El clima en la zona de Ñorco es hostil. A primera impresión, es un terreno árido cuya vegetación tiende a teñirse de gris y donde solo el viento es capaz cortar con un silencio tan ensordecedor que a los de la ciudad nos haría sentir como si estuviéramos de orejas pegadas a un parlante de alto alcance en un recital de heavy metal. A veces el silencio puede decir demasiado, quizás todo, acá en las alturas.
Somos bienvenidos en la arteria principal de Ñorco, donde está la vieja pista de avionetas que ahora nadie se anima a aterrizar, la escuela y el Caps, el punto neurálgico para la solución de los problemas de salud de sus habitantes. El número no supera las 220 personas. Lo malo del número, además de que suena bastante corto para hablar de población, es que las familias están desperdigadas a horas de donde hoy está LA GACETA. “Hay que caminar y mucho, para saber cómo está de salud la gente”, nos comentan no bien entramos al Caps. En altura, esta construcción sería algo así como un hotel 5 estrellas. Cuenta con todas las comodidades que un paciente puede necesitar, consultorio, consultorio dental, además de una habitación para el médico de guardia y una linda cocina cuyo calor se expande hacia el resto de los ambientes.
Se murmura, porque nadie me lo comenta a viva voz, que el patriarcado es prácticamente una ley en las comunidades de alta montaña. El hombre manda, aunque a decir verdad también la onda del Macho Alfa fue cediendo con el paso de los años. El asunto puntual de estas líneas viene por una pregunta que le hago a Adriana, la única asistente sanitaria mujer de este Caps. “La gente puede ser desconfiada, pero ya no tanto”. Que un hombre se deje revisar en caso de una emergencia antes costaba. Y no solo le costaba a Adriana sino a los enfermeros y a los propios médicos. Todo cambia, por suerte.
Que conste en acta, el agente sanitario no es ni enfermero ni médico, sin embargo cumple una función casi todoterreno: si la emergencia es real, automáticamente se convierte en ojos y manos del médico que puede estar dando indicaciones desde la misma base operativa de Alta Montaña, cercana al Hospital Avellaneda, o bien desde el Caps. Sucede que el asistente sanitario es quien visita a las familias, el que las censa. “Prevención y promoción de la salud”, hacemos, me comenta Olguita Valderrama, estando ya en Anca Juli, después de hacer un tramo en 4x4 y otro a caballo.
Caminante que camina
Me detengo un segundo en la vida de Adriana, me interesa saber un poco más de su vida, de cómo llegó a ser asistente sanitaria. “Me gusta la salud, me gusta ayudar”, me contesta esta mujer que camina 18 kilómetros diarios, entre ida y vuelta a casa, para venir hasta el Caps de Ñorco. Lo suyo no es la estancia en la sede, lo suyo es visitar familias, es censarlas, recomendarles ciertas formas de prevención de enfermedades y también informar si hay algún caso de fuerza mayor que requiera de otros servicios, como ser los del helicóptero.
Cuando empezó a meterse de lleno en la profesión, Adriana caminaba 25 kilómetros hasta la entrada del camino a Chuscha. “Para ir a estudiar a la ciudad y regresar”, jamás le tuvo miedo ni a la noche ni a los caminos. “Dicen que espantan, que te silban, que aparecen cosas. Yo nunca vi nada y tampoco lo creo”, asegura esta madre soltera con cuatro hijos. Su marido la abandonó cuando los chicos eran muy chicos. “Después de eso, ¿crees que puedo tener miedo de algo? Si pude mantener a mis cuatro hijos, puedo hacer lo que sea”, temple de acero tiene esta señora que alguna vez vacunó, cosió y ayudó a los lugareños.
Le abrimos un espacio en la charla a Gabriel, el otro agente sanitario de Ñorco, un tipo amable con una simpleza envidiable. “A veces hemos tenido que ser hasta parteros. Yo asistí un parto una vez”, comenta orgulloso. “Si hay que hacer vacunas (sic), se hacen vacunas. Hacemos de todo acá”, un grande “Gaby”. Nos vemos al regreso
Ocho visitas, 48 horas de gira
María Marta Aguilar es la supervisora general de los agentes. Viene a ser como la auditora del trabajo que realizan los 16 empleados en alta montaña. Hay dos por Caps. Mientras caminamos hacia la casa de doña “Kela”, pasando la escuela de Anca Juli, me cuenta un poco la misión. “Seríamos algo así como el primer eslabón entre familias y médicos. Estamos para realizar una captación temprana de diferentes problemas, desde enfermedades, a violencia y alcoholismo, inclusive. El agente sanitario llega al domicilio, hace una encuesta y observa, siempre sin incomodar a la familia. Es vital no perder el lazo de confianza”.
El no sentirse observado, el no sentirse intimidado en su propia casa; el no sentir esa frialdad que puede haber entre profesional de la salud y paciente, es una llave maestra de paz. “Hay una casa que está a ocho horas a caballo de Anca Juli. Hacer el recorrido completo de mi sector, que son ocho casas, por ejemplo, me lleva dos días. No es ir y volver. Entonces a veces dependemos de la hospitalidad de la gente, que nos ceda un lugar dónde dormir”, explica “Pedrín”, cuyo nombre de pila es Pedro Olivares.
“Pedrín” es más bueno que Lassie con bozal. Hace siete años que trabaja como asistente y cobra un sueldo a través de un plan llamado Salud Indígena. Son $ 6.000 lo que percibe, una cifra irrelevante si se tiene en cuenta el esfuerzo diario. Puede que la crisis se sienta más en la ciudad, pero el trabajo vale, ¿no?
Olga es buena
“Olguita” habla tan rápido que podrían confundirla como la hermana de Flash. Camina despacito, sí, pero cuando suelta la lengua es como un rayo. De voz fina, nuestra querida amiga te lo cuenta todo en fracción de segundos. Madre de cuatro hijos, alguna vez fue nota de La GACETA. “Fue en el año 2003. Fui arriera de materiales que llevaron al cerro Morado, donde colocaron antenas y otras cosas".
En esos años mozos suyos todavía no era agente sanitaria. Recién después de aquella experiencia a 4.600 metros de altitud sobre el nivel del mar Olguita se volcó a la salud, primero en el Lote 3, un terreno fiscal que lleva ese nombre, y después en el Caps de Anca Juli.
Entre sus mayores recuerdos figura la noche que salvó la vida de un bebé de 14 días de vida que nació prematuro. “A la noche me llega la tía del chiquito. Era invierno. Me dice que tenía más de 38 de fiebre, que si lo podía ayudar. Desde el Caps habló por radio con el médico a la base de Tucumán y le consulto qué hacer. ‘Andá y hacé tal cosa; ponele una dipirona y controlalo. Llegué a la casa. El chiquito esta rojito de fiebre. Me asusté mucho. Gracias a Dios salió todo bien”.
Facundo Rasguido tiene casi cinco años. Vive gracias a Olga, una de 16 agentes sanitarios que salvan vida en alta montaña cuando la muerte no le da tregua al tiempo.