Por José Claudio Escribano
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
La presidenta del Concejo Deliberante de Lincoln, Patricia Galinelli, de Juntos por el Cambio, es una mujer de acción. Es más: es una mujer curiosa.
Salió a la calle el 17 de agosto entre miles y miles de personas para “controlar los abusos” de quienes manipulan la justicia, dijo, y quieren evitar la sanción por los “probados delitos de corrupción desde los gobiernos de los Kirchner”. Patricia está entre quienes han indagado la opinión académica para conocer si es conveniente que organismos públicos incorporen, en el lenguaje escrito institucional, innovaciones lingüísticas “que adopta un segmento de la sociedad desde hace poco”. Se dirigió de tal modo a la Academia Argentina de Letras.
Ha llegado la respuesta. La firma Alicia María Zorrilla, presidenta. Si Patricia se hubiera dirigido a la Real Academia Española (RAE), o a alguna de las otras veintiuna corporaciones nacionales que velan por la unidad de la lengua compartida, no habría recibido en lo esencial sino el mismo informe: el llamado lenguaje inclusivo no es lenguaje.
Cuando la vicepresidenta socialista del gobierno español preguntó en su momento a la RAE por esta cuestión, y específicamente a propósito del lenguaje inclusivo en la Constitución de España de 1978, la respuesta fue que los cambios gramaticales o lexicográficos que han triunfado en la historia de la lengua castellana, que se remonta a principios del siglo VIII, no han sido dirigidos desde instancias superiores. Han surgido espontáneamente entre los hablantes.
El presidente Fernández ha apelado en algunas circunstancias a “todes” y a los “amigues”. Se ha alineado con movimientos pro género actuantes en el oficialismo y grupos diversos de la izquierda política en una vigilia por cuestiones de sexo que no se les conocía en el pasado. Allá el Presidente si quiere farfullar la lengua de un modo que haría recordar a Borges que “el esnobismo es la más sincera de las pasiones argentinas”. El embrollo por hallar la fórmula eficaz de cómo pronunciar la @ le llevará su tiempo.
Todes unides triunfaremos
Días atrás, la agencia oficial de noticias, Telam, nos sorprendió con la novedad de que el lenguaje inclusivo “va tomando un lugar preponderante en el habla cotidiana”. Si es así de verdad, lo dudamos, a menos que se hayan referido a lo que circula por las sentinas del anonimato, como en los baños propicios cerrados con llave en las estaciones, pero que operan desde las redes sociales.
Sabemos, sí, que en un contexto nacional en que la meritocracia es descalificada como institución reaccionaria, se ha bendecido al lenguaje inclusivo en los altares del PAMI, de las universidades de Buenos Aires, de Córdoba y de la Patagonia y en algunas dependencias, para no ser menos, de la gobernación de Buenos Aires. Ignoro si en el PAMI habrán preguntado a algún pobre viejo jubilado por qué “medicamente” reclamaba “reintegres”, pero puedo asegurar que en la fiambrería de la vuelta nadie me ha puesto en situación de decidir si prefiero “jamón crude” o “jamón cocide” ni me embocaron una @, una e, un * o una x a cambio de la vocal debida al darme el vuelto por la compra.
La búsqueda de formas de expresión neutras, para evitar la supuesta discriminación femenina en la lengua, es de todos modos parte de las libertades innegables de quienes procuran perseverar en ese esfuerzo. Claro que es por igual una cuestión de libertad personal que la inmensa mayoría de los argentinos se desentienda y desdeñe la desconstrucción del lenguaje, como si no sobraran los problemas que por todos lados arremeten. La Nación es el lugar para abordar el tema: en su tesis sobre las querellas lingüísticas argentinas entre 1828-1928, supervisada por Horacio González, para aspirar en la Universidad de La Plata al doctorado en Historia, Fernando D. Alfón escribió: “No hay diario argentino que haya cedido tantas de sus páginas en pos de custodiar la unidad de la lengua”.
El asunto del llamado lenguaje inclusivo está lejos, en principio, de emparentarse con la lucha de clases como sucedió con la colectivización de los medios de producción. Enfrenta de movida graves problemas de admisión en la base popular más afín a quienes lo promueven. “¿Te imaginas a los “compañeros” -sondea Pedro Luis Barcia, ex presidente de la Academia Argentina de Letras- cantando en el estadio Lxs muchachxs peronistxs, todes unides triunfaremos...?” Barcia podría igualmente haber preguntado por la cara de Perón de haber oído la voz de barítono de Hugo del Carril rindiéndose a intercalar un * en la célebre letra atribuida a Oscar Ivanissevich.
En su respuesta a nuestra Patricia de Lincoln, la académica Zorrilla evitó los rodeos. Ni se inmutó ante la intolerancia de quienes pretenden arrasar en el mundo con todas convenciones culturales establecidas: “No es válida –dijo- la estrategia de distorsionar el lenguaje para lograr que la sociedad cambie”. No debe perderse la cordura ni la prudencia, advirtió: una e, una @, un * o una x no cambiarán la sociedad.
En su extenso memorial, Zorrilla hizo observaciones como las que siguen:
• La arroba es un símbolo que separa el nombre del usuario del nombre del dominio en las direcciones electrónicas; en otro ámbito, es una medida de peso que equivale a 11,502 Kg. y una medida de líquidos que varía según zonas geográficas. No es una letra.
• El asterisco tampoco es una letra: es un signo auxiliar de puntuación.
• La x es una consonante. ¿Cómo podría reemplazar a las vocales? Tiene, sí, un halo científico: Wilhelm Roentgen descubrió un tipo de rayos de naturaleza desconocida y por eso los llamó Rayos X.
• En cuanto a la e, en la lógica posaristotélica se utiliza para representar el juicio universal negativo: “Los hombres no son inmortales”.
En español, recuerda Zorrilla, “el masculino es el género no marcado porque se emplea en contextos genéricos e incluye en su significado a los individuos de sexo masculino y a toda la especie humana sin distinción de sexos”. Además, esa modalidad es ley en las lenguas romances.
Todos y todas
El uso simultáneo de “todos” y “todas” indujo a Zorrilla a dictaminar que es una repetición agotadora que lentifica la sintaxis. Siguiendo aquel criterio, podrían propinarnos mensajes de este tenor: “Quedan todos y todas invitados e invitadas a participar de…, en que maestros y maestras hablarán de los progresos experimentados por alumnos y alumnas con…”. Desde luego que no se trata del ejemplo más apropiado para estos días, en que nuestros chicos aprenden poco y nada, y perderán prácticamente un año, bajo la complicidad de gremios docentes, en relación con chicos de otros países. Pero es la fórmula de incuestionable entendimiento a que apeló Zorrilla ante la opinión requerida desde Lincoln.
Zorrilla se entretuvo en su epistolar clase magistral en ciertas travesuras de una lengua riquísima. La preservación de su unidad, expresión de lo mejor del genio español desde que Felipe V fundó la RAE en 1713, permite a los argentinos entenderse de maravillas con 500 millones de habitantes del planeta. ¿Sería posible desconocer el valor de ese activo estratégico? Zorrilla anotó que hay sustantivos ambiguos: el aneurisma, la aneurisma; el azúcar, la azúcar; el vislumbre, la vislumbre. En la escuela, dijo, nos enseñan que los sustantivos que terminan con “a” son femeninos: brújula, maza, pinza. ¿Pero qué decir de clima, cometa, día, diafragma?
La mayoría de los sustantivos que terminan en “o” son masculinos, ¿no es cierto?: barco, castillo, neumonólogo. ¿Pero qué son, acaso, líbido o mano? Y por fin, cómo olvidar que los sustantivos acabados en consonante o en otra vocal pueden ser masculinos o femeninos: maratón, pared, maní, telón, tsunami.
En la respuesta de Zorrilla no campean preocupaciones por lo que podría inferirse como una moda que se abate contra la lengua, pues esta, además de constituir una gestación popular consolidada a través de los siglos, en vez de discriminar, interrelaciona. La lengua es un cuerpo vivo, que aparta por desuetudo, como se decía antes, lo que está en desuso, y acoge los nuevos vocablos que surgen de la evolución natural de los pueblos. Los académicos no crean nada: velan por la preservación de la lógica estructural de la lengua y legitiman las nuevas voces una vez que han sido consagradas en calles, aulas, bares, teatros; en zonas urbanas y rurales, en tiempos y espacios razonablemente mensurables.
Decía George Orwell, en uno de los ensayos escritos al volver a Londres después de haberse despojado de la influencia trotskista del POUM y haber sido parte de las filas de combatientes extranjeros que acompañaron a los leales a la República en la guerra civil española, que “los lenguajes sólo pueden crecer lentamente, como las flores; no se les puede hacer un apaño, como si fueran piezas de maquinaria”. Lo decía en el convencimiento de que cualquier lenguaje inventado carecería de carácter y de vida. En ese sentido, Beatriz Sarlo dijo en La Nación alguna vez que los cambios en el lenguaje no pueden ser impuestos por una minoría.
Orwell nos remitió con buen criterio a lo que había sucedido con el esperanto, como así una de sus traductoras nos remitió al volapük, lenguaje creado por el monje Joham Sechleyer en 1879. Se dice que el volapük llegó a contar con unos 100.000 adherentes. Muchos de ellos terminaron cruzándose al callejón sin salida del esperanto, antes de que finalizara el siglo.
Tucumanos y mujeres
Las Naciones Unidas (ONU) ha sido uno de los ámbitos modernos más influyentes en la lucha por la plena igualdad de derechos de hombres y mujeres desde las reuniones de México (1975), Copenhague (1980) y Nairobi (1985), hasta llegar al gran Congreso Mundial sobre la Mujer, de 1995, en Beijing. Fue una de las grandes conferencias internacionales de la historia, con 17.000 asistentes y 189 países representados.
Allí, la ex primera ministra de Noruega, Harlem Brundtland, pronunció un discurso en el que dijo que había que acabar con el apartheid fundado en razones de género. La ONU recomienda utilizar el pronombre personal y los adjetivos que concuerden con su género, pero no al precio de destruir una lengua, que en ciertos casos costó milenios forjar. Nada impide, por ejemplo, decir presidenta en lugar de presidente, como lo acepta la RAE; o reemplazar jueza por juez, ministra por ministro, cuando corresponda, se entiende. Lo inadmisible es el sexismo intencional del tipo de “Atropellan a dos tucumanos y sus mujeres”.
Pero está abierto un debate. No tanto sobre la forma en que cada individuo o grupo de individuos quieran utilizar el lenguaje, sino sobre dos puntos específicos.
Uno es determinar si estamos frente a una modalidad pasajera, como tantas otras, impulsada desde diferentes cofradías. O bien, si estamos frente a lo peor, a lo más grave, que sería una incursión solapada de guerrillas, ahora contra la lengua, a fin de abastecer por renovadas vías el relato político amañado en el que dieron cátedra en el siglo XX el comunismo y el nacional socialismo.
Llave de las conciencias
Sabemos adónde ambos llevaron y cómo terminaron. Nos falta saber aún cómo terminarán los populismos del siglo XXI, tan concentrados en la manipulación del lenguaje. Sobre eso Orwell tenía algo más para decirnos: “Si las batallas políticas son batallas de ideas, hacerse con el significado de las palabras equivale a tener la llave de las conciencias ciudadanas, penetrar en ellas sin ser percibido, y saquearlas”. ¿Suena, acaso, a truco desconocido en la patria kirchnerista? ¿Y esto otro?: “Si la sociedad no comparte siquiera el significado de las palabras, ¿cómo encontrar terrenos comunes para la argumentación y la razón?”.
La política argentina de estos últimos nueves meses ha agotado en ese sentido un catálogo de posibilidades. Aparte de que sea un anglicismo, ¿cómo vamos a entendernos en el uso acordado a lawfare para decir que un elefante no es un elefante sino un insecto?
Me temo que Patricia de Lincoln haya dispuesto en tan sensible cuestión de la punzante corazonada que la impelió a pulir los lentes y acudir al conocimiento ilustrado de la Academia Argentina de Letras. Lo hizo, seguramente, en términos menos inocentes de los que aparentemente utilizó. Zorrilla, por su parte, pareció haber pescado al vuelo las intenciones, al contestarle que el lenguaje inclusivo no es una moda: “es la respuesta agitadora a una posición sociopolítica que se da fuera del sistema gramatical para visibilizar a los distintos sexos”.
© La Nación
José Claudio Escribano – Ex subdirector del diario La Nación. Miembro de número y ex presidente de la Academia Nacional de Periodismo.