La lluvia del lunes aún deja sentir sus secuelas. Las veredas rotas, los árboles caídos y sobre todo las viviendas de muchos vecinos de las zonas afectadas, dan cuenta del tremendo temporal, anunciado, más nunca debidamente previsto. Se dirá, como ya venimos escuchando en últimos años, que nadie puede predecir los daños de semejante vendaval. Pero también es cierto que el cambio climático es algo de lo que se viene hablando desde hace mucho tiempo y siempre parece sorprender a las autoridades provinciales, sobre todo cuando se trata de analizar los resultados de la falta de previsión. Ya no hay tiempo para perder. Las consecuencias de haber quebrado el equilibrio ecológico las estamos viviendo ahora y las seguiremos soportando cada año con más intensidad. No es posible seguir sorprendiéndonos de la furia de cada tormenta, sin cambiar la conducta que nos ha llevado a esta situación.
No se puede seguir achacando a la naturaleza la culpa de los desastres que no sabemos prevenir. A estas alturas debemos imaginar que otras tormentas vendrán - y peores- y que en forma urgente se deben reforzar tanto los trabajos de mantenimiento de canales y desagües como las obras de infraestructura para estar debidamente preparados para enfrentar los tiempos que nos tocan vivir.
El Estado no es el único que parece no acusar recibido de esta situación. La ciudadanía de Tucumán debe adoptar en forma urgente y responsable hábitos de higiene. Esto, no sólo por la pandemia, ni por una mera cuestión estética, sino también por una razón de seguridad. La limpieza de los desagües e imbornales de la ciudad, donde justamente cayó el mayor volumen de lluvia entre el lunes y el martes, es fundamental para evitar los desastres que se vieron esta semana. Imágenes de autos flotando por las calles, llevados por la correntada, recorrieron el país. Dos personas murieron electrocutadas a causa de las inundaciones. Hay que prever de una buena vez un sistema de desagote pluvial para los casos de esas horas críticas en las que llueve torrencialmente.
Ya no hay lugar para excusa de que se trata de “tormenta excepcional”, como se ha dicho repetidas veces desde dependencias oficiales. El daño a la naturaleza está hecho y hoy vivimos las consecuencias de ese desmadre. Esto no va a parar. Sólo nos queda tomar las medidas que corresponden para evitar inundaciones, teniendo en cuenta que el verano recién comienza y que las consecuencias las pagamos todos.
Sabido es que la ciudad de Tucumán es una de las más sucias del país. No hay costumbre de tirar los papeles en los cestos de basura. Tampoco hay suficientes lugares para depositarla. El vandalismo obliga a la reposición permanente y nunca suficiente de cestos y contenedores. Las consecuencias de ese proceder estuvieron a la vista porque a la par de los coches que se deslizaban como barcos de papel, se vieron muchas bolsas, botellas de plástico y cartones flotando en el agua. Tanta basura puede encontrar explicación en que nos encontramos en pleno pico de consumo por las fiestas navideñas, pero ello no exime a los comerciantes y a los vendedores ambulantes de colocar plásticos y papeles donde corresponde, y a la municipalidad de dejar limpias las calles y los canales. Como también sería importante que realice una campaña de concientización sobre la importancia de no arrojar basura a la calle ni a los canales, pero, para ello habrá que exigir que el servicio de recolección domiciliaria se realice por todos los barrios de la ciudad, sin excepción.