Oficio, efectividad ofensiva y un defensa impecable fueron los argumentos con los que Crusaders se impuso a Jaguares en la final del Súper Rugby por 19-3. El equipo argentino estuvo a la altura de las circunstancias y jugó el mejor partido posible dentro de lo poco que le permitieron hacer los ahora tricampeones, pero por errores puntuales o simple mala fortuna no pudo aprovechar las situaciones que logró generar dentro de una defensa que no le regaló absolutamente nada. Lo que el equipo de Gonzala Quesada consiguió, fue por absoluto mérito propio.
Crusaders ejecutó su plan a la perfección, ralentizando la salida de la pelota en el punto de contacto e impidiéndole a Jaguares tomarlo por sorpresa. Con esa presión defensiva agobiante y a la vez disciplinada, el equipo argentino se vio obligado a utilizar el kick táctico para intentar ganar metros, pero Joaquín Díaz Bonilla estuvo lejos del nivel que mostró ante Brumbies, y falló tanto con el pie como con las manos. Cuando el tucumano Domingo Miotti lo reemplazó en el segundo tiempo, se notó la diferencia: el apertura de Lawn Tennis generó ocasiones de peligro con el pie, primero con un rastrón que Ramiro Moyano no pudo concretar, y luego con una habilitación para Matías Moroni que se fue apenas larga. El propio Moroni había tenido una chance clarísima en el primer tiempo, pero prefirió hacer la personal en lugar de jugarla para Matías Orlando (enorme partido del concepcionense) y al momento de girar para apoyar se la sacaron de las manos.
Los "Cruzados" ganaron con justicia, apoyándose en un scrum sólido, una defensa intachable y el oficio de jugadores como Sam Whitelock, Kieran Read o Matt Todd. Jaguares, por su parte, se fue con la frente en alto después de haber dejado todo en la cancha y estado a la altura en la primera final de su historia frente al más ganador de todos.