La picardía se cuela por los gestos. Miradas. Sonrisa. Energía en movimiento. Histrionismo. Su expresividad se pone rápidamente en el bolsillo la captatio benevolentiae del público. La comedia lo tiene seguramente como uno de sus discípulos preferidos. En su larga trayectoria su talento ha abordado papeles muy disímiles. “Creo que fui lo que tenía que ser. Mi viejo nos impulsó a sus tres hijos hacia la música, pero no me entusiasmó mucho. Era muy delicado de salud y estaba mucho tiempo solo, eso me llevó a refugiarme en mi imaginación, los libros, el cine. Este último me atrapó y mi juego principal era hacer distintos personajes, esconderme en los rincones y hablar solo, diciendo textos inventados de personajes imaginarios. Sumado a esto, cuando era muy chico, mis hermanos creaban obras de teatro y me vivían disfrazando. Luego vino el radioteatro que escuchaba todas las siestas con la empleada de casa e iba al teatro con ella. Para colmo vivíamos al lado de Mario Vanadía, un capo del radioteatro, y los telones de sus obras los secaban en los techos que lindaban con mi departamento. No tenía otra que el teatro”, sostiene el actor Ricardo Podazza (1955), integrante del Teatro Estable.
- ¿Tu paso por el Conservatorio de Arte Dramático fue fugaz?
- Pasé brevemente por el Conservatorio, nos prohibían actuar en el teatro, que era lo que yo quería y abandoné. En realidad, todo lo que te conté anteriormente, derivó en representar una obra en el secundario. Héctor Durand, profesor del colegio, llamó a un ex alumno para que nos ayudara: Ugo Gramajo Palavecino, quien me buscó al año siguiente para formar un elenco. Fue él, al principio, y luego Juan Carlos Torres Garavat, quienes me enseñaron e hicieron amar la actuación. Años después, ya grande, hice un par de años en la Escuela de Teatro de la UNT.
- ¿Qué se respiraba en el ambiente teatral e intelectual en los 70?
- Era maravilloso, a las grandes puestas del Estable y del Teatro Universitario, con Boyce Díaz Ulloque, contrarrestaba Nuestro Teatro como casi único teatro independiente. Eran obras, en muchos casos, de una carga ideológica importante. Paralelamente al teatro, semanalmente había exposiciones de arte, recitales de música, poesía. Mucha actividad política e intelectual: El Buen Gusto, La Cosechera, La Peña El Cardón, La Carpa, La Ruletita, entre otros, eran lugares de encuentro y discusión de personajes de la cultura y de la militancia política. Había muchos artistas impresionantes que se relacionaban con el teatro y de una calidad humana maravillosa: Ernesto Dumit, Pancho Galíndez, Alberto Lombana, Guido Torres, Oscar Quiroga, Rosa Ávila, Fernando Arce, Antonio Caro, Reneé Jaitt, Guillermo Storni... Un sinnúmero de personas con fuerte personalidad que desarrollaban su arte en nuestro medio.
- ¿Cuál fue tu rol en el debut? ¿Transitaste por grupos independientes?
- Debuté en “El Organito”, de Discépolo, en el Teatro San Martín con dirección de Gramajo Palavecino, integrando el Teatro Estudio; mi personaje era Humberto “Payasito”, nombre con el que algunos me siguen llamando. Trabajé en El Grupo Integración, Teatro Noche, Teatro del Centro, Compañía Filodramática de Socorros Mutuos, Fundación Teatro Universitario, Teatro El Zaguán... Entrar al teatro ya me transportaba, mirar a los actores experimentados era un aprendizaje increíble, me divertía mucho y aprendía de cada uno de ellos. Algunos de ellos maestros de la escena como Luis Hugo Paolini, Norah Castaldo, Carlos Olivera, Torres Garavat, Blanca Rosa Gómez, Mario Ávila, Alfredo Fénik.
- ¿Qué anécdotas se te vienen a la mente?
- La anécdota que más me divierte es la de Nelson González entrando al conventillo y presentándose a Alfonso Gómez Delcey, el encargado del convento: “Yo soy Risita René y él, El Cansao Ordoñez”. El actor en cuestión no estaba para entrar, entonces Nelson empezó en forma reiterada: “pasá, Cansao, pasá, no seas tímido che...”, mientras el elenco buscaba al compañero. Algo que me llamaba la atención y que ya no se hace, en la última función había manos anónimas que te complicaban las escenas: algún saco que había que ponerse y estaba cosido a la silla, una estantería que se caía casi en el apagón de la escena sobre los actores, tarros cosidos a los vestidos de las damas, etc. El utilero del Teatro San Martín se ocupaba de las “bromas”.
- Ya en el Teatro Estable, actuaste en “Marat Sade”, una accidentada obra, ¿qué recuerdos tenés de ese momento?
- Obra importante, dramática e ideológicamente, brechtiana. Hacía uno de los cómicos, increíble que se haya podido hacer en esos tiempos, era 1972. Más de 40 actores, muchos estudiantes, había marchas y redadas de la Policía y en alguna función nos faltó alguno porque estaba detenido. En el atrio de la iglesia San Francisco me dieron un volante “mimeografiado” con el título “Satanismos en el teatro”. En el estreno, un grupo de jóvenes nacionalistas tiró petardos dentro del teatro en la escena de la Liturgia de Marat, una parodia de misa muy fuerte, parecían bombas, la gente quedó petrificada, Martha Forté gritando: “esto es teatro, reaccionarios”. Cantamos el Himno Nacional, la Policía detuvo a los inadaptados, se reanudó el espectáculo y a partir de ahí, en cada función la Brigada antibombas revisaba todo y el público llenaba el Teatro San Martín de miércoles a domingo.
- ¿Cuándo llegó tu primer protagónico? ¿Qué directores te dejaron enseñanzas?
- Mi primer protagónico fue Julián, en “Gotán”, en la puesta del Teatro Estable. Los directores que me enseñaron fueron Torres Garavat, Olivera, Federico Wolff, Jorge Petraglia, Rafael Nofal, Pablo Parolo.
- ¿Cómo componés un personaje? ¿Los papeles de comedias te vienen como anillo al dedo? ¿Son tus preferidos?
- Pienso todo el día en el personaje. Busco en el escenario las acciones físicas, siempre con el texto en la mano y conectándome con mis compañeros. Voy probando cosas, hablo con el director, y voy definiendo las transiciones y el desarrollo del personaje. Los papeles cómicos me nacen, me gusta hacer reír, la risa es sanadora para el público y el actor, tanto como la emoción. El actor cómico tiene una ventaja, la comedia tiene mayor velocidad que el drama. Creo en esa definición de Antonín Artaud: “El actor es un atleta afectivo”, tenemos que estar preparados para todo.
- ¿Algún un lapsus en escena? ¿Cuál fue tu papel más difícil?
- Sí, muchas veces: yo tenía una pesadilla en la que me olvidaba la letra, y en un estreno me olvidé el primer acto ¡entero! Desde ahí no tuve más ese terrible sueño (ríe). Cuando me olvido la letra hablo fuerte para que se note menos. Los roles más difíciles: “Calígula”, de Camus, y Mendo, de “La Venganza de don Mendo”, difícil actuar en verso.
- Con tu viejo bandoneonista y tu hermano guitarrista actuaste muchas veces, ¿cómo viviste interiormente ese hecho de poder hacer arte en familia? Había mucha química entre ustedes.
- Hicimos “Gotán” casi dos temporadas aquí y en Termas de Río Hondo, una obra musical 100%, genios acompañando y esperando la interpretación, que es muy difícil de seguir. Lo viví con mucha alegría y compañerismo, química ponele. Me acuerdo las caras de mi viejo y de mi hermano de puro disfrute, cuando hacía alguna morisqueta que los incluía en la escena. Hermoso, como cuando hacemos algún tango con mi hermano, se genera una energía maravillosa.
- ¿Hay algún papel que te gustaría hacer y que represente un desafío?
- Ricardo III, de Shakespeare, y Randle McMurphy, de “Atrapado sin salida” versión para teatro.
- ¿Qué es el teatro? ¿Qué monólogo elegirías en tu despedida?
- Es un arte que me eligió para contar historias, para abrir cabezas, para entretener, conmover y concientizar. Es un arte único por lo inmediato e irrepetible (ninguna función es igual a otra), y en estos tiempos de pandemia va a ser muy difícil volver a actuar y enseñar teatro. Elegiría el de Segismundo de la segunda jornada de “La vida es sueño”. Que termina así: “¿qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.