La final de Wimbledon está a un punto de terminar. En el quinto set, el favorito de todos, el ídolo que parece eterno, tiene en sus manos la victoria. Una vez. Y otra. Y ambas se le vuelan de las manos. Su humanidad, esa que esconde disimuladamente detrás de su leyenda, lo expone frente a las 15.000 personas que lo vivan en el estadio. El que parece poderlo todo dentro de una cancha de tenis no pudo en esos dos puntos. Y entonces la final se reseteó. Novak Djokovic quebró a Roger Federer para poner el score 8-8 en el último set. Lo quebró desde el 40-15 que significaba doble match point. Le ganó cuatro puntos consecutivos. Y enseguida otros tres. Pareció que el suizo estaba en shock pero no era así. Justo en ese momento puso otra vez en la cancha su versión Superman, se sobrepuso al momento y empujó el partido hasta el histórico tiebreak: es la primera vez que un partido de single se vale de la nueva regla de Wimbledon, la que establece un tiebreak cuando el score llega a 12-12 en el quinto set. Y justo fue en la final.
Antes de todo ese drama del cierre soñado que no fue, hubo un tremendo partido de tenis, jugado a velocidad insospechada, con resoluciones maravillosas. Claridad estratégica, lucidez para percibir momentos y situaciones, valentía para animarse, humildad y esfuerzo para trabajar el desarrollo: durante 4hrs.57’, los dos mejores jugadores del mundo, en césped, cumplieron con todo cuanto se esperaba de ellos respecto al nivel de juego. Al mirar el desarrollo completo es fácil detectar que se sacaron diferencias de manera alternada y disímil. Cuando Djokovic ganó sus sets todo fue parejo. Cuando lo hizo Federer las distancias quedaron expuestas en los números. El serbio se valió de sendos tiebreaks para ganar el primero y el tercero. El suizo, en cambio, superó con amplitud a su rival para reclamar el segundo y el cuarto y así nivelar, dos veces, el score del partido.
Al comenzar el set final ya nadie era indiferente a la atmósfera. Allí, en el aire de la Cancha Central, que se percibía tenso, la historia estaba atenta a todo cuanto sucedía. Federer buscaba un 9° Wimbledon y, con eso, su 21° título de Grand Slam. Djokovic jugaba a la pesca del 16° grande, 5° en el All England. Al mirar números casi ningún récord parece imposible para él: su cosecha lo muestra campeón de cuatro de los últimos cinco torneos de Grand Slam. A dos de Nadal y a cuatro del suizo en esa tabla histórica, también amenaza a este último en un reinado que hasta hace poco lucía inexpugnable: si se mantiene en la cima del ranking mundial sin baches hasta que inicie el siguente Wimbledon, habrá superado las 310 semanas de Roger a tope del listado. ¿Parece mucho? ¿Vamos demasiado rápido? Es Djokovic quien nos marca el ritmo. Y no está dispuesto a perder el tiempo.
De vuelta al escenario. El final seduce a todos. Cual si fuera unos ojos bonitos, nos mira fijo, nos envuelve cómplice y nos invita a un nuevo tiebreak. Otra vez. El tercero del día. El del 12-12. El de la primera vez. El de la historia. Y las cartas son las mismas que en los anteriores. El serbio maneja mejor los nervios, deja de costado cualquier error traicionero e impone su ley. Un marcazo de Federer que viaja a perderse sin destino sentencia el cierre y detiene los números: 7-6, 1-6, 7-6, 4-6 y 13-12. Por poco, claro. Por lo necesario. Por ese imprescindible margen, y sin importar a cuántos les duela, Novak Djokovic es el campeón.