Por Adolfo Storni. Extraberries SA. (Productora y exportadora de arándanos, cerezas, peras, y manzanas)

Porque no cambió el modelo económico que viene fracasando desde hace décadas, que consiste en que 9 millones de personas financien con sus impuestos los ingresos de otros 20 millones, y mantengan al resto.

La desconfianza del mundo sobre nuestra capacidad para pagar la deuda o de tener un presidente con gobernabilidad está dada por esta inconsistencia. No hay suficiente producción para este nivel de gasto. Si Alberto Fernández no cambia de entrada el modelo la crisis también se lo llevará puesto.

Esto sirve para todos los políticos que abren la boca con ideas trasnochadas, que generan mayor desconfianza y un consecuente deterioro del valor de los activos argentinos -bonos, moneda, producción, propiedades, empresas, o algo tan básico como la intención de siembra de nuestros principales productos de exportación: maíz y soja-.

Nuestros políticos se enamoran de esa trilogía fatal representada por alto déficit, debido al exceso de gasto, al endeudamiento y al atraso cambiario. Se creen pilotos de tormentas, que terminan siendo autogeneradas, como dice un conocido analista político.

Un gasto público desenfrenado nos llevó a bastardear nuestra propia moneda mediante la emisión y el endeudamiento. Los resultados de las PASO y de las elecciones generales demostraron que la gente no quiere autopistas o cloacas, sino trabajo y un mínimo de capacidad de consumo. Empecemos con darle ingresos a los trabajadores y rentabilidad a las empresas. Eso se logra con la baja de impuestos -como Ganancias a los trabajadores y a los jubilados-, con la devolución del IVA a jubilados y a beneficiarios de planes sociales y con la reducción del IVA y de otros impuestos en las tarifas de servicios públicos y en los combustibles.

Durante los últimos 30 años hemos sido testigos de cómo los sucesivos gobiernos utilizan el atraso cambiario como arma contra la inflación. Esto perjudica a los sectores exportadores y promueve una importación y un turismo al exterior, que no están a la altura de nuestros ingresos. El atraso cambiario nunca logró controlar la inflación; y cual olla a presión, terminó con devaluaciones explosivas.

En una economía virtualmente dolarizada, las devaluaciones no generan por sí mejoras sostenibles de la competitividad, ya que el deterioro transitorio del costo laboral se recupera en menos de un año. El único medio sostenible para mejorar la competitividad de la economía es la baja de impuestos, apoyado por la mejora en los accesos a los mercados. Las exportaciones argentinas pagan cientos de millones de dólares en las aduanas de nuestros mercados por falta de acuerdos comerciales. En un mundo que incorpora tecnología a diario, nos condenamos al atraso por falta de rentabilidad y de crédito para acceder a la modernidad.

El nuevo Gobierno debe bajar los impuestos y generar condiciones para que las empresas aumenten la producción. De esa manera se logra que aumente el empleo, la recaudación fiscal y el consumo, y que baje la pobreza.

Solo por medio del crecimiento de las exportaciones se podrán lograr aumentos genuinos de ingresos, ya que no hay margen para una redistribución del ingreso discrecional. Las retenciones a la exportación sólo han logrado el estancamiento o la caída en la producción y las exportaciones.

La producción está asfixiada, debido a una carga fiscal arbitraria y confiscatoria -que no tiene en cuenta el estado de resultados de las empresas ni la capacidad contributiva-, a tasas de interés exorbitantes -que implican la inexistencia del crédito- y a leyes laborales que impiden la fácil contratación y desvinculación de empleados. Las reformas impositiva, laboral y previsional son impostergables. Miremos a Uruguay, a Brasil, a Chile y a Perú para entender lo que hace falta y por qué tienen menores tasas de desempleo que Argentina.

Hay que ordenar las cuentas fiscales, no sólo por el lado de los ingresos, sino también por el de los gastos. Hay cientos de ejemplos de ineficiencias, de abusos o de clientelismo.

Debemos volver a tener una moneda estable, eliminando la emisión y la inflación como medios de recaudación impositiva. Pero cuidado, porque si no se recupera la confianza, por más que no haya emisión, puede continuar la inflación debido a la falta de demanda de pesos, hoy una de las más bajas del mundo.

El Banco Central mediante el déficit cuasi fiscal no puede volver a endeudarse a través de títulos como las Lebacs y las Leliqs, verdaderos destinatarios del crédito que debería reorientarse a empresas e individuos.

Trabajo y producción

A la comunidad organizada sólo se puede llegar por medio de la felicidad y del bienestar de la sociedad y de sus individuos. Y esto se consigue mediante el trabajo, la producción y la exportación. Cualquier impedimento a la producción o al comercio sólo empeorará la grieta y generará más pobreza.

A las pruebas me remito: desde el Gobierno de Alfonsín a la fecha, todas las políticas implementadas han deteriorado la situación de la fruticultura nacional. Todo lo contrario a lo que viene sucediendo en Chile, en Perú, en Colombia, en Sudáfrica, en Australia o en Nueva Zelanda, donde la producción y las exportaciones vienen en constante crecimiento, a pesar de sus conflictos. Duele esta realidad, pero no existen soluciones mágicas. La reconstrucción del aparato productivo llevará tiempo, pero si no se comienza de inmediato, este cada vez será más chico, lo que empeorará la capacidad de financiar al Estado. No podemos perder más producción, más empresas y más empleo. La fruticultura es el mejor antídoto contra la creación del cuarto cordón del conurbano, y es una fuente genuina de desarrollo territorial.