Mucho peor que tener una sola idea es tener muchas y no saber cómo llevarlas a la práctica o, peor, meterlas a todas en una ensalada indigerible: he ahí el nudo de la cuestión entre Lionel Scaloni y su Selección experimental, la que el viernes dejó una penosa imagen en el “Wanda Metropolitano” de Madrid, en la dura derrota ante Venezuela por 3-1.
Ni un Lionel Messi que jugó un gran primer tiempo, un aceptable segundo tiempo y que al cabo fue el puntaje más alto, y por diferencia, alcanzó a disimular el profundo descalabro estratégico y estructural.
A decir de Scaloni, no hubo problemas de sistema, pero sí de actitud, con lo cual, a buen entendedor, pocas palabras: la plena responsabilidad de lo sucedido correspondió a los jugadores.
Una verdad a medias, o una falacia, lo mismo da: hubo errores estrictamente individuales, como el del primer gol venezolano o el de la infracción evitable, pueril, de Juan Foyth, que derivó en el tercero, pero deslizar siquiera que Argentina fue un equipo apenas lesionado por un puñado de errores con nombres propios supone un verdadero insulto a la inteligencia.
Un insulto a los muy entendedores, a los más o menos entendedores y a los entendedores del ciclo básico.
No será indispensable demasiada cátedra ni perspicacia para deducir que salvo algunos tramos, fragmentos de fragmentos, a veces menos por juego que por arrebato emocional y las más por el don impregnador de Messi, la Selección no alcanzó siquiera la dimensión de un equipo.
Fue, más bien, la negación de un equipo.
Y eso, pese a que se la pasó como bola sin manija de módulo en módulo: tres en el fondo, cinco, cuatro...
Sin mediocampo, sin un jugador de quite y contención hecho y derecho, sin sincronía entre las líneas, sin compromiso ni asociación para ir y para volver, competir en el primer nivel se vuelve arduo y tortuoso, incluso con un rival de materia prima austera, como Venezuela.
El autor del segundo gol venezolano, John Murillo, está yéndose al descenso en la liga de Portugal, con Tondela; y el defensor Mikel Villanueva, está yéndose a tercera división con Gimnastic de Tarragona: no más preguntas, señor juez.
Demasiado pretencioso, Scaloni; demasiado brumoso, Scaloni, desde el momento que pese a las continuas volteretas de nombres y de sistemas (por más que a él la sola palabra sistema le dé comezón), en 90 minutos no hubo por dónde agarrarse para decir “ahá, busca que el equipo juegue así, así y así”.
Así planteado el panorama, el martes, en Tánger, y ya sin Messi, el partido con Marruecos estará por lo menos un escalón arriba de lo que en otras circunstancias podría ser un amistoso más, una obligación protocolar e insustancial.
Y no es que ni Scaloni ni su Selección deban dar señales de “Naranja Mecánica”, desde luego que no, pero por lo menos sí un mínimo puñetazo en la mesa, un esbozo, un croquis, una rebeldía, algo, el mínimo y vital y móvil de una petición de respeto.