“A los 8 años empecé a engordar, de a poco. A los 15, dejé de jugar a la pelota y en un momento, no sé cuándo, ya me quedé en mi casa. No salía por vergüenza”.
Han pasado 25 años desde aquella primera vez en la que el gordito, el último siempre en la elección de los picados del barrio, decidió refugiarse de risas y miradas malvadas. Puertas adentro, Germán era uno más en la familia Figueroa. Sus cinco hermanos varones y su hermana, hoy madre de Yazmín - su perdición-, no discriminaban al Germán de las posteriores 1.000 batallas perdidas que sintió, no hace mucho, que su tiempo había terminado.
Su corazón roto le hizo bajar los brazos.
La no resignación de familiares y amigos le salvaron la vida.
Germán era un gigante de 350 kilos. Vive de casualidad. “Le pedía perdón a Dios pero era como que yo me tenía que matar. Suicidarme. Creía estar secuestrado en una clínica experimental y que a mi familia le estaban haciendo daño”, su relato es, en realidad, un primer sueño registrado después de que lo internaran de urgencia en el Centro de Salud (Zenón Santillán). Fue la mejor de las peores pesadillas. Eso quería decir que respiraba.
A su casa de Alderetes hubo que romperle mamposterías. Se necesitaron 10 hombres para cargarlo y de otros seis para pasarlo de la camilla a su cama de la terapia intensiva. Se necesitó después de un segundo pero primer milagro: que sus pulmones decidieran no ceder ante el peso de su propio cuerpo. Y luego vino la parte de las innumerables manos mágicas del hospital.
Un mes y medio estuvo conectado a un respirador artificial. Era apagarlo y decirle adiós. Era esperar a ver cómo ese hombre, echado a la suerte de Dios, se encontraba con una segunda oportunidad. Pasaron casi cuatro meses desde la internación de emergencia y el Germán de los 350 kilos ya no es el Germán de los 350 kilos. A ojo, está en 290. “Ocupaba toda la cama, mirá ahora el espacio que sobra”, Germán me habla con el orgullo de quien empezó a librar una nueva guerra mundial contra sus propios fantasmas. Quiere ganar. Se lo promete a su tía, a los médicos, a mí, a todo aquel que pudiera dudar de él.
“Es la segunda vez que peso 300 kilos o más. La otra fue en 2007, pero gracias a una dieta y a mucha fuerza de voluntad bajé de peso. Una vez al mes iba desde Merlo hasta La Plata, me controlaba y seguía. Bajé de peso yo solo. Llegué a 140 y a quedar a 20 kilos de que me sacaran los colgajos”.
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La caída
En 2013 vino a visitar a su hermana y al cumple de una tía. Durante ese viaje decidió soltar el ancla en la provincia. Se enamoró. “Acá llegué pesando 160. Andaba mucho en camioneta (por su trabajo) y empecé a comer mal: mucho sánguche de milanesa y mala vida”, la debacle volvía a ponerlo en jaque.
Sin querer queriendo entró en el juego de sus propias mentiras. “Bajaba 10, pero al toque subía 20 kilos. Y así, sumado a otros problemas, me fui cayendo. Era de estar todo el día sentado en el sillón a pasarme a la mesa a comer; y de la mesa a la cama. Hasta que empecé a necesitar ayuda para movilizarme”, hay un bache en el trazado de la historia. Un punto de quiebre que en realidad fueron dos. “Un 23 de diciembre falleció mi padre y al mes/dos meses decidimos darnos un tiempo con mi pareja”, la cuesta mutó en una depresión constituida en un pozo sin fondo de vicios. De no hacer nada, de sentarse y comer. Y de respirar como se podía.
“Jamás comí cuatro pizzas como he escuchado a gente poder hacerlo. A mí me gustan mucho los dulces, pero nunca fui de comer todo el tiempo y demasiado. Lo que me mató a mí fue el sedentarismo”, razona el Figueroa vivo cuyo anhelo pasa por escribir una nueva vida. Un nuevo capítulo, el primero de acá hacia adelante.
“Mi sueño es poder formar una familia. Los años se van y bueno, vos viste”, hay un dejo de esperanza y desilusión. En un tono bromista, aunque con una melodía de voz sincera, nuestro amigo sí intentará apostar al amor cuanto le den el alta. “Salir y volver a empezar”, dice y cierra el concepto amoroso del pasado, con un “traidora”. De nada vale retroceder nuevamente al pasado. No nos interesa.
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El regreso
El equipo médico del Centro de Salud le ganó una pulseada a la muerte. Alrededor de 25 profesionales, entre médicos, enfermeros y asistentes, me cuentan en la sala de reuniones cómo fue el operativo “salvataje”. De un llamado al 107 se dispararon diferentes alarmas, desde bomberos hasta los doctores. Al Centro de Salud llegó Germán con una insuficiencia respiratoria gravísima. Dato fehaciente: si no la hubiera padecido, probablemente hubiera comido hasta estallar. Su tía fue esa voz de emergencia al teléfono.
El promedio de vida de una persona con obesidad mórbida es realmente estrecho. “Mueren a los 40 años, aunque puede haber casos excepcionales de gente que llega a los 50. Existen varios factores de riesgo, además de enfermedades asociadas”, me comentan los doctores, desde neumólogos, clínicos, plásticos, sicólogos, etcétera. Un regimiento médico de primera categoría vela por Germán, así como también lo hace con alrededor 950 pacientes que visitan a diario el hospital, entre vistas al consultorio y atención en la guardia. En el Centro de Salud todos los días son viernes y sábado.
En los casi 120 días que lleva internado Germán ha pasado de todo. Se portó mal al principio. “Hemos encontrado palitos de helado y pepitas de maní con chocolate entre las sábanas. Pero eso fue antes”, reconocen entre risas los “docs”. Germán es un alumno ejemplar en un centro receptor de obesos a nivel provincia, desde hace nueve años. El mejor.
Incluso, la guardia nueva que se está construyendo estará preparada para recibir a gente con sobrepeso. “Tenemos que ser nosotros como sociedad los inclusivos. Tenemos que pensar en ellos, tenemos pensar en una silla de ruedas adecuada, en contar con camas adecuadas como tenemos hoy. En puertas, en tensiómetros. En un 'todo' adaptado”, dice una infectóloga, de las más apegadas a Germán y con años de servicio en el Centro de Salud.
Tan bien viene haciendo los deberes nuestro amigo que se ganó un permitido. “Me dijo Virginia que puedo tomar palito de helado de agua por día”, bien ahí. El resto de su alimentación se basa en menú hipocalórico, repartido en seis comidas, todas bajas en grasas e hidratos de carbono. “Es un tratamiento de por vida, permanente y ambulatorio con otro tipo de sostén. Es importante que él haga una vida saludable”.
Además de Germán, en el “Zenón Santillán” hay otros cuatro pacientes en tratamiento por su obesidad.
La obesidad es hoy un tema de estado global. Una nota publicada en la “BBC Mundo News” expone que los argentinos lideran la tasa de obesidad en América latina. Los hombres.
Como cita la periodista Cristina Orgaz en su columna, la obesidad no es un problema regional, únicamente. “De media, la población mundial ha engordado entre 5 y 6 kilos por persona en los últimos 31 años, según un estudio del Imperial College de Londres que analizó el peso de más de 112 millones de personas en 200 países del mundo entre 1985 y 2016”.
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“Empecé a quedarme todo el tiempo en el sillón, uno de dos cuerpos”.
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Si bien hoy Germán es un tipo con una energía envidiable todavía continúa siendo un paciente de riesgo. El peso ideal para su metro 70 no debe ser superior a los 80/90 kilos, exagerando. Es largo el tiró aún.
“Si Dios lo permite, quiero llegar al peso ideal, formar una familia, tener mi casa”, se Ilusiona Germán, el German vivo que el 29 de octubre cumplirá 41 años y que ya la ganó un año de vida a la Parca.