Por Cristina Pizarro

PARA LA GACETA / BUENOS AIRES

Los recorridos de Santiago Kovadloff en Hombre reunido: Poesía 1978-2016 giran alrededor los dilemas del ser y la identidad: el cuerpo, las cosas y las palabras. Este libro está integrado por los siguientes poemarios: Zonas e indagaciones (1978), Canto abierto (1979), Ciertos hechos (1985), Ben David (1988), El fondo de los días (1992), Hombre de la tarde (1997), Ruinas de lo diáfano (2009), Líneas de una mano (2012), Hecho de cosas pequeñas (2015).

El poeta indaga en el sonido y el ritmo de las palabras, el gesto y movimiento del cuerpo: las manos y los ojos como zona pura del acto de escritura mientras sucede lo inevitable. Una sintaxis ligada no solo al texto del poema sino a la relación sintagmática de nuestros sentidos que captan la aparente realidad que nos circunda. Exalta su mirada crítica social con sagacidad, un verso inicial con reminiscencias de libro sapiencial, alusión a la finitud en el halo del aroma perpetuado en el espacio físico que cobija al yo lírico, en el poema “La flor de verano y el fin del país” (74)-

“Inquietante lección de los jazmines/ cuanto más agonizan más perfuman/ Doblados sobre el tallo, / yendo del blanco luz al blanco macilento/ caen y se pudren/ mientras perfuman sin tregua/ el cuarto en que aún resisto […]”

En el abordaje de su obra poética, observamos de qué manera se acentúa la enunciación de los objetos cotidianos ligados al propio cuerpo: ya sea los anteojos que nos ayudan a ver mejor, aluden a esa opacidad del lenguaje inherente a lo poético, la imposibilidad de verlo todo, lo que se convierte en ilusorio, la metáfora que en acto de sustitución nombra lo ausente y pone un significante en el lugar de otro. Diversos objetos también son protagonistas: los pantalones, los zapatos, el Renault, lo que nos hace suponer que habría una vía ascensional en sentido inverso, ya que se demora en las cosas más próximas de la cotidianeidad que le permiten saciar su sed de vida inagotable. Y hasta una mirada piadosa o de culpa frente a lo que no le pertenece.

Santiago Kovadloff reflexiona constantemente, ese bucear filosófico lo convierte en un poeta que logra alejarse de toda linealidad con un uso metafórico del lenguaje, ese carácter indirecto elusivo, que se desvía por el atajo.

Alcanza a establecer un vínculo de presunta verdad con esas vivencias que subyacen y que no están dichas. Lo hace mediante una solidaridad estética. La permanente duda del hombre que indaga en “el turbio mar de su dilema” (103) en alianza con su cuerpo, las cosas y las palabras. “¿Pudo el hombre resolver su duda? /¿Logró escapar al turbio mar/ de su dilema?

La primacía de la palabra se entreteje con el silencio durante el proceso del acto del discurso o del habla. El poeta contempla las cosas y durante el acto contemplativo se sumerge en lo inefable. Insiste con demorada inquietud en descubrir qué habrá más allá de lo pequeño en donde se exalta la vida que desvanece. Intenta derribar murallas, ir más allá de las fronteras del lenguaje. Desde una intuitiva observación visionaria, los sonidos irradian, de modo incandescente la azarosa incertidumbre del Ser que viaja con extrañeza hacia la identidad consustanciándose en lo cotidiano. En “Desenlace”, (227) la casa, el cuerpo, la ropa, las cosas familiares son los portadores de esa nostalgia que subyace en la creación poética. “Ya no espero el final: se encuentra en casa. / No lo denuncia la fatiga de mi cuerpo/ sino esa nostalgia anticipada/por todo lo que es mío todavía: […]

Los títulos de sus poemarios nos anticipan no solo una realidad, sino también, un deseo, un sueño. Asimismo, nos aproximan a captar esta ofrenda poética que estalla en sonidos suaves o vibrantes por el espacio íntimo que nos sostiene y que nos deja las huellas de la azarosa incertidumbre, que tal vez se pueda hallar en las cosas cotidianas.

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