Hacen hoy dos siglos que se desarrolló, el domingo 5 de abril de 1818, entre las 12 del día y las 6 de la tarde, la batalla de Maipú o Maipo. Librada bajo el comando en jefe del general José de San Martín, selló la libertad de Chile y fue una de las acciones bélicas más importantes en la historia y destino de la revolución continental. “Quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa de Rey desde México hasta el Perú”, escribe el historiador Bartolomé Mitre. Sin Maipú, no se hubieran producido la batalla de Boyacá ni la definitiva de Ayacucho.
Maipú se denominaba una llanura acotada al este por el río Mapocho; al norte, por los cerros previos al valle de Aconcagua; al sur por río Maipo y al oeste por lomadas y montículos. Fue el terreno elegido por San Martín para enfrentarse con las tropas realistas que mandaba en jefe el general Mariano de Osorio. Ese domingo era, según el viajero inglés Samuel Haigh, un día delicioso. No había una nube en el cielo, cantaban los pájaros y soplaba una brisa perfumada.
Más de 10 mil
La fuerza patriota era de 4.900 hombres, con 21 piezas de artillería. La de los realistas sumaba 5.500 hombres y 12 piezas. San Martín dividió su ejército, colocado en la elevación Loma Blanca, en tres cuerpos, formados en dos líneas. El que mandaba Juan Gregorio Las Heras cubría el ala derecha, el de Rudecindo Alvarado el ala izquierda, y un tercer cuerpo, de reserva, en segunda línea, era responsabilidad de Hilarión de la Quintana. El mando general de la Infantería estaba a cargo de Antonio González Balcarce.
EL ABRAZO. San Martín abraza a Bernardo O’Higgins, quien llegó al campo a pesar de su herida en el brazo.
En cuanto a los uniformes, la fuerza patriota “vestía toda de azul: la infantería con correaje blanco cruzado, lo mismo que la caballería, y morriones bajos de cono invertido”. La infantería realista lucía “uniforme de brin blanquecino, con fornitura blanca y morrión de cono invertido; los ‘Dragones del Rey’, chaqueta colorada, calzón claro y botas fuertes a la europea, y el resto de la caballería, uniforme azul”.
Al frente de la Loma Blanca, en otra meseta, estaban los realistas, separados por una angosta hondonada que existía entre los dos cordones de lomas.
Carga tras carga
El sol de la doce del día caía sobre el campo, cuando el ejército patriota inició la acción disparando cuatro de sus cañones. Uno de los proyectiles mató el caballo de Osorio.
Es más que difícil narrar una batalla de modo comprensible y sin que los detalles oscurezcan el relato. Nos parece más ilustrativo suministrar algunos “flashes” de sus alternativas, en cierto orden cronológico.
JOSÉ DE SAN MARTÍN. Su estrategia dio por resultado un contundente triunfo patriota.
- El avance de Las Heras con el 11 de los Andes, nervio de la Infantería, mientras lo apoyaba la artillería de Manuel Blanco Encalada, disparando certeramente por encima de las columnas.
- La violenta carga de Matías Zapiola, con la caballería y los primeros escuadrones de Granaderos, sable en mano, a órdenes de Manuel Escalada y Manuel Medina, todo lo cual permitió a aquel general establecerse en uno de los cerrillos.
- El “orden oblicuo” que ordenó San Martín a Quintana, para atacar la derecha realista con los batallones 1 y 3 de Los Andes y el 3 de Chile, imprevisto y genial movimiento que resultó decisivo para la victoria.
Durísima acción
- El ataque de los Cazadores de los Andes y los Lanceros de Chile, que arrollaron la caballería de la derecha enemiga. Iban a las órdenes de Ramón Freire y de Santiago Bueras –quien murió en la acción- y fueron luego secundados por la división de Alvarado, mientras la artillería de Blanco Encalada tomaba la retaguardia realista.
- Los gritos que atronaban el campo. El famoso batallón realista Burgos, que enarbolaba la bandera de Bailén, se desgañitaba: “¡Aquí está el Burgos!” ¡Dieciocho batallas ganadas, ninguna perdida!”. Por su lado, los patriotas respondían “¡Viva la Patria!! Y “¡Viva la libertad!”.
JOSÉ ORDÓÑEZ. El jefe español luchó con impresionante coraje.
- La retirada del campo de Osorio, tras lo cual su intrépido segundo, José Ordóñez, intentaba desesperadamente desplegar la masa de su infantería; en tanto el Burgos, formado en cuadro, rechazaba, no sin grandes pérdidas, el ataque de la escolta de San Martín, mandada por Ángel Pacheco, y la carga a la bayoneta del 7 del los Andes y el 1 de Chile.
- El forzoso retroceso de Ordóñez, que reconcentró su tropa en la hacienda de Espejo, intentando una desesperada resistencia final.
El final
- La llegada de O’Higgins al galope, con el brazo vendado, al frente de parte de la guarnición de Santiago, y su abrazo con San Martín diciéndole “¡Gloria al salvador de Chile!” a lo que aquél respondió: “¡General, Chile no olvidará jamás su sacrificio, presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta!”.
- El último “flash” puede ser el ataque final de los patriotas a la hacienda de Espejo, en batallones que mandaban Las Heras, Balcarce, Isaac Thompson, José Manuel Borgoño, Blanco Encalada. Los patriotas mataban sin piedad a la bayoneta y se había generado una carnicería que solamente la enérgica intervención de Las Heras pudo hacer cesar.
Los realistas quedaron derrotados después de pelear como leones. En el parte de acción, San Martín ponderaría su valor y empeño. Escribió que le era difícil recordar “un ataque más bravo, más rápido y más sostenido”, y que “jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz”.
Saldo sangriento
El general José Ordóñez, quien había combatido con extraordinaria bravura reemplazando al ausente Osorio, entregó a Las Heras su espada en rendición. Lo mismo hicieron el jefe de Estado Mayor, José Primo de Rivera y los otros oficiales. Narra Mitre que “Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole su amistad y amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio”. Esto porque los exasperados soldados patriotas amenazaban con matarlos.
En el campo quedaron tendidos unos mil realistas muertos, e igual cantidad, entre muertos y heridos, de los patriotas. Los vencedores tomaron prisioneros a un general, 4 coroneles, 7 tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 soldados, además de apoderarse de 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, todo el equipo y las municiones de los vencidos.
El “orden oblicuo”
Los estudiosos han destacado el “orden oblicuo” en la estrategia sanmartiniana de Maipú. Según las obras de referencia, esa maniobra de guerra consiste en rebasar las alas del contrario y replegarse sobre su centro, para romper el centro y batir a su vez las alas dislocadas. Era la que, en la antigüedad, aplicaron Epaminondas y Alejandro Magno.
Según Vicente López y Mitre, cuando San Martín estaba leyendo a Las Heras el parte detallado de Maipú que acababa de redactar, Las Heras le dijo: “General, esto que usted dice aquí, que nuestra línea se inclinaba sobre la derecha del enemigo, presentando un orden oblicuo sobre ese flanco fue, como usted sabe, todo el mérito de la victoria; y puesto así como usted lo pone, nadie lo va a entender”. San Martín sonrió y le dijo:”con eso basta y sobra. Si digo algo más, han de gritar por ahí que quiero compararme con Epaminondas o Bonaparte. ¡Al grano, Las Heras, al grano! Hemos amolado a los godos y vamos al Perú ¿El orden oblicuo nos salió bien? Pues adelante, aunque nadie sepa lo que fue”...
Gloriosa batalla
La batalla de Maipú, exalta Mitre, “fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable, si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo; por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación, y más fuerte por la calidad y número de sus tropas. Fue la inspiración que decidió la victoria”.