El plástico es un aliado clave en la medicina, mucho más en medio de una pandemia de coronavirus. Gracias a este producto se salvaron innumerables vidas. En el mundo de los comestibles, este material es garantía de un alimento seguro. También ha revolucionado nuestra vida cotidiana con insumos muy accesibles que están por todas partes, como juguetes, indumentaria, calzado, y elementos de cocina, entre otros. Pero su bajo costo también ha generado que el planeta esté poblado de residuos plásticos, provocando uno de los desafíos ambientales más grandes de la historia que necesita una atención inmediata de las autoridades.
Según Greenpeace, la situación mundial es dramática: en el mundo se producen más de 380 millones de toneladas por año. Estas cantidades, su fácil dispersión y su lento proceso de degradación convierte al plástico en el enemigo número uno de mares y océanos. Pero su uso es un problema asociado al modo de consumo. Casi la mitad de todos los residuos a nivel mundial son plásticos de un solo uso; productos que se utilizan por 20 minutos o menos, pero que tardan hasta 1.000 años en desaparecer completamente del planeta. Treinta generaciones de tucumanos y tucumanas pasarían por este mundo y una misma botella fabricada con PET, un material que no es biodegradable, seguiría existiendo.
Particularmente perjudiciales resultan los microplásticos, fragmentos inferiores a 5 milímetros que pueden venir de la rotura de grandes trozos o haber sido fabricados directamente así, como es el caso de las microesferas presentes en productos de higiene y limpieza como exfoliantes, pastas de dientes o detergentes. El desequilibrio es tal que los microplásticos están presentes en agua, aire, suelo y alimentos. De acuerdo con un informe solicitado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), en promedio una persona podría ingerir aproximadamente cinco gramos de plástico cada semana, el equivalente al peso de una tarjeta de crédito; unos 250 gramos al año.
A pesar de ser denominada el “Jardín de la República”, la Provincia no está atendiendo esta problemática que va en detrimento de la calidad de vida y del medioambiente. No existen herramientas legales para controlar el modo de consumo de los plásticos de un solo uso, a pesar de que en los últimos años se presentaron proyectos en ese sentido en la Legislatura. Algunos apuntan a prohibir la entrega de sorbetes plásticos; otros a que se reemplacen las bolsas y los sorbetes plásticos por versiones ecológicas; y también para que se declare de interés provincial la producción de bioenvases y bioplásticos a partir del bagazo y subproductos de la caña de azúcar. Sí, en cambio, hay una ley (9.074) que ordena que en todas las instituciones educativas, comerciales y de salud, entre otros, haya cestos de clasificación de residuos. Pero no es suficiente ni parece cumplirse.
En los municipios la situación es dispar. Algunos como Tafí Viejo y Yerba Buena cuentan con políticas muy activas para concientizar sobre la separación de materiales y el reciclado. San Miguel de Tucumán avanza en el tema, al igual que Concepción, con ordenanzas en contra de las bolsas plásticas, pero otros distritos dan pocas señales en la materia. Hace falta una acción conjunta a nivel provincial con el compromiso de los sectores productivos.
Y como lo ha dejado en evidencia la pandemia, la sociedad también tiene un rol activo en los problemas. Es hora de modificar las conductas: hacer clasificación domiciliaria de residuos; rechazar bolsas y sorbetes cuando no son necesarios; cargar bolsas reutilizables; y preferir los productos que no vienen en envases descartables, entre otras acciones. Las catástrofes ambientales, los incendios forestales y la pandemia son claras evidencias de que hay que trabajar con dedicación y disciplina en la restauración de la naturaleza del planeta.