Diego Grinblat lleva 22 años viviendo en Tel Aviv. Es odontólogo (egresó en la UNT) y se especializó en ortodoncia en la Universidad de Tel Aviv. Confiesa que extraña el concepto de amistad y las comidas tucumanas. Se casó en Israel con Marlene, una venezolana que le dio dos hijos. Pese al desarraigo, este tucumano le agradece a la tecnología estar en contacto con sus parientes, con sus amigos, y con su “deca” querido. Sigue las noticias a través de LAGACETA.COM. Anoche compartió la recepción que hizo el embajador argentino en Israel, Mariano Caucino, al gobernador Juan Manzur y a la misión de científicos, empresarios, académicos y funcionarios tucumanos.
¿Por qué una misión a Israel? Los académicos dicen que es necesario el intercambio por la tecnología que puede aportar este país a Tucumán y por la especialización que pueden recibir los profesionales de uno y de otro país en las casas de altos estudios. Los científicos comparten esa concepción. Los empresarios fundamentan su respuesta en las políticas de apertura de nuevos mercados. El gobernador sostiene que la provincia debe seguir mostrando todo su potencial al mundo y que siempre hay puertas para abrirles a todas las disciplinas, más aún en el año que se celebran las siete décadas desde la independencia israelí.
Israel es un país de fuertes contrastes: convive la modernidad de una ciudad que se desarrolla en infraestructura y en materia inmobiliaria con las tradicionales piedras de Jerusalem, la histórica ciudad religiosa, con la mayor población israelí, casi la misma cantidad de habitantes de la capital tucumana casi 800.000 personas). Las playas que dan hacia el Mar Mediterráneo han convertido a Tel Aviv, por ejemplo, en una ciudad propicia para los veganos, por el consumo saludable. Es más moderna y habitada por otros 400.000 ciudadanos de distintas creencias y nacionalidades. Haifa es la tercera en importancia: cerca de 250.000 habitantes.
La vida en este país tiene sus costos. El salario mínimo en esta parte de Asia promedia los 7.000 shequels (cerca de $ 70.000). Una familia tipo requiere alrededor de 12.000 shequels (agregue un cero para la conversión a pesos argentinos). Eva, una guía turística española radicada en la capital israelí, dice que –desde niños- los pobladores se preparan para potenciales ataques bélicos. Por caso, menciona que los habitantes cercanos a la franja de Gaza tienen 20 segundos para refugiarse en los Miclat (refugios públicos) construidos con fines de protección. “En Tel Aviv hay más tiempo; el promedio es de un minuto y 20 segundos, aunque está protegida por lo que se llama la cúpula de hierro (protección antimisilística)”, indica. En occidente, la creencia popular es que toda esta región es de conflicto. Sin embargo, en las playas, los habitantes capitalinos respiran una sensación de bienestar; desde las 4 y hasta las 16 hacen ejercicios, se reúnen en bares, navegan o simplemente disfrutan del Mediterráneo. A esa hora cae el sol y la mayoría de las persianas de los comercios de este país. En este país, la seguridad es cuestión de Estado, como también la memoria. El museo del Holocausto (Yad Vashem) es la clara muestra que testimonia ese trágico momento de la historia. Los árboles que conducen hacia el recinto donde se observa la historia negra que pasó este pueblo; personifican a “los justos entre naciones”, aquellas personas que no profesan la fe judía pero que se arriesgaron para salvar a los israelíes. Cada planta tiene un nombre. El museo es como una cuña triangular que conduce hacia el horror. Los archivos fílmicos, las vestimentas de prisioneros, fotografías y cartas dan cuenta de lo sucedido en el pasado. También los archivos de algunas de las 6 millones de personas que murieron durante el Holocausto. Israel no olvida, pero siempre tiene una mirada esperanzadora, dice el rabino Daniel Levy, como modo de cierre de la visita al museo.
La primera jornada de la gira comercial, científica y académica se cerró anoche en la residencia del embajador argentino. “Uno siente ese calor tucumano”, dice a LA GACETA Glinbat. Las empanadas fueron parte del menú, amenizadas con el canto de Coqui Sosa, cuya tía Mercedes es recordada en este país, como una de las cantantes más populares de otras latitudes. Coqui canta “Luna Tucumana” en hebreo, un idioma que el músico aprendió básicamente como lo hizo Grinblat en la Escuela Integral Argentina Hebrea Independencia de Tucumán, antes de radicarse en este país de fuertes contrastes.