Los deseos de fin de año carecieron de originalidad. La expectativa común era, simplemente, que se termine 2020, hecho que se consagró por el mero paso del tiempo. No hubo que hacer nada, corregir conducta alguna, expresarse de cierta forma o comprometerse a algo con alguien para, esta vez, alcanzar la sensación de que lo pedido se concretaba.
Las especulaciones sociológicas alrededor de la pandemia de coronavirus se debaten alrededor de una sola pregunta de fondo: ¿cómo se comportarán las personas cuando pase la emergencia que todavía se atraviesa? Las distintas formulaciones de este o el resto de los interrogantes se subordinan a esta cuestión central. Toda conclusión a la que se arribe en este momento pecará de aventurada: así como muchos auguran que los humanos han aprendido la lección y mutarán sus conductas en especial en lo referido con el trato con el otro; otros tantos reniegan de cualquier enseñanza y aseveran que todo seguirá igual, más allá de los retoques impuestos por la futura “nueva normalidad” (término de moda meses atrás, que ya no se utiliza públicamente en forma masiva por el nivel de incertidumbre que creaba).
Existe la tentación de proyectar a gran escala las experiencias que se realizan en pequeñas comunidades, como si los resultados pudiesen simplemente multuplicarse sin tener en cuenta las consideraciones puntuales de cada caso. Si se aplicase esa idea, la alarma sobre la conducta futura de los tucumanos, cuando el covid sea parte de los recuerdos ingratos, sonaría con fuerza. Los habitantes de esta provincia atravesaron una de las campañas de concientización más intensas de los últimos tiempos contra la pirotecnia sonora, que incluyó la sanción de normas provinciales y municipales que prohíben su venta y uso, atento a los efectos nocivos que causan en personas dentro del espectro autista y en animales. Sin embargo, lo vivido (y escuchado) la Nochebuena y el cambio de año no difirió radicalmente de otros calendarios. La percepción por los distintos barrios, zonas o pueblos es que hubo un poco menos de explosiones que otras veces (en especial el 24), pero sin dato cierto. La medición sólo se rige por la sensación de cada uno; método falible si lo hay.
Si no se cambiaron conductas mínimas, que no generan perjuicio propio (evitar las explosiones fuertes y poder gozar de los fuegos artificiales luminosos) sino un notorio beneficio colectivo, ¿qué se puede esperar de aquellas cuestiones que sí causan incomodidad como el uso permanente del barbijo o costumbres de consumo para reducir la contaminación?
Generalizar la respuesta es la vía más sencilla para autojustificar las conclusiones a las que se quiere arribar. No todo es lineal, y una muestra acabada fue la sanción, hace dos décadas, de la ley 7.575 que prohíbe fumar en espacios cerrados de la provincia. Su implementación no fue inmediata, porque existía la posibilidad de que la reacción en contra hubiese sido muy fuerte. Transcurrieron varios meses desde la aprobación y promulgación de la norma y su aplicación. Las consecuencias fueron exitosas y bien puede ser un ejemplo consumado de que la táctica de cómo inducir cambios en los hábitos sociales es tan importante como la estrategia de lo que se busca conseguir. Y no era un tema menor, ya que existía el poderoso lobby de la industria tabacalera por detrás, con presiones diversas, y la resistencia de los fumadores. Claridad en el objetivo; transparencia en la medida; pasos concretos y puntuales a dar; evaluación de los logros y de las fallas y su corrección, hace que norma sea una política de Estado.