Roberto Bisang no esquiva las preguntas, aunque le resulta más desafiante reconvertirlas. El actual coordinador del Censo Nacional Agropecuario del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) cree que ese camino de reconversión permanente es el que debe seguir el campo para ganar competitividad y recuperar terreno en el mapa global. Y ante la consulta sobre si la Argentina sigue siendo el granero del mundo, el economista responde: “por qué no preguntarse si la Argentina puede ser la biofábrica global”. Bisang vino a Tucumán para participar del encuentro regional del NOA, organizado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), en el marco del 65 aniversario de la Federación Económica de Tucumán (FET). Y habló con LA GACETA.
-¿Cuáles son los objetivos para este nuevo censo agropecuario?
-Lo primero que hay que determinar es qué incluye el término campo, la letra A de agropecuario. Es poner el ojo en lo particular más que en lo estructural, como sucedió con el de 2002, porque la unidad censal, la explotación agropecuaria, que antes estaba era muy monolítica y centrada en el dueño de la tierra, ha cambiado, se ha deslocalizado. No se escapa tampoco la idea de que buena cantidad de las producciones hoy se subcontratan y eso va desde la siembra directa hasta la poda; desde el mantenimiento forestal hasta el sistema de vacunación. Todo esto genera un complejo de subcontratistas, pedazo vital para el campo, que puede quedar afuera del censo. Antes todo era granos y ganadería; ahora empezó un proceso de transformación. Lo vemos en caña de azúcar, por caso, que hoy no pasa sólo por el endulzante, sino también por el bioetanol, un valor agregado industrial y bioenergético. Es un campo que hay que medir de nuevo.
-¿Y cómo se proyecta todo esto?
-Lo central es que hay un proceso muy dinámico de reverdecimiento del campo hacia producciones genéticas e industriales en la otra punta. En el medio de todo esto hay un campo que pegó un salto tecnológico que no ha podido ser medido desde 2002. Y el Indec también cambió. Los cinco formularios que antes se llenaban ahora se sustituyen por una tablet, con aplicativos móviles. Ganás en calidad y en tiempo; ahora es más fácil para realizar los controles de los cuadros.
-¿Cree que los hombres de campo colaborarán con todos los datos que ustedes requieren para hacer el censo?
-El campo necesita un censo. Lo que vemos en este tipo de reuniones con productores es que es necesario hacerlo porque muchos sostienen que no se valora la potencialidad que el campo le da al país y que desde la ciudad sólo se lo ve como un sector primario. Y esa percepción puede explicarse por la falta de datos para mostrar. Pero también hay necesidad de saber el tamaño del mercado, los jugadores que hay, el destino de la producción y los productores que hacen bioenergía. El campo necesita parámetros de actividad para anclar inversiones sustantivas.
-Pero siempre hay temor a que los datos tengan un uso fiscal...
-En el Censo, el Indec releva valores físicos. Esto es existencia de maquinarias, de cantidad de áreas cultivadas o producción de algunos cultivos. No tiene ni una pregunta monetaria; no es como el censo norteamericano que pregunta, por ejemplo, sobre la hoja de balance. Aquí hay un secreto estadístico y el censo es obligatorio por ley. La base de datos del Indec no se cruza con ningún organismo fiscal. Con las experiencias acaecidas, no estamos dispuestos a repetir errores del pasado.
-Siempre se dijo que el campo se concentra en pocas manos. ¿Es verdad o mito?
-Permítame hacer una disquisición académica, olvidándonos de la cuestión censal. Primero, hay que demostrar si ser grande es malo. En teoría económica, tiene un corte conceptual. En muchas actividades, particularmente las industriales, donde hay fenómenos de escala, a medida que se crece van bajando costos y precios, tendencialmente. Eso empieza a ocurrir cuando el campo se vuelve industria. En tanto y en cuanto un productor decida ingresar al modelo agrícola, no hay limitaciones en el mercado de arrendamiento; puede desarrollar su actividad sin máquinas ni tierras.
-¿La Argentina es o ha sido el granero del mundo?
-La Argentina tiene una participación muy baja en los mercados globales. En algunos, es relevante, pero no tiene condición de fijador de precios, pero tal vez sí puede tener incidencia en ellos. El país puede tener una posición global interesante en limones; es relevante en soja; también en biodiésel y hasta en el comercio del maíz, por la cantidad de grano que vende sin elaboración. Pero no es la imagen del trigo y del lino que nos posicionó como granero del mundo a principios del siglo pasado. Eso ha sido reemplazado, en parte, por la soja. A mi me gustaría que se pregunte, por ejemplo, si la Argentina puede ser la biofábrica global.
-¿Se puede?
-La Argentina tiene biomasa y eso se potencia más por su ubicación geográfica y por la genética que se desarrolla. La Argentina tiene una magnífica genética vegetal. Esto significa que tiene una industria semillera desarrollada, una de las mejores del mundo que también se observa en la genética bovina que pasó de cuatro razas originales a mezclarlas con otras reconocidas y hasta otras sintéticas.
-¿Por qué hay una idea generalizada que la economía argentina está muy primarizada?
-La percepción general es peor si le agregamos que muchos piensan que somos anodinos tecnológicamente y no generamos empleo en el uso renovable. Mi sensación, primero, es que eso responde a una cultura urbana en la fijación de ciertos parámetros. Pero creo que esa percepción es completamente diferente si uno va a un pueblo que vive del campo. Lo segundo que tengo para decir es que los datos para sustentar una posición de tal naturaleza no están. El Censo Nacional Agropecuario va en esa dirección, a redefinir lo que es el campo y el valor que tiene respecto del imaginario político urbano. Pero las propias estadísticas están pensadas en el sector primario y el industrial. Y la importancia del campo en el esquema socioeconómico es sustantiva. Podríamos hacer analogías y decir, por ejemplo, que mientras el campo padeció la sequía, muchas ciudades cercanas a este tipo de actividades terminaron cecándose también. Esa es una evidencia de que el campo es el motor de la economía.