NOVELA

LA VIDA AUSENTE

GABRIEL BELLOMO

(Tusquets - Buenos Aires)

¿Cómo narrar el sinsentido? ¿Qué lugar ocupa el silencio entendido como forma de la espera? En su exquisita novela, Gabriel Bellomo parece responder con atmósferas que definen un punto de vista: “El aire, afuera es como si estuviera cargado de vapores, vapores o algo que sabría describir, polvo en suspensión, algo que oscurece el horizonte. No consigue apartar los ojos de la ventanilla, y aunque no es comprensible lo que hay más allá es a donde quisiera estar ahora, extraviado en medio de esa tormenta de arena.”

Este párrafo pertenece a La vida ausente. Leemos la atmósfera y también el estado de ánimo de Mauro, un escritor que viaja a Italia junto con su esposa, Ana. Las nubes de polvo conforman una metáfora de la mirada de Mauro, de la tristeza que lo circunda, de cómo afronta los sucesos. Como si fuera una película de Antonioni, la novela de Gabriel Bellomo pone ante el lector la construcción de un narrador que toma los pensamientos y las expectativas de la serie lograda de personajes y los comunica de una forma poética y contundente. Uno de los grandes hallazgos de la escritura de Bellomo es la elaboración de una mirada hecha de poesía, silencio, descripción  minuciosa y filosofía, un cóctel original que da cuenta de una forma de entender el mundo y de una forma de narrar.

La mirada de Mauro está signada por la pesadumbre. Pero, ¿cómo organizar una trama para que aparezca la incertidumbre? En eso consiste el arte de Bellomo. Los hechos suceden envueltos en una bruma cuya mezcla surge de la elección oportuna del narrador, el desarrollo de los estados de ánimo, la descripción de los espacios íntimos y citadinos, las reflexiones de los personajes narrados de forma indirecta y el humo filosófico de las ideas lanzadas en el enjambre de las vueltas en el tiempo.

Lo real

“La inscripción de la piedra es real, y su hijo yace ahí debajo, y ni siquiera lo que pueda haber ahí de él es remotamente su hijo. Las costuras de este asiento ajado son reales, la esfera esmerilada de su viejo reloj, el sombrero de esterilla a su lado, el arado herrumbroso que vio tirado en una zanja. Las cosas, cualquiera, sobre todo las inútiles, las que descartamos día a día, son reales”, dice el narrador. Después de leer la novela de Bellomo, nos preguntamos: ¿qué es lo real? Frente al dolor, ¿cómo medimos lo real? Entre las cosas, entre los pensamientos, en los intersticios se filtra, tenuemente, insospechadamente, el drama de Mauro y de Ana y también la valoración de las cosas en el marco de la vida errante.

La novela puede leerse como un hermoso laberinto ordenado en el que los pasos hacia atrás, hacia adelante, hacia todos lados dan cuenta de la compleja madeja que arman las vidas entrelazadas. Los destellos del relato van y vuelven sobre la muerte de Bruno, a los siete años, por una bomba puesta por un delirante en una ciudad italiana. Los personajes se construyen con la lógica de la expansión: a partir del tiempo breve de los fenómenos diversos, el narrador compone cada personaje en relación con sus ancestros, con los instantes pretéritos y con las sospechas de lo que ocurrirá. Se podría pensar la escritura de Bellomo como un arte holandés, milimétrico, descriptivo y reflexivo en unión calculada con la luz y la sombra que viene de Italia. Bellomo combina en un fresco las técnicas de los pintores de los Países Bajos y de la Italia en su esplendor renacentista: el punto de fuga que va hacia la oscura, tímida luz y la lupa que desgrana el detalle del pasado y de los lienzos del lento presente vertiginoso.

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FABIÁN SOBERÓN