En Tucumán la naturaleza es exuberante. Siempre fue motivo de exaltación su riqueza geográfica, en especial esa zona donde crece la florida selva que sube el cerro. Es una franja estrecha que atraviesa de sur a norte el territorio separando una llanura seca y caliente, hacia el este, y, hacia el oeste, las tierras más frías de montañas y valles. Ese rico bosque húmedo y subtropical constituye uno de los principales atractivos turísticos de esta provincia, por lo que podemos aprovechar este enero para disfrutarlo y proponer su cuidado. Subir al cerro, ya sea para alcanzar las villas veraniegas, los pueblos calchaquíes, o simplemente para pasar el día a la vera de alguno de sus ríos, es un programa habitual en estos meses de descanso. Las trepadas a Tafí del Valle, en la zona de Monteros, o la de Las Estancias, en la zona de Concepción, son imponentes. Una experiencia sensorial majestuosa y un punto central de nuestra oferta de turismo. Por ruta 307, a lo largo de la Quebrada del Río Los Sosa se ve un paraíso de árboles llenos de bromelias, helechos y claveles del aire. Hace más de un siglo, Miguel Cané, el célebre autor de “Juvenilia”, escribía luego de una visita a la provincia: “Hay laureles gigantes, cuyo tronco formidable mide tres o cuatro metros de circunferencia, levantándose al cielo arrogantes y esbeltos, lianas y enredaderas monstruosas que los cubren por completo, cayendo desde su copa en brazos sueltos de cinco a seis pulgadas de espesor, meciéndose lánguidamente ante la acción del viento, miles de parásitos incrustados en el árbol y viviendo de la generosa vida del gigante”. No hay mejor descripción. En el sur de la provincia, la ruta 65 que llega a Las Estancias presenta otras reservas naturales de enorme interés, el Parque de Cochuna, cerca de Alpachiri, y el Campo de los Alisos, que se extiende al norte de la ruta hasta el límite con Catamarca. En 2018, el Estado Nacional hizo de todo este espacio, el Parque Nacional Aconquija, abarcando 70.000 hectáreas, que pasan de las Yungas a los bosques de altura del Aconquija.
Cerca de la ciudad capital, también contamos con una reserva convocante: la sierra de San Javier, que se presta a experiencias más pedestres. Las eco-sendas de Horco Molle y San Javier invitan al trekking, o senderismo, en una actividad que conjuga esfuerzo físico y contemplación en medidas más que saludables. Hasta aquí el medio ambiente en toda su vitalidad, pero es la presencia humana la que hay que regular. Disfrutar de estos bienes obliga a tomar medidas de cuidado que por lo general se ignoran. El principal problema es la basura y los plásticos que se dejan abandonados. Pero no es el único. El 11 de enero, LA GACETA publicaba que, en ocasiones, los senderistas se salen de las vías trazadas, y esto va en detrimento de la vida natural. Tanto las plantas como los animales se ven afectados por esta práctica. Tengamos en cuenta que el “ruido humano” ya expulsó a gatos salvajes, corzuelas, tucanes y tapires de estos cerros. Por último, esta actitud de descuido la vemos repetida en la ciudad de Tucumán. También en ella tenemos la responsabilidad de cuidar la vegetación y no abandonarla a su supervivencia. Sin árboles, sin platabandas verdes y sin ornamentos ni cubiertas vegetales, la ciudad va quedando cada vez más lejos de aquella fama de “Jardín de la República”. Estos últimos días, se vio en el microcentro a jóvenes de la Dirección de Espacio Verdes, regando y podando los pocos árboles, macetas colgantes y macetones instalados en el sector peatonal. Parece una promesa de cambio. No hay otra forma. Las políticas públicas y la acción comunitaria tienen que ser activas en el cuidado y resguardo de los bienes naturales. No se puede dejar esto en otras manos, ni esperar otro tiempo.