Por Mónica Cazón
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
- Háblenos de sus comienzos.
- Tuve la fortuna de estudiar en una facultad reciente, que carecía entonces de infraestructura propia y hasta de una discreta biblioteca, pero que, en compensación, contaba con un clima intelectual de excepción. Juan Adolfo Vázquez, que era muy avaro en elogios, escribió más de una vez que Tucumán careció de una facultad de Filosofía y Letras hasta fines de la década del 30 pero, desde entonces, tuvo una excelente.
- ¿A qué se debió esa excelencia?
- Pienso que se debió a cuatro factores: Tucumán, en ese tiempo, se distinguía, entre las provincias del Norte, por un cierto “aire cosmopolita” (según palabras de Carlos Páez de la Torre), propicio para la aceptación, por parte de la sociedad, de una facultad de humanidades. Ese clima había sido generado por dos personalidades que durante varios años desplegaron aquí una acción cultural decisiva: Amadeo Jacques y Paul Groussac. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que en l936 se desató la Guerra Civil Española. Muchos intelectuales españoles tuvieron que emigrar y varios llegaron a Tucumán y a la joven facultad. Nada menos que Manuel García Morente, integrante brillante de la Escuela de Madrid capitaneada por Ortega y Gasset, llegó para inaugurar los cursos de Introducción a la filosofía, que cuajaron, por iniciativa de estudiantes de Ciencias Exactas, en el famoso libro Introducción a la filosofía, texto que se ha divulgado por todos los países de lengua española. Llegó también Lorenzo Luzuriaga, cuyas obras de pedagogía se gestaron en Tucumán y las editaba con éxito Losada; Clemente Hernando Balmori, helenista y latinista, traductor, entre otras cosas de Las Fenicias de Eurípides. Tercero: en l939 se inició la Segunda Guerra Mundial y con ella, desde Francia, llegó el matrimonio Roger Labrousse y Elizabeth Goguel; de Italia, nada menos que Rodolfo Mondolfo, internacionalmente famoso por sus trabajos sobre filosofía antigua y filosofía política; los hermanos Terraccini; el sociólogo Renato Treves… Además hubo un cuarto factor: el buen ojo de las autoridades universitarias que se arriesgaron con éxito a contratar a profesores jóvenes, algunos casi recién egresados, de La Plata y Buenos Aires, como Eugenio Pucciarelli, Elsa Tabernig, Aníbal Sánchez Reulet, Juan Adolfo Vázquz, los hermanos Silvio y Risieri Frondizi, Mariano Morínigo, Enrique Anderson Imbert, Emilio Estiú, Hernán Zucchi…Y también hay que destacar el acierto de las autoridades universitarias al incorporar a Alberto Rougés y a Jack Rush. Finalmente, hay que señalar algo importante. A fines de la década del 40 empezó a publicarse lo que ahora es LA GACETA Literaria, fundada y dirigida por un joven y talentoso periodista, Daniel Alberto Dessein.
Me preguntará: ¿qué tiene que ver esto con lo que venimos hablando? Pues muchísimo: desde el primer momento fue una sección en que la gente de humanidades se podía expresar y que no quedaba en el medio regional pues se distribuía, como se sigue haciendo, por todo el país. Fue una muy feliz coincidencia.
- En el año 2005, el presidente de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires le entregó el Premio Academia 2004 por su ensayo sobre La consolidación de una identidad y el compromiso de su pertenencia: el caso argentino.
- Ese ensayo fue resultado del trabajo en el IHPA (Instituto de Historia y Pensamiento Argentinos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT) y de mis cursos optativos sobre Filosofía en la Argentina, que emprendí al mismo tiempo en que se fundó el Instituto. Sobre el manoseado tema de la identidad no puedo entrar aquí en detalle; quiero decir solamente para pensar el concepto de identidad me fue muy esclarecedor un texto de nuestro compatriota Ricardo Maliandi, y que además tomé la noción de identidad en el alcance que le da Paul Ricoeur, como “la fidelidad a la promesa”. Es cierto que Ricoeur lo refiere a la identidad personal, pero yo juzgué que puede aplicarse a una comunidad humana, a un país, como la fidelidad de sus miembros a la promesa, la fidelidad al juramento de asumir y respetar valores esenciales y propios para la vida de la comunidad.
- Su libro Argentina: identidad y utopía (2009) habla sobre la vida nacional, como la inmigración, su aporte cultural y su integración al país, y muy especialmente sobre la cuestión de la identidad nacional. ¿Puede contarnos un poco más de este libro?
- Precisamente ese libro es la forma que para su publicación le di al ensayo premiado por la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Allí, más que de filosofía, me ocupo de lo que llamo “pensamiento filosófico,” como un concepto más amplio que permite incluir no sólo a pensadores de formación académica sino también desde figuras de la Generación de Mayo y de la Generación tucumana del Centenario hasta ensayistas como Eduardo Mallea y Víctor Massuh, que estuvieron siempre obsesionados con el país. Esta preferencia por hablar de “pensamiento filosófico”, en ese caso, más que de filosofía a secas, no es una novedad. Está explícito, por ejemplo, en el Jaspers de Los grandes filósofos, en el artículo “Filosofía latinoamericana” del diccionario de Ferrater Mora, en el excelente panorama de la filosofía en Argentina de Francisco Leocata…
- Fue testigo de los cambios ocurridos en la historia de la mujer. ¿Qué opina sobre el rol de la mujer en la actualidad?
- Recuerdo, como si estuviera viéndola, la figura airada y delgadísima de Silvio Frondizi, en una clase de historia en la facultad, allá por 1943, hablándonos de la participación de la mujer en la vida política. ¿Cómo es posible -decía- que no tenga derecho al voto ninguna de mis alumnas aquí presentes, lectoras de obras como las de Mommsen y Henri Pirenne? Pues bien, a partir de entonces pude comprobar, año tras año, los enormes cambios en la condición de la mujer, particularmente a partir de su ingreso en el mundo del trabajo (no del trabajo de la mujer humilde, que desde siempre ha trabajado duro dentro y fuera de su casa, sino de la mujer de clase media). Hay que reconocer que esto fue posible, en buena parte, por el mejor conocimiento que la mujer tiene ahora de su condición corporal, gracias a la ciencia y la medicina. Y a propósito de su condición corporal, permítame decir algo sobre una cuestión muy delicada. El teatro en el que tiene lugar la dramática discusión actual sobre el aborto (discusión de carácter ético, religioso-teológico, médico, político, sociológico) es el cuerpo de la mujer joven. Pienso que en este punto se toma con un alto grado de simplificación el tema del derecho y la defensa de la vida. ¿Por qué digo simplificación? Porque no se suele distinguir, o casi no se distingue, entre vida biológica y vida biográfica. El dar a luz compromete de por vida, en sentido no sólo biológico, a una mujer, y en mayor medida cuanto más consciente es. Un embarazo fruto de una violación no es sólo un accidente pasajero en una existencia humana. La vida latente de un nuevo ser y la vida real biográfica de una mujer son ambas sagradas. El tratamiento de este problema crucial nunca puede ser simple.
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* Realizada en 2013.