Estamos en la cuenta regresiva para concluir un año extraño, en el que pasamos mucho tiempo encerrados y, aunque el balance no sea el mejor, algunas cosas positivas quedaron. No son pocas. Una, que queremos destacar aquí, fue la posibilidad de emprender trabajos dentro de la casa o en espacios laborales cerrados y a solas. Casi lo ideal para trabajar con archivos, donde los barbijos y los guantes están prescriptos desde hace años, y donde la compartimentación de ambientes o la “distancia social” no son para nada ajenos a su práctica. En el ámbito hogareño hubo quienes sintieron el impulso a abrir cajones y a revisar recuerdos. Se hizo frecuente, de esa manera, encontrarnos con nuestra propia historia familiar. El 13 de noviembre publicábamos en este diario, las opiniones de una especialista en archivos, que alentaba la idea de recuperar los álbumes familiares. Cecilia Gallardo explicaba que estos artefactos que muchas veces terminan en la basura, “tienen que ver con nuestra identidad y ayudan a conocernos”, subrayando que, aunque hablemos de recuerdos de un grupo familiar en particular, hay una identidad plural puesta en juego: “Los álbumes cuentan la historia de una familia y de una sociedad entera”. Es que preservar archivos y disponerlos para su consulta es una construcción de comunidad.
La situación de aislamiento favoreció también los trabajos de revisión, limpieza y clasificación de los archivos institucionales, aunque es claro que dificultó la gestión de sus potenciales usuarios. En estos repositorios institucionales fue también el año de los trabajos internos, donde quedó evidenciada la necesidad de trabajar sobre la generación de catálogos y procurar una integración digital de sus inventarios. Estos fueron los desafíos y las condiciones imperantes. Los intentos por sostener el vínculo público, en una situación en la que las consultas quedaron relegadas casi exclusivamente a los medios virtuales, puso una vez más de manifiesto la necesidad de digitalización del material físico que, en casi todos los casos, es enorme, pero ¿cómo ingresar al mundo digital de la manera más segura, mas fluida y, por sobre todo, menos onerosa?
Superando la cuarentena y el cierre de sus salas, algunos espacios lograron una gran respuesta de público, al disponer de exhibiciones patrimoniales on line a través de redes sociales. Fue el caso del Museo Histórico Nacional y el Archivo General de la Nación, con sendas propuestas, de excelente calidad y gran repercusión, en la plataforma Instagram. Los locales Museo Timoteo Navarro, Casa de la Independencia, Centro Cultural Virla y Centro Cultural Rougés, por nombrar los más reconocidos, hicieron esfuerzos para mantener atento al público tucumano interesado en la historia.
En el caso del Archivo de LA GACETA, la cuarentena nos permitió profundizar en las tareas de recuperación de material antiguo, procurando su conservación a futuro, así como su incorporación a la oferta documental del diario. Mantener ese espacio de guarda y consulta es una responsabilidad que hace tiempo asumimos. Entre lo recuperado dimos especial importancia a nuestras colecciones fotográficas,¿ para abocarnos a la organización de un Banco de imágenes, que incluya también el arte de nuestros dibujantes históricos. Caso particular, por su enorme importancia y valor afectivo, fue la feliz incorporación de la Colección y biblioteca de Carlos Páez de la Torre (h). Quizá el punto más alto y enriquecedor de estas tareas, y lo que, de algún modo, permitió superar la pérdida de tan insigne colaborador en este lúgubre año. Se va así, un año intenso para nuestro archivo. En un contexto donde las noticias apuntaban casi exclusivamente a la epidemia, las páginas de las distintas secciones del diario fueron habitadas semanalmente por la memoria y el material del archivo. Así, volvimos a poner en boca de todos, sucesos y personajes de nuestra historia.