Una disonancia sueña una luna de medanales. Silba una ausencia de carnavales. Tonos. Semitonos. Blancas. Negras. Se miran. Se hermanan. Los dedos enamoran ahora una cueca que baila en el teclado. Saben tal vez que el que bebe de su vino, gana sueño y pierde pena. Un pensamiento aroma los acordes: “cuando uno se va y no vuelve, canta llorando y no sueña…”. Él lo sabe bien, por eso, en su piano burila con maestría la barba poética de Manuel Castilla y la carcajada filosófica del Cuchi Leguizamón. Uno de los creadores clave en la música argentina, navegó a dos aguas: la clásica y la popular. El sábado pasado, el abismo del silencio le puso una zancadilla final a su corazón. “Para volver a las fuentes hay que saber dónde quedan”, dijo Manolo Juárez, pianista, compositor, docente, arreglador y fundador de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, esa tarde del 14 de julio de 2017, en que tuvo lugar esta charla. He aquí un fragmento.
Punto de vista: una perspectiva desprejuiciada- ¿Es un cordoteño o un portebés?
- Nací por accidente en Córdoba, mi mamá me fue a tener allí porque mi abuela era cordobesa. Desciendo de una familia catalana, el apellido de mi mamá es Raval, que es el barrio de las putas de Barcelona, y yo tenía un bisabuelo que era judío y se puso ese nombre. Entonces yo me crié al lado del estadio de Wembley, ¿sabe cuál es?: la cancha de Argentinos Juniors (se ríe), soy socio vitalicio honorario. Soy porteño, pero me gusta más ser argentino.
- En un hogar donde el arte respiraba en todos las hendijas, parece natural que haya seguido ese camino.
- Mi padre, Horacio Juárez, fue gran premio nacional de escultura. En mi casa siempre había reunión, los habitués de los viernes, se tomaban todo el vino y el whisky… Mi papá ganaba mucha plata y lo que se tomaban todo eran sus compañeros: Spilimbergo, Antonio Berni y un pibe, Juan Carlos Castagnino. Después venía Yupanqui, el guitarrista de música clásica paraguayo muy bueno, Sila Godoy, y el que era un tío para mí, como un padrino, era Julio de Caro… se volteaban todas las botellas. Entonces yo tuve contacto con la música porque ¡basta eso de plantear eso de música seria y música popular! Los changos de Gardel y Le Pera no me hicieron reír, será que no tengo sentido del humor, a la música popular no la pongo en una calificación exagerada en nuestro carnet de identidad, para Alemania es el final de la Novena Sinfonía con el coro, los temas de Edith Piaf son sinónimos de Francia, para nosotros es el tango y en forma mucho más tardía el folclore.
- Su producción parece haber navegado a dos aguas, sus piezas clásicas obtuvieron premios…
- Yo tomé un camino realmente sin darme cuenta. Entonces estuve como Mister Hyde y el Doctor Jekyll: la clásica que sigo haciendo y la popular, ¿pero sabe cuál es el máximo logro de mi vida? Uno es haber conocido al Cuchi Leguizamón y el otro haber creado yo solo el Conservatorio de Música Popular de Avellaneda. Lo creé porque como estamos en un estado tan primate, que nuestra cultura era por trasmisión oral como en la época de Piedra, de las Cuevas de Altamira y nuestra maravillosa música argentina: el tango de la capital y el folclore del interior, con sus distintas regiones tan importantes como fuentes nutricias...
- ¿En qué circunstancia lo conoció a Gustavo Leguizamón? ¿Qué escuchaba en sus años mozos?
- Mi primer contacto con el Cuchi fue fundamental, yo venía de la música clásica... Fui con unos amigos de veraneo a Santa Teresita, donde tenía un negocio un concuñado del Cuchi, que le hacía música a los cortometrajes más maravillosos de Jorge Prelorán y coautor de la zamba “La resentida”: Rodrigo Montero, que fue en Salta director de la filial de Radio Nacional; un tipo muy inquieto. Los primeros que me habían llamado la atención del folclore cuando estaba de veraneo en Córdoba, fueron Los Chalchaleros, pero hasta ahí, pero cuando me vine… Es lo mismo que un tipo que escucha únicamente Gleen Miller, ubíquese en los años 50, y conoce a Louis Armstrong, la cosa viene completamente distinta… Y resulta que fui a tomar mate con Rodrigo, que tenía un chalet y un negocio en Santa Teresita y a la hora de la siesta, debajo de un alero tomando mate y viene un tipo y dice: (lo imita al Cuchi) “¿quién es este melenudo que anda por acá?” Y el melenudo era yo. Yo tenía referencias de quién era él… resulta que en un hotel que había cerca, me invitó el Cuchi a tomar unos vinos y a tocar el piano. Y cuando escuché cómo era la auténtica cara del folclore -no digo que lo del Cuchi sea la única porque hubo otros grandes, entre ellos, muy para atrás: Andrés Chazarreta, Falú, Atahualpa y hay muchos más- me produjo… ¿Vio cuando uno se levanta de la siesta con el cuello contracturado y viene un tipo y le hace ¡trac! y uno queda fenómeno? Dije: “bueno, esto es lo que me gusta a mí”. Fue en los 60.
- En la década del 80 presentó en Rosario un recital del Cuchi que se convirtió luego en casete.
- El primer disco del Cuchi en vivo fue una vuelta que organicé una cosa de pianistas que estaba el Mono Villegas, él, Salgán, Jorge Navarro, Tarantino, Gandini… lo mejor, sin hacer distinción de géneros, mezclando todos, había tres músicos siempre. Cuando se hizo “Solo piano”, lo llamé al Cuchi, al Mono y a Salgán en San Telmo, organicé el primer concierto, vino la Policía porque era tanta la gente en un local que era grande, que ocupó la vereda y parte de la calle y había problemas con el tráfico. Una vuelta organicé en Rosario un recital con él y el Mono y una querida amiga lo grabó y yo lo hice editar en el sello de Litto Nebbia. Realmente el Cuchi es un tipo importante pero hay un error con él. La gente habla, por ejemplo, de Troilo, el bandoneón mayor de Buenos Aires, está bien, pero se olvida que era un gran compositor y al Cuchi le dicen el pianista, ¿y el poeta? “Pobrecita la Inesita, tiene ancho y duerme solita… guarda en su misal una flor mustia que eterniza aquel instante lejano y sentimental… y a su espejo azul cubrirán por no verse llorando...”, era un poeta fantástico. Era un gran amigo, inventaba fábulas, no, qué digo, mentiras, fábulas… eran terribles, hice giras con él. Era un tipo fenómeno, le gustaba mucho hablar de los etruscos…
-¿Cuál fue el aporte del Cuchi a la música popular?
- Los mismos músicos que hacen el folclore en forma intuitiva son bastante ignorantes, no se dan cuenta… Usted va a cruzar un vado, un charco y un paisano le dice: “oiga, mozo, no cruce el vado que se va a ensuciar” y usted lo cruza y se ensucia: “¿vio que le dije que no lo cruzara?” Entonces la zamba tiene una propuesta que es el tema, tiene dos mitades, una pregunta y una respuesta. Por ejemplo, una zamba del Cuchi sin el aporte del Cuchi: (tararea “Balderrama”, la tararea en forma tradicional y luego como la hace el Cuchi): tiene la respuesta cambiada, como una vidala. O sea que la zamba tiene 36 compases, tiene fragmentos de cuatro, en el primer tema tiene ocho, cuatro de pregunta, cuatro de respuesta, se repite eso, se va a la vuelta, vienen cuatro compases nuevos y la respuesta es otra vez es doble o sea, son seis respuestas, dos preguntas y la vuelta que es otra segunda… me siento un poco incómodo, con un piano se hubiera explicitado mucho más. Lo que tiene el Cuchi -es un viejo tramposo-, es como un departamento de dos ambientes al que se le agrega una dependencia más, además la fuerza creativa y la comunión fantástica con Castilla… ese es el aporte.
- ¿Es un Ástor Piazzolla del folclore?
- No, no. El que renueva muchas cosas, no estoy poniendo en la balanza quién pesa más o menos, el más revolucionario con la temática es Ariel Ramírez, es impresionante, no tiene la fuerza del Cuchi, pero la variedad que tiene... Usted toca varias zambas del Cuchi y siempre tienen el mismo ámbito y la misma característica armónica, claro porque así como los pintores, a Goya le gustaba el color negro y a Van Gogh, el amarillo, los músicos tenemos también nuestras tonalidades, entonces Ariel no tiene la fuerza salvaje del Cuchi, pero iba mucho más en contra de las estructuras… Usted escucha “La tristecita” o “Alfonsina y el mar” y otras cosas y son todas bastante diferenciadas, aunque con el sello de él y con el Cuchi, por lo general, siempre es la misma cosa, ¿no?, siempre fantástico, con una fuerza notable… El aporte del Cuchi es el trazo salvaje que tiene su grafía musical, no es tan refinada como la de Ariel ni tan austera como la de Yupanqui… A la larga, todos son hijos de Andrés Chazarreta, lo máximo de la música folclórica argentina, yo he analizado su obra, es un gran autor, un poquito mano larga.
- Con el Dúo Salteño, con sus armonías más elaboradas, complejas, con el contrapunto, el Cuchi da un salto importante en el folclore,; me parece que la música de Ariel Ramírez no tiene eso.
- Lo del contrapunto, no lo tiene nadie, usted tiene razón. Era un poco raro para mí. El Dúo Salteño me encantó pero al sexto o séptimo tema ya me cansaba un poco porque era un contrapunto un poco exagerado y se lo dije a él. Un día, iba caminando con él y un tipo delante nuestro en avenida Las Heras iba cantando “Balderrama”. Le toco el hombro al tipo y se asusta. Le digo: “perdón, usted está cantando una cosa que me gusta mucho, ¿sabe cómo se llama?” “No sé, mi hija la toca en la guitarra y es hermosa”. “Le presento al autor, el Cuchi Leguizamón” y el tipo se emocionó. Llegamos a la Biblioteca Nacional, en Agüero y Las Heras, y fuimos a tomar unos vinos a las cinco o seis de la tarde en bar de la esquina y le dije: “tenés el máximo elogio de un autor popular, ser autor anónimo, es lo mejor que le puede pasar a un músico en su vida”. Claro, usted se acuerda de “Según pasan los años”, en “Casablanca”, pero el nombre del autor no se acuerda… Lo más lindo es cuando la gente canta cosas y no sabe de quiénes son sus autores. El pueblo siempre se equivoca… lo equivocan siempre con mercadería en mal estado, con la cumbia villera y otras basuras, con el Club del Clan y otras atrocidades espantosas, pero no es lo mío demagógico, pero el pueblo nunca se equivoca cuando toma un tema y lo canta sin saber de quién es.
- ¿Qué fibra íntima le toca la música del Cuchi?
- ¿Sabe lo que me pasa con el Cuchi? Le voy a decir una cursilería, como si uno cerrara los ojos y sintiera el olor o algo de Salta, de Tucumán, como si un paisaje invisible me llevara a esos lugares. Yo le decía: “Gustavo, ¿cómo no te venís a Buenos Aires?” “Vos querés que vaya… vos te enterás por el diario cuando es primavera, yo me entero cuando cantan los pájaros, por el aroma de los árboles del fondo de mi casa y me doy cuenta porque las chinitas comienzan a vestirse en forma elegante, por eso yo estoy en Salta”.