Para los que gobiernan, el coronavirus no se reduce hoy a un problema de salud; para ellos implica una preocupación adicional: el pago del costo político de sus gestiones. Y lo miden. Si bien no se sabe cuándo llegará el temible pico de contagios y tampoco cuándo se concretará la ansiada nueva normalidad, la dirigencia que ya convive con el miedo a la enfermedad tiene una certeza política: la pospandemia puede sepultar o potenciar los planes institucionales y los sueños electorales de los que tienen responsabilidades ejecutivas, según cómo y con qué medios la encaren. Es que muy cerca del plebiscito de gestión, como suele ser la elección de medio término, emergerá una realidad que se insinúa peor que la de marzo en cuanto a índices sociales y económicos, producto de un combo que amenaza con consecuencias dramáticas: caída industrial, cierre de negocios, más desocupados en las calles, un nivel alarmante de pobreza traducido en más comedores comunitarios y una ola de delitos que jaquea la seguridad pública. Y los pondrá a prueba. Hay un clima de tensión por el choque de intereses y necesidades entre los que quieren salir del ahogo económico -cada vez son más, al margen del auxilio estatal- y los responsables de aplicar una política sanitaria. Entre los que quieren salir ya mismo del ahogo y los que exigen proseguir con el aislamiento hay un abismo, una nueva y peligrosa grieta. Hallar el punto de equilibrio en tamaño desencuentro se presenta difícil de por sí, máxime cuando detrás de ese escenario de aflicciones no puede descartarse la existencia de motivaciones y especulaciones políticas. Siempre hay irresponsables, que aunque más no sea desde la palabra alientan la confrontación inútil.
Desafío de calmar ansiedades
En ese panorama, el desafío de la clase gobernante será atender la demanda ciudadana sin mayor disponibilidad de recursos; por lo que no le quedará otra que recurrir a la imaginación desde la gestión para evitar desbordes y calmar ansiedades. Una sociedad en crisis siempre exige soluciones rápidas. Los que gobiernan deberán soportar la presión social, y nadie quedará exento en ese proceso, ni oficialistas ni opositores. Alguna vez, el pueblo supo decir “que se vayan todos”. Al individuo de clase media que perdió ese status, al que se endeudó más de la cuenta, al que lo alcanzó el índice de pobreza, al pobre que se convirtió en indigente, a quien perdió el empleo o al tuvo que cerrar su pequeño emprendimiento no le importará que traten de explicarle en planilla Excel que cayó en desgracia por culpa de la pandemia o de la cuarentena; va a clausurar ese debate agrietador de oficialistas y opositores exigiendo una ayuda inmediata del Estado, una respuesta de los que conducen. Frente a la angustia de la población no tendrán más remedio que contestarle con una gestión convincente, y sin cometer errores que signifiquen fines de carreras o de ambiciones políticas. Mucho está en juego.
No vale renunciar, o huir, ni siquiera elegantemente. Gobernador o intendente que fracase a la hora de satisfacer las necesidades de sus representados o de sus vecinos, mejor que se olvide de ser protagonista en la elección del año próximo, que guarde sus pretensiones políticas a futuro y que se preocupe más por concluir lo mejor posible lo que le reste de mandato. O bien que intente reponerse para el 23. Los tiempos determinan prioridades y cursos de acción, pero nunca el político de raza se olvida lo que es y lo que lo motiva a seguir. Siempre planifica su futuro. Aquellos que mejor respondan y se acomoden a lo que les pida la sociedad podrán sacar la cabeza y aspirar a algo más. Tendrán margen para justificar ambiciones.
A los que lo tienen claro ya se los observa, por ejemplo, muy activos en las redes sociales promocionando sus acciones públicas, una manera de mostrar que están haciendo algo, que el virus no los frena, que no descuidan a los suyos y que ya están pensando en lo que sobrevendrá. Venden la gestión por internet. Más adelante deberán ponerse serios, arremangarse y ofrecer una buena gestión pospandemia, no bastarán los tuits promocionales, porque eso no servirá para llenar los bolsillos ni calmar el hambre. Como lo deslizó un referente del interior, serán tiempos de necesidades, donde habrá que responder más desde el efectivo que desde lo afectivo. Algunos de los colaboradores del intendente capitalino, vaya por caso, admiten que Alfaro les pidió que pongan toda su imaginación y músculo al servicio de la gestión municipal al advertirles que se avecina un tiempo de complicaciones económicas. Y en épocas de carencias lo que se impone, siempre y en cualquier área y rubro, es la creatividad. Y tener el cuero duro. El drama del jefe municipal, al igual que el de todos sus pares del interior, pasa y pasará por contar con dinero para atender las obligaciones salariales y las urgencias sociales, único medio de garantizar la paz social y la gobernabilidad de las administraciones.
Se entiende que su esposa, la diputada Beatriz Ávila, exigiera en la última sesión de la Cámara Baja la implementación de un programa de emergencia municipal para que el Gobierno nacional auxilie a las ciudades del interior en la pandemia, no sólo a las bonaerenses, como se quejó. Refregarle a Massa que el poder central no le envió un peso a San Miguel de Tucumán desde el 10 de diciembre conlleva todo un mensaje político en estos tiempos de votaciones finitas y de necesidades mutuas. En el tablero de la política la dama de Alfaro se la juega en el Congreso, porque si la Nación ayuda en el marco de un esquema federal de distribución de fondos, la Capital no dependería del socorro de la Provincia, como lo fue el préstamo de $ 500 millones que Manzur le otorgó en junio para el pago de sueldos. En el juego de las relaciones políticas e institucionales no es lo mismo cerrar con el Gobierno nacional que con el Ejecutivo provincial, por lo menos para el jefe municipal capitalino.
El resto de los intendentes del interior, en cambio, mayormente depende del auxilio del PE, tanto los propios como los extraños, lo que impone cierta relación de dependencia con Manzur. Los opositores, que ahora no tienen el auxilio de Cambiemos a nivel nacional, están condenados a ser más creativos para acometer lo que se les viene, igual que el resto, pero con la diferencia de que los oficialistas pueden poner en la mesa de negociaciones la lealtad política para la obtención de favores. Algo así como soy de los tuyos, Juan, si se lo piensa en términos de la interna oficialista -hoy en un impasse- para conseguir la tranquilidad de que, por lo menos, podrán atender la liquidación de los haberes de sus empleados. Básico y efectivo, o bien pragmatismo peronista en estado puro. Sin embargo, aquellos que tengan sueños electorales no podrán ajustarse sólo a la afinidad partidaria o a la promesa de fidelidad al gobernador -a la espera de bendiciones a futuro-, sino que deberán hacer política desde la gestión, o sea: actuar con imaginación para aspirar una diputación o una senaduría. Van a tener que rendir un examen público de aptitudes sobre cómo enfrentar la crisis pospandemia que se viene para sostener sus pretensiones, las que, por cierto, deben mantener en un riguroso silencio, o en un oculto segundo plano. Lo vienen exponiendo con un discurso de ocasión: no se puede hablar de candidaturas o elecciones en estos tiempos, es de mal gusto. Callar, pero igual planificar para el 21 y para el 23; es válido. Porque deberán responder a la gente que les transmitirá y trasladará sus reclamos, angustias, frustraciones y necesidades. Se terminarán las clases virtuales y deberán rendir examen presencial.
Cómo atenuar los efectos sociales
La ecuación vale hasta para los colaboradores ejecutivos o legislativos de Manzur, porque aquel ministro que fracase en su misión en la nueva normalidad puede ver frustradas sus intenciones de seguir en el gabinete o de ver estampado su apellido en una boleta en la votación intermedia. La pospandemia se anuncia con tremendas secuelas sociales y su atención pondrá a prueba la eficiencia de las áreas de desarrollo social, de educación, de gobierno, de salud y de seguridad. Se pueden truncar sueños si no se actúa a la altura de las necesidades. Ya hay apellidos de la Casa de Gobierno que se incluyen en las listas de congresistas, hasta la del propio mandatario como suplente en la nómina de senadores. Alquimias por ahora. Esta ecuación no se agota en intendentes, funcionarios o legisladores, sino que también alcanza hasta al propio Manzur, ya sea para sostener sus pretensiones de seguir escalando posiciones en el escenario nacional del Frente de Todos o de asegurarse la continuidad en el Poder Ejecutivo. En la pospandemia el mandatario puede fortalecerse o debilitarse, y de acuerdo a cómo salga parado podrá planificar su futuro. Hoy tiene la tranquilidad de gozar de la simpatía del Presidente que lo beneficia con inversiones para obras públicas y de que, por lo menos, puede contar con el dinero de la maquinita para zafar de sus obligaciones. Sin embargo, como a todos, los meses que se vienen pondrán a prueba su capacidad para liderar, gobernar y para satisfacer las exigencias de los nuevos pobres y desocupados. El barbijo de médico sanitarista no será suficiente.
En fin, para los que fracasen en la misión de atenuar los efectos sociales desde sus cargos públicos, no habrá 21. Equivocarse de receta en la urgencia puede comprometer futuros políticos. En esa línea, la nueva normalidad puede llevarse puesta las intenciones de reforma constitucional, de la reelección indefinida, de los sueños de diputaciones y senadurías, y hasta de cargos de influencia en el gabinete nacional. La pospandemia hará que todos paguen costos políticos, unos más que otros.