La cuarentena pegó fuerte en los argentinos, a los que todavía les cuesta encontrar el “sabor” del encierro. Tras meses de aislamiento, la parte anímica aparenta ser la más afectada y no es ajena a ninguno. La necesidad de ver gente, respirar vida y sobre todo de saber que esto terminó, está cada vez más latente.
Esto comenzó como una experiencia nueva, utópica quizás, pero como un momento para repensarse, reencontrarse y reinventarse. Empezaste a entrenar en casa, armaste un rincón para los recipientes que usaste como pesas o fuiste coleccionando elementos para ejercitarte; cocinaste, primero grandes platos para demostrarte que podías, después menúes más sanos para no “terminar rodando”; leíste libros, para aprovechar el tiempo libre que antes no tenías; miraste series y le diste oportunidades a películas que normalmente hubieses rechazado; te lanzaste a lo orgánico; probaste ser vegetariano; te llenaste de plantas; y también, con el tiempo, volviste para atrás en cada uno de esos pasos.
Los días pasan y el fin de la pandemia no parece llegar. Anímicamente ya no sabés cómo levantarte pero hay que seguir.
Si algo que nos enseñó todo este virus es a pensar en el hoy, a disfrutar de las pequeñas cosas, a conocernos, a hacer de nuestra casa un hogar que no sólo sea un espacio para comer y dormir, sino un refugio de todo.
Por más que cueste, no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas más que quedarnos adentro. Y si no nos queda otra ¿por qué nos vamos a descuidar? Volvamos a salir a la terraza a trotar, a mirar tutoriales de ejercicio en YouTube, a cocinarnos sano, a despejar la cabeza leyendo un libro en el balcón. Por más que el contexto sea angustiante y complejo, hay que ser fuerte en todos los aspectos para que ni el virus ni la situación te lleven puesto.