Tardó demasiado en llegar según los ingleses, pero vino con un pequeño plus, que lo convirtió en el mejor regalo que podrían haber recibido.
Después de celebrarse siete ediciones de los mundiales, Inglaterra logró ser sede en 1966. En ese país, que se considera el creador del fútbol, nadie entendía que la FIFA le hubiera dado la espalda en las organizaciones de las primeras citas.
Pero el 22 de agosto de 1960, la entidad madre del fútbol designó a Inglaterra como sede para el torneo de 1966, como regalo de cumpleaños por el centenario de la Federación de fútbol, que iba a celebrarse en 1963. Hasta ahí todo parecía normal, pero lo cierto es que los regalos para los ingleses iban a seguir durante el campeonato.
Lo escandaloso del caso fueron las ayudas arbitrales que recibió el seleccionado inglés para poder levantar la Copa por primera y única vez en toda su historia.
Tras una primera fase en la que los locales casi que sellaron un mero trámite ganando dos de los tres juegos, marcando cuatro goles, dejando su valla en cero y proclamándose líderes en su zona por encima de Uruguay, México y Francia, los papelones saltaron a escena durante la etapa definitoria de la competencia.
En cuartos de final, los ingleses se toparon con Argentina y para evitar cualquier tipo de peligro, apareció una “mano negra”. El árbitro alemán Rudolf Kreitlein expulsó durante el primer tiempo al capitán Antonio Rattín. Supuestamente, el juez argumentó que el volante central de Boca lo había insultado mientras protestaba una falta. Pero esa no fue la única artimaña.
La gran polémica del juego llegó en el minuto 78. En una clarísima posición adelantada, Geoffrey Hurst marcó el tanto con el que los locales se sacaban de encima a Argentina. Fue el primer “golpe comando” del dueño de casa, pero no el único.
En semifinales, Inglaterra debía enfrentar a Portugal en Liverpool; así lo indicaba el calendario del Mundial. Pero en una decisión que dejó más dudas que certeza, desde la organización decidieron mudar la sede a Wembley. Y si ese cambio de escenario fue polémico, ni hablar de lo que fue el juego entre ingleses y portugueses.
Pierre Schwinte, juez francés que dirigió ese duelo, omitió varias manos dentro del área de los defensores locales, las que hubieran significado penales a favor de Portugal. Así, con “viento a favor”, Inglaterra redondeó un 2-1 ajustado para meterse en el duelo decisivo de la Copa. Justo contra Alemania Federal, un equipo durísimo que quería levantar su segundo trofeo en la historia.
Pero claro, Inglaterra estaba a un paso de subirse a lo más alto del podio y en ese país nadie quería dejar pasar la chance. Las ayudas lo habían dejado cara a cara con la gloria y la idea general era dar el último paso.
De esa manera llegó, quizás, uno de los grandes “robos” en la historia de los mundiales. Luego de igualar 2 a 2 durante los 90 minutos reglamentarios, en un partido de cambiantes alternativas, los locales decidieron que era el momento para dar el golpe.
Geoffrey Hurst sacó un remate seco que se estrelló en el travesaño; la pelota picó claramente fuera de la línea de sentencia pero el árbitro suizo, Gottfried Dienst, apoyado en el juez de línea soviético Tofik Bakhramov, dio como válido un gol que rápidamente tomó el mote de “fantasma”.
“No vi entrar la pelota, pero Dienst descargó sobre mi espalda toda la responsabilidad y no tuve más remedio; ¿qué podía hacer?”, aseguró varios años más tarde el propio Bakhramov sobre la polémica que definió la lucha.
Más allá de que Inglaterra amplió el resultado sobre el final, los jueces parecieron unirse a la fiesta inglesa en un Mundial que pareció armado para que el local se sacara la dolorosa espina.
Pickles, el gran héroe con trágico final
Fue casi como un golpe de película. El robo de la Copa “Jules Rimet” sacudió al mundo durante la previa del gran cita futbolística en Inglaterra.
El trofeo llegó a Londres el 5 de enero de 1966, y durante varios meses fue expuesta al público en general en una exposición de sellos en el Central Hall de Westminster.
Pero unos ladrones de guante blanco decidieron que era el momento de dar el golpe y sembrar pánico en el mundillo futbolero.
Durante la tarde del 20 de marzo de ese año, y a pesar de estar custodiado por seis guardias, el gran trofeo, valuado en 3.000 libras esterlinas, desapareció casi sin dejar huellas.
Durante una semana, nadie pudo aportar datos fehacientes y de poco sirvió la búsqueda de la Scotland Yard. Pero lo más curioso del caso es que, a pesar del enorme operativo por recuperar la “joya”, el que lo encontró fue Pickles, un perro blanco y negro, que se transformó en un héroe mundial.
Siete días después del robo, el can paseaba en un parque del barrio de Bealah Hill, al sur de Londres acompañado por su dueño David Corbett, cuando se topó con el trofeo que estaba envuelto en papel de diario. Por ello, cuando Inglaterra se consagró campeona del Mundo, la Federación inglesa invitó al héroe canino a la fiesta de celebración para que pudiera lamer los platos de los jugadores tras la cena como recompensa.
Corbett, dueño de Pickles, recibió 6.000 libras por su hallazgo mientras que uno de los ladrones, Edward Betchely, fue condenado a dos años de cárcel. Pickles fue protagonista de la película “El espía con la nariz fría”, en el que se contaban detalles de su misión. Falleció un año después de saltar a la fama, al ahorcarse con su correa al intentar atrapar un gato en su jardín.