Los concejales de la capital lo hicieron de nuevo. El cuerpo encargado de reglar la vida en la ciudad dejó una vez más de lado la institucionalidad y el diálogo para mostrar su peor cara. Los vecinos y sus intereses quedaron relegados por la política partidaria más egoísta. Esos vecinos a los que hace apenas cuatro meses los dirigentes pidieron sus votos con promesas de mejorar la vida de los capitalinos.

Aunque hay una docena de nombres nuevos en las 18 bancas, parece que nada cambió en relación a la composición saliente. Esta semana, en la asunción de los nuevos ediles las noticias no hablaron de los planes para mejorar el estado de las calles sembradas de baches y aguas servidas; ni para aliviar el tránsito caótico; ni para mejorar el deficiente sistema público de transporte. No. El foco estuvo en las peleas y los dardos políticos entre la Casa de Gobierno y la Municipalidad.

Los concejales peronistas se aliaron con Fuerza Republicana, a instancias del Ejecutivo provincial. El gobernador, Juan Manzur, “bendijo” en su propio despacho a las nuevas autoridades: los peronistas Fernando Juri (presidente) y Sara Assán (vicepresidenta primera) y el bussista Eduardo Verón Guerra (vicepresidente segundo).

Tras la asunción y a la hora de votar a la mesa de conducción propuesta por el bloque justicialista, el alfarismo y el radicalismo se retiraron del Teatro San Martín. En medio de mohines y de gritos, los ediles opositores a la Provincia se retiraron denunciado un pacto entre el PJ y de FR en contra de la gestión municipal. Dirigentes y familiares los siguieron, dejando la mitad del recinto vacío.

Lo sucedido no es un buen indicio. En 2015, hubo concejales que se faltaron el respeto y que hasta se golpearon dentro del recinto. Se registraron denuncias de todos los colores en contra de los miembros por sus conductas personales y públicas.

Durante las etapas más álgidas de conflicto entre aquellos respaldados por la Casa de Gobierno y por el Municipio pasaron meses de gestión, incluso, en los que las confrontaciones en el edificio de Monteagudo y San Martín fueron las protagonistas. Las sesiones se acotaron y las diferencias se profundizaron.

Algunos de los episodios más recientes fueron particularmente violentos. En marzo de 2018, en medio de la discusión, en plena sesión, del veto parcial del presupuesto 2017, Dante Loza se levantó de su banca y agredió al concejal “Johny” Ávila.

Todo quedó registrado en videos que trascendieron los límites de la provincia. Un mes después, el intendente Germán Alfaro y el presidente del cuerpo, Armando Cortalezzi, comenzaron discutiendo por el veto a la ordenanza que establecía el boleto universitario y terminaron desafiándose a someterse a rinoscopías. En septiembre, la pelea fue por el dinero. El intendente modificó el presupuesto del Concejo y el secretario de Hacienda, Cristian Abel, develó que había 1.650 empleados de bloque político, un promedio de 100 por cada concejal.

Los rounds fueron incontables y generaron el repudio y la autocrítica de los propios concejales. Pero nada parece haber cambiado. Esta semana los concejales lo hicieron de nuevo. Si bien el comienzo no fue promisorio para los vecinos, aún se está a tiempo de que el diálogo, el consenso, el debate y los intereses de los ciudadanos corran por el recinto.