¿Puede una novela dejar constancia de su tiempo? ¿Toda obra, aún de ficción, responde a su época? En Estupor y temblores, Nothomb narra la historia de una joven de 22 años que comienza a trabajar en la empresa Yumimoto, en Japón.

¿Podríamos decir que es un libro autobiográfico? La autora, como la protagonista, se llaman Amélie, son de Bélgica y vivieron en el país nipón; pero ese aspecto no es la esencia. Lo importante en estas páginas son las humillaciones, llantos y obstáculos que sufre la protagonista por ser mujer y extranjera. Narrado en primera persona, lo que nos brinda un punto de vista más cercano, más allá del monólogo personal y las conversaciones con sus compañeros, existe una fuerte crítica a la sociedad, sus reglas y mirada sobre la mujer.

Amélie estará designada a varias tareas, una más denigrante que la anterior. Cada uno de estos cambios tendrán su cuota de discusión y llanto. Le costó conseguir aquel trabajo, significaba su regreso ideal, pero solo encontrará la continua sensación de estar fuera de lugar.

Mientras transcurre la novela encontraremos críticas a la sociedad, la percepción de las mujeres y como deben moverse en la vida, casarse, priorizar la familia sobre el trabajo, mayor dedicación y esfuerzo para conseguir un ascenso que sus compañeros.

A pesar de ser una obra de ficción y haber sido publicada en 1999, nos vale preguntarnos: ¿Estas situaciones siguen vigentes? ¿Está haciendo un análisis de su tiempo o simplemente es un recurso narrativo? Si leemos las últimas cifras referidas a la desigualdad entre hombres y mujeres, nos daremos cuenta que existe una brecha salarial del 24,5%, entre hombres y mujeres; solo el 12% de la población activa femenina en Japón se encuentra insertada en el mercado laboral. Donde sí se han registrado avances es en el acceso a la educación: de un 12% en los 80 a casi el 50% en la actualidad.

Podríamos decir que sí, que aquella situación plasmada por Amélie Nothomb tiene su ancla en la realidad y que ésta se mantiene 20 años después. Más allá de hacer un paneo general del país, se trata de una novela sobre la necesidad de la protagonista de ser aceptada, de su búsqueda por un lugar de pertenencia. Los lectores verán que ese camino transitado más allá del dolor, la desilusión y los sinsabores vividos, se convierte en la construcción de una escritora.

Estupor y temblores*
Por Amélie Nothomb

Tienes la obligación de tener hijos, a los que tratarás como a dioses hasta los tres años, edad en la que, de repente, los expulsarás del paraíso para alistarlos al servicio militar, que durará desde los tres hasta los dieciocho años y, más tarde, desde los veinticinco años hasta el día de su muerte. Estás obligada atraer al mundo a seres que serán todavía más infelices en la medida en que en los tres primeros años de su vida les habrán inculcado la noción de felicidad. ¿Te parece horrible? No eres la única en opinar así. Tus semejantes piensan del mismo modo desde 1960. y ya ves de qué les ha servido. Muchas de ellas se rebelaron, y quizás tú también te rebeles durante el único periodo libre de tu vida, entre los dieciocho y los veinticinco años. Pero, a los veinticinco años, de repente de darás cuenta de que todavía no te has casado y te sentirás avergonzada. Cambiarás tu ropa excéntrica por un aseado vestido, medias blancas y grotescos zapatos de tacón, someterás tu espléndida y lisa cabellera a un lamentable peinado y te sentirás aliviada si alguien -marido o jefe- manifiesta algún deseo hacia ti. En el caso más que improbable de que te cases por amor, todavía serás más desgraciada, ya que verás sufrir a tu marido. Será mejor que no le ames: eso te permitirá asistir con indiferencia al naufragio de sus ideales, porque tu marido todavía los tendrá. Por ejemplo, le habrán hecho creer que sería amado por una mujer. No obstante, pronto se dará cuenta de que no le amas. ¿Cómo podrías amar a alguien si tienes un molde de yeso en lugar de corazón? Te han inculcado un espíritu demasiado calculador para poder amar. Si amas a alguien, significa que no te han educado bien. Los primeros días de matrimonio, fingirás toda clase de cosas. Hay que admitir que ninguna mujer finge con tanto talento como tú. Tu obligación es sacrificarte por los demás. No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquellos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti. No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni de hacer feliz a nadie. Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado: deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu victoria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes del momento: deja ese error de cálculo para los occidentales. El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno. Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bien, ¿de verdad te sirve de consuelo?

* Fragmento.

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