escándalo por el doping sistemático en el atletismo ruso: el deporte paralímpico no quiere ser otro mal ejemplo.
Philipe Craven, presidente del CPI, reconoció deficiencias en los sistemas de control y advirtió que deben aprender alguna lección. “Los tests antidoping cuestan mucho dinero. Pero no creo que el doping sea un gran problema. Pero que lo hay, lo hay, sobre todo en el levantamiento de pesas”, admitió Craven.
Los deportistas paralímpicos también son sometidos a exámenes antidoping, pero no con la misma rigurosidad que los olímpicos convencionales. Según los registros, en 2015 se hicieron cerca de 1.200 pruebas en el deporte para personas con discapacidades físicas. La Agencia Mundial Antidopaje, en cambio, según sus reglas puede realizar controles a los atletas de alto rendimiento en cualquier momento y lugar. ¿Será que Río 2016 marcará una unión poco deseada entre el deporte convencional y el adaptado? Todo indica que sí y que en Tokio 2020 la diferencia se convertirá en igualdad, al menos en lo que al sistema de control de sustancias prohibidas se refiere.