Por Cristina Bulacio

PARA LA GACETA / TUCUMÁN

Cuando un gigante habla de otro gigante suceden cosas y esas cosas se vuelven importantes cuando se lo hace desde el corazón –el timos en el decir platónico, lugar del alma equidistante de la razón y los instintos– donde reside el coraje, la pasión, el honor. En apariencia, Vargas Llosa no dice nada demasiado novedoso en su nuevo libro. No hay datos sorprendentes, más allá de lo que ya sabemos de él en lo político, en la austeridad de su vida, en su soledad, en su opinión sobre algunos escritores o lo intempestivas de sus respuestas al periodismo.

Sin embargo, no olvidemos que el autor es un Nobel, dueño de una pluma privilegiada, honrado a nivel internacional por su talento y, en un gesto de grandeza, que confirma ese talento, toma aquí un segundo plano y, desde allí, evalúa el modo original y único con que Borges se adueña de la cultura europea y crea un estilo propio de ser latinoamericano; destaca con énfasis cómo transforma el idioma español, impreciso, vital y pirotécnico, en una prosa concisa y perfecta que tiene palabras, pero también ideas. Reflexiona sobre la erudición de Borges y con cierta sorna declara que buscar el origen de las fuentes –lo que hacen tantos estudiosos de su obra– es una tarea inútil, porque lo importante no son las fuentes ni su erudición descomunal, sino lo que Borges hace con esas cosas.

Se escucha, en la voz del autor, veracidad, refinamiento, encanto y un gran deslumbramiento por un Borges que representa, vaya paradoja, lo opuesto a él. Vargas Llosa reconoce que de joven, formado en un pensamiento de izquierda, gran lector de Sartre como se estilaba en esos años, luego de discutir con sus colegas sobre problemas sociales, se encerraba en la biblioteca con un libro de Borges –aferrado a un cuento irreal–, alejado del mundo y sucumbía a la fascinación de esa prosa perfecta y de esa imaginación sin límites porque “el hechizo literario borgeano es irresistible”

Lo confiesa, Borges nunca fue para él un modelo a imitar, era lo opuesto, no habitaba ni compartía sus “demonios personales”. Vargas Llosa escribe novelas que se confunden con el barro de la realidad, que estremecen al lector por su cercanía, por las pasiones que cobijan sus personajes, mientras Borges subestima la novela como género literario por ser larga y tediosa y se refugia en historias inverosímiles, personajes fantasmales, anécdotas irreales, pero absolutamente geniales.

Señala con acierto el perfil de la obra borgeana marcada por la teología, la filosofía, la matemática, la lingüística y hasta la física cuántica, como pre-textos perfectos para estos mundos ficcionales que resultan ser, en definitiva, una criptografía divina; para Borges el universo, por ser una escritura divina, no puede ser descifrado por hombres…salvo que, como hechiceros, conociésemos “el secreto diccionario de Dios”.

Los libros para una isla

Le pregunta qué libros llevaría a una isla desierta y, como era de esperar, además de Las mil y una noches, de un libro de historia y de una Enciclopedia, sus fuentes preferidas, llevaría la Biblia, lo que confirma lo que sabe todo lector de Borges, los temas de varios de sus cuentos o poesías son sacados de versículos de la Biblia, texto que leyó en ingles junto a su abuela protestante.

Vargas Llosa hace notar un asunto muy interesante, que llegué a verlo –muchos años más tarde– en algún congreso sobre Borges en París. Borges fue durante gran parte de su vida un autor de pequeños círculos, de minorías cultas, considerado por la intelectualidad de ese momento –cuando ser intelectual suponía ser de izquierda–, un conservador de derecha. En la década de los 60 Francia lo descubre y con libertad, lo aclaman; entonces, recién entonces, los argentinos nos reconocimos en él. Fue necesario que Michel Foucault –uno de los intelectuales de izquierda más famosos de Francia– comience su libro insigne –Las palabras y las cosas– diciendo: “Este libro nació de un texto de Borges” para confirmar, entre nosotros, su genio. La gran ironía: es casi seguro que Borges nunca haya leído a Foucault.

Hay un lado gris de su existencia. Borges es un solitario, un genio que si bien no lo reconoce, lo sabe, pero se desentiende de esos asuntos. Cuando lo vuelve a entrevistar –Borges ciego hace años– descubre que no dialoga, solo un monólogo alimentado por su colosal erudición. En la biblioteca de su departamento en Buenos Aires no tenía libros sobre él, ni de él; le parecía que no podía competir con Flaubert o Shakespeare o Schopenhauer.

Vargas Llosa habla del “sonido” de la prosa de Borges. Efectivamente, su prosa “se reconoce al oído”. Nos ha pasado que algún amigo incauto nos envía un poema por las redes alegando que es de Borges; el “sonido” de la primera línea ya lo denuncia como falso. Cierro con una sugestiva mirada sobre este hechicero:

[…] Era un aristócrata/ algo anarquista/ y sin dinero,/ un conservador,/ un agnóstico/ obsesionado con la religión,/ un intelectual erudito,/ sofista ,/ juguetón. (1)

© LA GACETA

Crisitina Bulacio – Escritora, doctora en Filosofía, profesora consulta de la UNT. Autora de Jorge Luis Borges. Entre el tiempo y la eternidad; Los escándalos de la razón en Jorge Luis Borges y Dos miradas sobre Borges (en colaboración con Donato Grima).

Nota:

1) Vargas Llosa, Mario: Borges o la casa de los juguetes. Poesía. Firenze 2014