Parte del mundo, en general, y Argentina, en particular, recibieron esta semana la noticia que tenía sin dormir a más de un funcionario. La vacuna Sputnik V, contra el coronavirus, tuvo el aval científico de la prestigiosa revista médica The Lancet. Este hecho marcó un paso más en la lucha desatada durante 2020 contra un virus que impulsó una campaña inédita de la ciencia para encontrar una solución global. La prueba de fase III de esta vacuna fue aplicada en 20.000 personas y arrojó una eficacia del 91,6%.
Más allá de las celebraciones y chicanas que desplegó el arco político por esta noticia, la campaña sigue, pero todavía muy lenta. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, menos del 1% de la población argentina recibió alguna dosis de la vacuna rusa. Para ser más precisos, el 0,66% según las cifras publicadas en la última semana. Luego del aval internacional y de una publicación de elite, como The Lancet, habrá que ver cuál de los escenarios se presenta: o Rusia cumple con el envío masivo de dosis a Argentina o aumentará la demanda y la solución de Putin se dilatará como hasta ahora viene ocurriendo con otras las vacunas.
Si en el comienzo de la pandemia nos inundó la incertidumbre y el miedo, hoy sentimos ansiedad. Queremos que todo vuelva a la normalidad, que el regreso a clases sea como su nombre lo indica, con los chicos en el aula y socializando con sus compañeros, que volvamos a viajar sin restricciones y que aquellos que aún no han podido volver a su trabajo, lo hagan. El problema con la ansiedad es que lo que la provoca no depende solo de nosotros. Si un gobierno reprograma constantemente su plan de vacunación pierde credibilidad.
Argentina terminó el 2020 con 0,09 personas vacunadas cada 100 habitantes. En ese momento lideraba el ranking regional y por debajo estaba Chile con 0,05 según las estadísticas de la organización internacional Our World in Data. Esta semana Argentina aún no pudo alcanzar la cifra de un vacunado por cada 100 habitantes y está por debajo de Chile (1,53) y Brasil (1,45). Es decir, en un mes, los países vecinos aceleraron sus campañas y nosotros volvimos a aplastar la curva.
¿Por qué le cuesta tanto a este gobierno ser cauto y preciso en relación con la pandemia? Seguramente hay que distinguir las falencias de comunicación de las falencias logísticas, pero hasta ahora, en ninguno de los dos aspectos la gestión ha sobresalido.
Ante el temor de una segunda ola fuerte de contagios, Tucumán espera nuevas dosis, pero todo indica que aún estamos lejos de las 300.000 vacunas prometidas a principio de año. Según el gobierno provincial, la mayor parte del personal sanitario que trabaja con pacientes con coronavirus ya recibió las dos dosis correspondientes de la Sputnik V. Los próximos en recibirla serían los mayores de 70 años.
Las cifras publicadas por Nación indican que hasta esta semana Tucumán recibió 17.000 vacunas, entre primeras y segundas dosis. Pese a la ansiedad y a que la grieta política ha sabido meterse hasta en lugares impensados, hasta ahora no se observó una distribución arbitraria entre las provincias. Para la primera dosis, cada distrito aplicó en promedio 680 dosis cada 100.000 habitantes, Tucumán aplicó 620.
Menos dudas, más gestión
Despejadas las dudas sobre la calidad de la vacuna, ahora la gestión debe aceitarse. Los engranajes sanitarios deberán danzar a la perfección y evitar, o al menos intentar que las intencionalidades políticas hagan volar por el aire una maquinaria que debe funcionar mejor que nunca.