A la cabeza de un hipotético ranking de razones por las cuales Tucumán se lamentará durante toda la semana, no está la de haber perdido el partido más determinante de su fixture, el clásico contra Buenos Aires: está la de haberlo hecho después de entrar al segundo tiempo con una ventaja de 15 puntos en el tanteador. Los “Naranjas” parecían tener todo bajo control, pero cometieron el más grave de los errores, ese que casi les cuesta la pérdida de la categoría el año pasado: dejar vivo al adversario en lugar de asestarle el golpe de gracia. ¿Exceso de confianza, desgaste físico, un arbitraje localista o una mezcla de todo eso? Poco importa ya: lo cierto es que las “Águilas” aprovecharon el resquicio que les dejó Tucumán para levantarse en el complemento, convertir la derrota en triunfo (24-23) y rapiñar los cuatro puntos que su rival se llevaba.
Resulta difícil comprender cómo es que Tucumán pudo haber caído en tal pozo de desconcentración luego del sólido primer tiempo que había redondeado. Más allá del buen inicio de Buenos Aires, esa primera mitad se jugó bajo términos “naranjas”. Buenos movimientos en ataque, combinados con una defensa bien ubicada y agresiva, le dieron a los tucumanos el dominio por 18-3 en el tablero parcial.
Cierto es que algunos fallos del árbitro Emilio Traverso pueden ser materia de debate (como el try anulado a José Barros Sosa en el primer tiempo), pero no debe buscarse allí la razón de la derrota, sino en la inexplicable sucesión de errores y penales que cometió Tucumán en la última parte. Buenos Aires aprovechó el desconcierto para ir descontando y su apertura, Gonzalo Gutiérrez Taboada, se encargó de dar la estocada con un preciso drop. El traspié deja a Tucumán en una disyuntiva incómoda: ganarle a Córdoba o bajarse de la lucha.