La turbidez de la discusión política muchas veces opaca los debates más esenciales que deben darse en una sociedad. El oportunismo y la búsqueda de réditos a corto plazo abundan y aturden, a riesgo de que lo central pueda quedar relegado. A menos de un mes del inicio previsto para el ciclo lectivo 2021, aún se está a tiempo de evitar que los gritos y las posturas intransigentes impidan que unos y otros puedan escucharse. Porque, en el medio, niños, adolescentes, estudiantes, docentes, auxiliares y padres husmean entre tanto alboroto en busca de alguna certeza sobre el futuro inmediato.
Argumentos para sostener el regreso a las clases presenciales hay. Fundamentos para mantener la virtualidad total también. La clave para autoridades, sindicalistas y especialistas en esta etapa de negociación debe ser definir prioridades. Lo esencial, determinar cuánto daño ha causado ya un año de aislamiento en los niños y jóvenes, y cómo revertirlo, porque está en juego el perfil de las futuras generaciones.
Sabido es que la pandemia no ha terminado y que, como ha dicho la Organización Mundial de la Salud (OMS), es improbable que a lo largo de este año se logre “la inmunidad de rebaño” de la que tanto se habla para evitar la propagación del coronavirus. El mundo demanda vacunas con urgencia, los fabricantes no dan abasto y el reparto de las dosis será paulatino. Pero mientras ese tiempo transcurra, no se puede permitir que los niños pierdan otro año más de sociabilización en un entorno adecuado y de aprendizaje.
Según Unicef, más de 1.200 millones de niños en 190 países dejaron de ir a la escuela en algún momento de 2020, pero mientras algunos se ausentaron por semanas, otros no volvieron nunca. Para contrarrestar eso, el 94% de los países dispuso políticas de aprendizaje a distancia, pero el 30% de los estudiantes (463 millones, aproximadamente) no pudo mantener clases remotas por cuestiones que van desde lo social a lo tecnológico. Por eso, según el organismo, se está frente a una “emergencia educativa a nivel mundial”.
La mayoría de los países de Europa, pese a que transitan la segunda ola de covid-19, dispusieron regresos escalonados y bajo estrictos protocolos a las aulas: grupos divididos, horarios acotados, control de temperatura, obligatoriedad del tapabocas, bancos separados, y hasta mamparas entre escritorios, entre otras medidas. Los que optaron por una vuelta apurada tuvieron problemas con rebrotes de la enfermedad, como Israel. Por eso, hallar el equilibrio parece ser la clave y Argentina está a tiempo de analizar los casos exitosos y aquellos que fracasaron para no tropezar.
Hay voces muy fuertes que en las últimas semanas se alzaron implorando por un regreso a las aulas. La Sociedad Argentina de Pediatría, incluso, difundió un duro informe en el que advirtió que “cree que la vuelta a las escuelas en la modalidad presencial es imprescindible”. En el documento de 43 páginas, la entidad remarca que “desde hace tiempo observan con preocupación el impacto que la pandemia ha tenido en niñas, niños y adolescentes y su escolarización”. El neuro científico Facundo Manes también se volcó a la campaña pública por la vuelta a clases. “La vuelta a las escuelas este año debe ser prioridad. No solo para brindar los contenidos curriculares y asegurar el derecho a aprender, sino también por la sociabilidad y el bienestar mental de los chicos”, planteó el especialista. “Si seguimos poniendo en riesgo un derecho tan esencial como la educación, el 64% de chicos viviendo en la pobreza que tenemos hoy nos va a parecer poco en unos años. Perder la presencialidad de otro ciclo lectivo puede generar daños muy difíciles de reparar y somos un país demasiado pobre como para darnos ese lujo. No dejemos que la grieta y sus falsas dicotomías se lleven puesto el futuro de nuestros chicos”, reclamó desde Twitter.
Tres semanas, las que restan para el inicio del ciclo lectivo, parecen ser suficientes para que todos los actores involucrados, con sus miedos, sus dudas y sus prioridades, encuentren ese ansiado equilibrio que permita a los estudiantes comenzar a recuperar el tiempo perdido.